Hacia el final de unas vacaciones que mi esposo y yo tomamos en una hermosa isla, me desperté en la madrugada experimentando primero una molestia, luego dolor en el estómago. Como Científica Cristiana de toda la vida, supe al instante que el cuerpo no tenía ninguna autoridad para decirme el estado de mi salud. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy afirma: “La salud no es una condición de la materia, sino de la Mente; ni pueden los sentidos materiales dar testimonio confiable sobre el tema de la salud” (pág. 120). Comencé a orar con “la declaración científica del ser” que se encuentra en el mismo libro y con el Padre Nuestro.
Después de aproximadamente una hora, si bien había tenido momentos de alivio, el dolor empeoró. Pensé en que la vista de las olas del océano desde nuestra habitación del hotel era muy tranquila y agradable. ¿Cómo podía ser que estuviera dentro de esta habitación sintiendo oleadas de dolor y turbulencia?
En ese momento, me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana para obtener ayuda. También desperté a mi esposo y le pedí que leyera himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana en voz alta. La practicista me aseguró que yo era espiritual y que mi identidad espiritual estaba firmemente establecida en Dios, el bien.
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