Cuando comenzaron las órdenes de quedarse en casa en nuestra ciudad, las que no parecían tener fin, mi salud mental empeoró. Al no poder ver a amigos y familiares, me sentí cada vez más infeliz y más preocupada por la pandemia.
Todas las cosas que solían darme alegría ahora estaban fuera de mi alcance. Hasta el simple hecho de ir al supermercado era difícil. Pasaba la mayor parte de mis días adentro, casi no salía a hacer ejercicio ni a tomar el sol.
Mis familiares me alentaban a tratar de salir de la casa y encontrar nuevas actividades para mantenerme ocupada y con buen ánimo. Pero no me sentía motivada para hacer ninguna cosa excepto las tareas escolares requeridas, y pasaba la mayor parte del día durmiendo.
No fue sino hasta que mi mamá me sentó para hablar sobre lo que estaba pasando que me di cuenta de que estaba dejando que estas circunstancias me controlaran a mí y mi bienestar mental. No obstante, me sentía infeliz, y me quejé diciéndole que nada cambiaría hasta que pudiera volver a hacer las cosas que me daban alegría.
Ella se mantuvo callada por un momento antes de preguntarme, “¿De dónde viene todo lo bueno?”
Como había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde que era pequeña, fue fácil para mí responder: “De Dios”. Había aprendido que Dios es bueno y el único creador, así que la fuente de todo lo bueno debe ser Dios.
Luego me preguntó: “Entonces, ¿de dónde viene nuestra felicidad?”.
Pude ver que la respuesta era la misma: de Dios.
Con esto en mente, ella razonó que, si nuestra felicidad realmente proviene de Dios, ¿cómo podían las circunstancias actuales quitarme mi alegría? Puesto que Dios es permanente, mi felicidad también tiene que serlo. Dado que Él está siempre presente, la felicidad debe estar siempre presente.
También me explicó que confiar en cualquier cosa que no fuera Dios para que me trajera felicidad nunca podría resultar en una alegría duradera, ya que, como ya había experimentado durante el aislamiento, ninguna de estas otras “fuentes” de felicidad son permanentes o seguras. Mi mamá me animó a pasar algún tiempo orando con estas ideas y a leer algunos artículos de la Ciencia Cristiana sobre el tema.
El primerísimo artículo que leí comenzaba con esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor” (Mary Baker Eddy, pág. 57). Leer esto me ayudó a razonar de esta manera: Si la felicidad es verdaderamente espiritual, entonces no puede ser influenciada por las circunstancias ni por ninguna otra cosa. Ser alegres es nuestro derecho natural. Dios nunca deja de suministrarnos todo lo que necesitamos y jamás nos quita el bien. Así que, si Dios no había dejado de proporcionarme alegría, ¿cómo podía sentirme infeliz? Me di cuenta de que casi inmediatamente después de terminar de leer el artículo y orar con las ideas que había leído, todos los pensamientos temerosos y deprimentes desaparecieron.
¡Fue una curación instantánea! Pero seguí orando con estas ideas y las compartí con amigos y familiares que estaban luchando con algunos de los mismos sentimientos que yo había tenido. Incluso llevé mis nuevas ideas a una llamada por Zoom, recordando a todos los participantes que su verdadera fuente de alegría es Dios.
Estoy muy agradecida por esta curación y la libertad que me ha dado que me permite permanecer alegre pase lo que pase. En los meses que han transcurrido desde que comprendí esto, he enfrentado más desafíos, cada uno de los cuales parecía otra amenaza para mi alegría. Pero también pude superar esos obstáculos sabiendo que mi felicidad es espiritual y permanece intacta. Siempre estaré agradecida por esta maravillosa curación.