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Original Web

Nuestra morada segura

Del número de junio de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de febrero de 2021 como original para la Web.


¿Te gustaría vivir en un lugar donde se te garantice la exención de todo mal y enfermedad, y donde todas tus necesidades sean siempre satisfechas? Lo bueno es que podemos encontrar una invitación a este lugar santo a lo largo de la Biblia. Por ejemplo, el Salmo 91 habla del “lugar secreto del Altísimo” (versículo 1, KJV), y enseña que, si confiamos en Dios, Lo comprendemos y ponemos nuestro amor en Él, nos mantendrá a salvo y seguros en este lugar secreto. La Biblia explica, además: “En él [Dios] vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA).

Vivir en Dios sería algo difícil de comprender si pensáramos en Él como si fuera un hombre mortal. Pero si Dios es la Mente infinita, o Espíritu, y si estamos hechos a Su misma imagen, entonces podemos comenzar a comprender lo que significa, espiritualmente hablando, morar en Dios, el bien. La imagen de la Mente infinita, o Espíritu, tiene que ser espiritual, como su original.

Un día, cuando Mary Baker Eddy era niña, durante una clase en la escuela, la maestra preguntó a los alumnos: “Si tomaras una naranja, tiraras la cáscara, le extrajeras el jugo, destruyeras las semillas y la pulpa, ¿qué quedaría?”. Algunos de los niños dijeron que no quedaría nada. Otros no sabían. Pero la pequeña Mary Baker —como era conocida antes de casarse— tuvo una mejor respuesta. Ella dijo: “Quedaría la idea de la naranja” (Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, pp. 10–11). 

Todo lo que Dios hace, incluso cada uno de nosotros, existe como una idea en la Mente divina. Por lo tanto, nuestra morada segura está para siempre en la Mente única, Dios. Y como ideas de la Mente, cada uno de nosotros debe estar gobernado por la ley de Dios, que es una ley metafísica, porque Su creación es espiritual, no material. El libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, afirma: “Las categorías de la metafísica descansan sobre una sola base: la Mente divina. La metafísica resuelve las cosas en pensamientos, y cambia los objetos del sentido por las ideas del Alma. 

Somos totalmente espirituales y vivimos en la Mente ilimitada.

“Estas ideas son perfectamente reales y tangibles para la consciencia espiritual, y tienen esta ventaja sobre los objetos y pensamientos del sentido material: son buenas y eternas” (pág. 269).

Cuando nos identifiquemos como los pensamientos perfectos de Dios, o ideas en la Mente divina, o Alma, que nos hizo, entonces podremos comprender más claramente por qué estamos exentos de la sujeción a la enfermedad, la dolencia o cualquier otra pretensión de los sentidos materiales. Veremos que una idea espiritual, cuya morada está en el Espíritu, no está sujeta a los males de la carne. De hecho, la Ciencia Cristiana enseña la naturaleza totalmente mental de estos males, y cómo, en realidad, no pueden tener ninguna existencia real que no sea como creencias falsas.

Las numerosas curaciones de Cristo Jesús sacan a la luz el gran hecho de que nuestra verdadera morada está en Dios, el Espíritu divino. El conocimiento que tenía Jesús de esta verdad fundamental le permitió revertir la evidencia de las discordias materiales de todo tipo. Por ejemplo, hay un relato en el libro de Lucas donde Jesús restaura la mano seca de un hombre a su estado natural. Al utilizar su sentido espiritual otorgado por Dios, Jesús vio, a través y más allá de la falsa visión material, la realidad espiritual de que este hombre era una idea perfectamente formada, morando a salvo en la Mente divina. 

Refiriéndose a este relato bíblico, la Sra. Eddy escribió en La unidad del bien: “Él exigió un cambio de consciencia y de evidencia, y efectuó este cambio mediante las leyes superiores de Dios. La mano paralizada se movió, a pesar del sentido jactancioso de la ley y el orden físicos. Jesús no se rebajó al nivel de la consciencia humana ni al testimonio de los sentidos. Él no hizo caso cuando provocándole, éstos le insinuaron: ‘Esa mano paralizada parece muy real tanto a la vista como al tacto’; mas él silenció esta vana jactancia y destruyó el orgullo humano al suprimir la evidencia material” (pág. 11).

Todos hemos sido dotados por Dios con el mismo sentido espiritual que permitió a Jesús comprender que el hombre real vive en el Alma, no en la materia. Las enseñanzas de Jesús, y la explicación espiritual de las mismas en la Ciencia Cristiana, nos liberan de la imposición de aceptar el sentido material de las cosas, porque vemos que el Dios que nos hizo es Amor y Espíritu divinos, no un creador material.

En un momento dado, mi esposo descubrió un bulto en su pierna, y me pidió que orara por él. Acepté, y me puse a orar. Le di una copia del Padre Nuestro y su interpretación espiritual de Ciencia y Salud para que lo considerara (véase pág. 16), junto con la declaración científica del ser (pág. 468). Esta declaración comienza: “No hay vida, verdad, inteligencia, ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo”.

Una de las ideas que me llegaron mientras oraba fue que la imagen de un bulto en la consciencia de mi esposo no venía de Dios, y, por lo tanto, no formaba parte de su verdadera sustancia como reflejo de Dios. Sentí la certeza de que un bulto no existía como una idea en la Mente divina, y, por ende, no podía estar, y no estaba, en la consciencia de Su idea, el hombre, el reflejo de la Mente única.

Unas dos semanas después, mi marido descubrió que el bulto había desaparecido. La mayor comprensión espiritual que se nos había revelado a ambos a través de nuestra oración y estudio había producido una rápida curación. Esta comprensión no sanó una verdadera condición física, porque, para empezar, la condición nunca fue física. La creencia de un bulto fue eliminada de su consciencia, y, por lo tanto, de su cuerpo también, ya que las verdades espirituales fueron asimiladas y aceptadas como la realidad. Cuando comprendemos la verdad, ya no podemos temer una mentira.

Qué maravilloso es para nosotros descubrir que la materia no es real en absoluto, no es nuestra verdadera morada, que todas las pretensiones enfermizas y pecaminosas de la mente carnal son ilusiones, y podemos demostrar que son impotentes. Somos totalmente espirituales y vivimos en la Mente ilimitada. Podemos regocijarnos para siempre en el hecho de que nuestra morada verdadera y segura está en una de las hermosas mansiones de nuestro Padre celestial que el Cristo ha preparado para nosotros (véase Juan 14:2). Como el amado linaje de nuestro Padre-Madre Dios somos atendidos y bendecidos para siempre, y habitamos en “el lugar secreto del Altísimo”.

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