Un día, en octubre de 2019, de pronto sentí un dolor intenso. Me pareció que los síntomas indicaban cálculos renales, ya que se parecían mucho a la descripción de los episodios que había tenido una amiga con esa afección. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para obtener ayuda mediante la oración, porque eso es lo que hago cuando me siento abrumada. Con su ayuda, trabajé concienzudamente esa semana para pensar más profundamente en Dios como la única fuente de mi existencia, y para apoyarme con más diligencia en esta ley divina que me gobierna, en lugar de obsesionarme con lo que mi cuerpo estaba haciendo o sintiendo.
La practicista me alentó a pensar que mi cuerpo era el templo, la imagen, de la armonía, la utilidad y el buen funcionamiento. Estudié la lección bíblica de esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y tomé en serio lo que dice Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy sobre la anatomía: “La anatomía, cuando es concebida espiritualmente, es el conocimiento mental de uno mismo, y consiste en la disección de los pensamientos para descubrir su calidad, cantidad y origen” (pág. 462).
Sabía que los riñones tenían algo que ver con filtrar los desechos en el cuerpo. Así que me quedé de portera en mi puerta mental (véase Ciencia y Salud, pág. 392), y filtré los pensamientos que me estaban viniendo. Si eran perjudiciales o falsos acerca de Dios, entonces ciertamente no eran verdaderos acerca de Su imagen espiritual, perfecta y pura, es decir, yo y todos los demás. Así que los rechazaba.
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