Cuando comenzaron las órdenes de quedarse en casa en nuestra ciudad, las que no parecían tener fin, mi salud mental empeoró. Al no poder ver a amigos y familiares, me sentí cada vez más infeliz y más preocupada por la pandemia.
Todas las cosas que solían darme alegría ahora estaban fuera de mi alcance. Hasta el simple hecho de ir al supermercado era difícil. Pasaba la mayor parte de mis días adentro, casi no salía a hacer ejercicio ni a tomar el sol.
Mis familiares me alentaban a tratar de salir de la casa y encontrar nuevas actividades para mantenerme ocupada y con buen ánimo. Pero no me sentía motivada para hacer ninguna cosa excepto las tareas escolares requeridas, y pasaba la mayor parte del día durmiendo.
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