Cuando nuestros dos hijos eran pequeños, recibí una llamada telefónica de la escuela primaria a la que asistían pidiéndome que los recogiera porque estaban cubiertos de manchas rojas. Nos dijeron que debíamos llamar al departamento de salud del condado, lo que hicimos, y más tarde una enfermera visitante del condado confirmó que ambos niños tenían sarampión y tenían que estar en cuarentena.
Mi esposo y yo, como devotos Científicos Cristianos, inmediatamente abrazamos con amor a nuestros queridos hijos tanto física como mentalmente. Sin embargo, inicialmente nos sorprendimos mucho con este diagnóstico porque nuestros hijos eran adoptados y cada uno de ellos había venido acompañado de una carpeta llena de registros de todas sus vacunaciones y refuerzos, las cuales incluían una vacuna contra el sarampión tanto para el niño como para la niña. Recientemente, habíamos estado orando profundamente por el contagio del sarampión en nuestra comunidad, pero entonces nos dimos cuenta de que habíamos aceptado pasivamente la idea de que esas inmunizaciones médicas daban a nuestros hijos una protección infalible contra la enfermedad. Nuestras propias experiencias de curación nos habían demostrado que hay una manera más poderosa y completa de controlar la propia salud que a través de remedios materiales.
Yo sabía que la Ciencia Cristiana sanaría por completo a mis hijos, así que recurrí al libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, para que me orientara. Un pasaje dice: “Sé el portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que deseas que se realicen en resultados corporales, te controlarás armoniosamente a ti mismo. Cuando esté presente la condición que tú dices induce la enfermedad, ya sea aire, ejercicio, herencia, contagio o accidente, desempeña entonces tu oficio de portero y deja afuera estos pensamientos y temores malsanos. Excluye de la mente mortal los errores nocivos; entonces el cuerpo no puede sufrir a causa de ellos” (pág. 392). Estaba muy agradecida, porque esta guía me ayudó a estar más alerta y a ponerme de portera a la puerta de mi pensamiento para excluir cualquier noción contraria a las poderosas ideas sanadoras de Dios, el Amor divino. Unos párrafos más adelante, leemos: “Sé firme en tu comprensión de que la Mente divina gobierna, y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios” (pág. 393).
Desde su adopción, nuestros hijos habían estado asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, así que era natural para mi esposo y para mí compartir con ellos ideas acerca de lo que su Padre-Madre Dios les da: consuelo, amor, alegría, salud, protección. Juntos cantamos, haciendo gestos con las manos, un himno favorito que comienza: “Brazos del eterno Amor / guardan a Su creación”, y reconocimos que los niños —y todos— estábamos seguros al estar rodeados por Sus brazos (John R. MacDuff, adapt., Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 53).
Nuestra hija nos dijo que sus amigas “con manchas” habían tenido que irse a su casa, así que las manchas tenían que ser algo bueno. Su padre le recordó un poema que ella y su hermano conocían de la Escuela Dominical que dice: “No hay lugar donde Dios no esté” (Mary J. Elmendorf, “The litany of light,” Sentinel, January 4, 1908), agregando que tanto la escuela como el hogar eran más divertidos sin manchas.
Para consolar aún más a mis hijos, continué orando y me sentí impulsada a buscar Éxodo 4:6, 7 en la Santa Biblia. Dios le manda a Moisés que ponga su mano en su seno, y se vuelve leprosa. Entonces Dios le ordena que vuelva a poner su mano en su seno, y su mano se vuelve limpia. La Sra. Eddy escribe en la página 321 de Ciencia y Salud: “Fue científicamente demostrado que la lepra era una creación de la mente mortal y no una condición de la materia, cuando Moisés primero metió la mano en su seno y la sacó blanca como la nieve con la temida enfermedad, y después restableció su mano a su condición natural por el mismo simple proceso. Dios había mitigado el temor de Moisés con esta prueba en la Ciencia divina, …”
Esta revelación fue la respuesta. Ninguna enfermedad, ninguna creación de la mente mortal (la creencia en una mente separada de la Mente divina, o Dios), cualquiera que sea el nombre de la condición —lepra, sarampión, etc.— tiene la sustancia del Espíritu, Dios. Y como todos somos la descendencia de Dios, el Espíritu, solo podemos expresar la sustancia espiritual. Esta sustancia es permanentemente saludable, por lo que la salud es nuestra condición natural. Inspirada por esto, sentí que el temor había desaparecido.
A la tarde siguiente, los niños no tenían ninguna evidencia de sarampión, para asombro de la enfermera del condado que les dio permiso para que regresaran a la escuela.
Esta curación nos enseñó, como nuevos padres, a no ser complacientes, sino a estar siempre vigilantes y ver que nuestra familia y la comunidad están sostenidas en los brazos protectores y poderosos del Amor divino.
Judith McCreary Felch
Ellsworth, Maine, EE.UU.
