Cuando le ofrecieron a mi esposo un trabajo en otra ciudad, pude ver las claras ventajas para toda nuestra familia, pero me sentía reacia a dejar la iglesia de la que había sido miembro durante casi 15 años, y donde me sentía útil y necesaria. Ir a una nueva ciudad y a una nueva iglesia en cierta manera parecía como tener que volver a empezar.
Oré al respecto, apoyando cuán correcto era mudarnos y estudiando referencias de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy para obtener un mayor sentido de paz sobre la decisión. Entonces llegó la dulce respuesta: “Llevarás tu concepto de Iglesia contigo”. Cuanto más pensaba en esto, más valioso y reconfortante se volvía.
Sabía que la Iglesia era ante todo una idea divina, por lo que no podía perder ningún bien al seguir adelante. Lo que había aprendido y demostrado acerca de la Iglesia durante esos años me acompañaría dondequiera que fuera y a cualquier filial a la que me uniera. Y eso fue exactamente lo que pasó. En lugar de empezar de nuevo, encontré que la alegría del Amor divino, la inspiración espiritual y un sentido aun mayor de satisfacción estaban esperándome.
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