Me gustaría compartir un testimonio de curación física ocurrida durante el período de aislamiento en el Reino Unido, en la primavera de 2020. La casa donde mi hija y yo vivimos fue clasificada como un hogar protegido, lo que significaba que no podíamos tener visitantes o salir al aire libre, ni siquiera a las tiendas, hasta que las restricciones comenzaran a disminuir.
Mientras hacía un último mandado antes del aislamiento, tropecé mientras cruzaba la carretera y caí boca abajo; primero sobre un coche estacionado y luego contra el borde de la acera. En cuestión de segundos estuve rodeada de gente amable que me ofreció ayuda práctica. Una ambulancia llegó muy rápido, y me llevaron a un hospital cercano que se especializa en fractura de huesos. Después de tomar una radiografía, me dijeron que tenía varias fracturas complejas en el hombro que probablemente necesitarían cirugía correctiva, pero no querían internarme en el pabellón durante una pandemia. También me dijeron que, si sanaba sin intervención, podía llevarme hasta un año recuperar totalmente el movimiento y la fuerza. Con esas palabras, me enviaron a casa.
Normalmente, en situaciones como esta, mi primer impulso sería recurrir a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí para sanar. Pero mientras consideraba esto, sentí que no necesitaba hacerlo. Me di cuenta de que estaba en el ambiente ideal para la curación: Mi casa era un santuario de paz, calma y amor universal. No habría intrusiones, debido a la situación de nuestro hogar, y esto solo podía permitir, no obstaculizar, mi progreso. Parecía que estábamos en el arca de Noé: protegidas, amparadas y seguras. Cuando el “diluvio” terminara, emergeríamos más fuertes, más sabias, más puras y más cerca de Dios.
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