Hace algunos años, mi hija adulta me envió flores, que fueron como un gran abrazo. Su cariño me animó mucho en un momento en el que realmente necesitaba un poco más de amor. Me hizo pensar en que un corazón compasivo intuye justo lo que se necesita: un abrazo, una palabra útil, un mensaje alentador enviado en el momento justo, o simplemente la disposición de estar presente para otra persona. ¿Quién no se ha sentido liberado de la duda o el desánimo cuando alguien le brindó un cuidado práctico?
Entonces, ¿por qué ese esmero conmueve el corazón? Las flores fueron como un abrazo porque reflejaban algo más, eran una evidencia de la fuente del bien, que es el Amor divino e inteligente, un nombre para Dios tomado de la Biblia (véase 1 Juan 4:8). Este Amor es universal, reina sobre toda la creación. El Amor actúa como ley para bendecir a toda la humanidad.
Al pensar en la relación entre el afecto que sabe cuándo enviar flores y el Amor divino que hace que sus propios hijos se amen naturalmente unos a otros, recordé otra ocasión en la que alguien con quien estaba percibió intuitivamente mi necesidad. Estaba lidiando con un dolor fuerte cuando mi amiga me envolvió suavemente en un abrazo con un suave “No”. Sabía instintivamente que el “No” de mi amiga estaba reprendiendo el dolor porque no tenía causa y era ilegítimo, ya que no venía de Dios. El dolor desapareció de inmediato. El abrazo no fue el poder que lo sanó. Pero ese abrazo brindó una seguridad tangible de la presencia del amor inquebrantable de Dios y de la perfección espiritual de mi ser. En ese momento, reanimó mi confianza en que la ley del Amor divino estaba operando, suprema sobre cualquier causa aparente o sensación de dolor.
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