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Original Web

Sana de síntomas de cálculos renales

Del número de junio de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de febrero de 2021 como original para la Web.


Un día, en octubre de 2019, de pronto sentí un dolor intenso. Me pareció que los síntomas indicaban cálculos renales, ya que se parecían mucho a la descripción de los episodios que había tenido una amiga con esa afección. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para obtener ayuda mediante la oración, porque eso es lo que hago cuando me siento abrumada. Con su ayuda, trabajé concienzudamente esa semana para pensar más profundamente en Dios como la única fuente de mi existencia, y para apoyarme con más diligencia en esta ley divina que me gobierna, en lugar de obsesionarme con lo que mi cuerpo estaba haciendo o sintiendo. 

La practicista me alentó a pensar que mi cuerpo era el templo, la imagen, de la armonía, la utilidad y el buen funcionamiento. Estudié la lección bíblica de esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y tomé en serio lo que dice Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy sobre la anatomía: “La anatomía, cuando es concebida espiritualmente, es el conocimiento mental de uno mismo, y consiste en la disección de los pensamientos para descubrir su calidad, cantidad y origen” (pág. 462).

Sabía que los riñones tenían algo que ver con filtrar los desechos en el cuerpo. Así que me quedé de portera en mi puerta mental (véase Ciencia y Salud, pág. 392), y filtré los pensamientos que me estaban viniendo. Si eran perjudiciales o falsos acerca de Dios, entonces ciertamente no eran verdaderos acerca de Su imagen espiritual, perfecta y pura, es decir, yo y todos los demás. Así que los rechazaba. 

Al continuar examinando mis pensamientos, me di cuenta de que estaba bastante preocupada por un problema relacionado con un miembro de mi familia. Me inquietaba que de alguna manera se hubiera quedado fuera del amor de Dios, ya que parecía estar enfrentando muchos más desafíos que todos los demás de su edad. Creía que tenía que luchar más que otros para tener éxito y no estaba llegando a ninguna parte. Cuando me di cuenta de estos pensamientos negativos y limitantes y comprendí que no podían venir de un Dios del todo amoroso, los rechacé de inmediato porque eran mentiras y los sustituí con verdades espirituales acerca del dominio, la paz y la provisión abundante que Dios le ha dado al hombre. 

Al principio, fue una lucha constante. Cuando el miedo y el dolor vociferaban, yo gritaba en voz alta: “Te amo, Dios mío. Sé que estás aquí”. Y no me detuve. A medida que persistía en identificar que las sensaciones agresivas y los pensamientos temerosos eran sólo mentiras, me concentré menos en los síntomas y confié más en Dios como mi vida y mi único gobernador. Me apartaba continuamente de la dolorosa película mortal que se reproducía en mi pantalla mental, y me volvía hacia las verdades que conocía acerca de Dios y Su hijo, que es uno con Él, permanentemente amado y completo.

La practicista me pidió que meditara sobre la magnitud de esta declaración en Primera de Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (3:1). 

Busqué pasajes de la Lección Bíblica semanal para ayudarme a obtener una comprensión más clara de esa profundidad del amor. Mientras leía, me detuve y escuché pacientemente para obtener inspiración y perspicacia espirituales. Estas dos declaraciones me resultaron muy reconfortantes: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Y, “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios” (1 Juan 4:16). 

Me di cuenta de que, al morar en el Amor, no podemos estar separados de la realidad espiritual de su bondad que lo abarca todo. Debemos ser capaces de sentirla. Sabía que mi querido miembro de la familia y yo vivíamos a salvo bajo el cuidado de Dios y que ambos éramos Su amada y justa responsabilidad.

Oré de esta manera hasta que supe y sentí, sin duda, ese amor perfecto y profundo que Dios me estaba brindando a mí y a todos. Después de unos días, el dolor disminuyó y pronto estuve libre por completo. Nunca regresó. También me liberé del temor de que mi familiar pudiera estar fuera del amor omnipresente de Dios, y ha sido una alegría ver su progreso y su libertad.

Jill Ferrie
Cresco, Iowa, EE.UU.

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