Me gustaría compartir un testimonio de curación física ocurrida durante el período de aislamiento en el Reino Unido, en la primavera de 2020. La casa donde mi hija y yo vivimos fue clasificada como un hogar protegido, lo que significaba que no podíamos tener visitantes o salir al aire libre, ni siquiera a las tiendas, hasta que las restricciones comenzaran a disminuir.
Mientras hacía un último mandado antes del aislamiento, tropecé mientras cruzaba la carretera y caí boca abajo; primero sobre un coche estacionado y luego contra el borde de la acera. En cuestión de segundos estuve rodeada de gente amable que me ofreció ayuda práctica. Una ambulancia llegó muy rápido, y me llevaron a un hospital cercano que se especializa en fractura de huesos. Después de tomar una radiografía, me dijeron que tenía varias fracturas complejas en el hombro que probablemente necesitarían cirugía correctiva, pero no querían internarme en el pabellón durante una pandemia. También me dijeron que, si sanaba sin intervención, podía llevarme hasta un año recuperar totalmente el movimiento y la fuerza. Con esas palabras, me enviaron a casa.
Normalmente, en situaciones como esta, mi primer impulso sería recurrir a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí para sanar. Pero mientras consideraba esto, sentí que no necesitaba hacerlo. Me di cuenta de que estaba en el ambiente ideal para la curación: Mi casa era un santuario de paz, calma y amor universal. No habría intrusiones, debido a la situación de nuestro hogar, y esto solo podía permitir, no obstaculizar, mi progreso. Parecía que estábamos en el arca de Noé: protegidas, amparadas y seguras. Cuando el “diluvio” terminara, emergeríamos más fuertes, más sabias, más puras y más cerca de Dios.
Así que pasé este tiempo en nuestra “arca” estudiando y orando con dedicación. No oré simplemente por el hueso roto, sino por todos los aspectos de la vida que sentía que podían mejorar.
Refiriéndose a las instrucciones que Jesús dio a sus discípulos sobre cómo orar, Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Para orar correctamente, debemos entrar en el aposento y cerrar la puerta. Debemos cerrar los labios y silenciar los sentidos materiales. En el santuario callado de las aspiraciones sinceras, debemos negar el pecado y declarar la totalidad de Dios. Debemos resolvernos a tomar la cruz, y con corazones honestos salir a trabajar y velar por la sabiduría, la Verdad y el Amor. Debemos ‘orar sin cesar’. Tal oración es respondida en la medida en que llevemos nuestros deseos a la práctica. El mandato del Maestro es que oremos en secreto y dejemos que nuestras vidas atestigüen nuestra sinceridad” (pág. 15).
Aproveché este tiempo para buscar oportunidades de ser una mejor amiga; una mejor madre y abuela; una mejor vecina, mejor miembro de la iglesia y mejor profesional.
En la Biblia, al final de la historia del arca de Noé, Dios dice: “He puesto mi arco iris en las nubes. Esa es la señal de mi pacto con ustedes y con toda la tierra” (Génesis 9:13, NTV). Muy lentamente, empecé a ser testigo de la promesa que me había hecho a mí misma en el progreso físico que estaba teniendo. Después de tres semanas de dormir en un sillón, pude volver a mi propia cama y dormir cómodamente toda la noche.
Luego de cinco semanas de no tener al encargado de atender el jardín que comparto con los vecinos, decidí que haría mi parte para ayudar, y corté el césped con regularidad hasta que se levantaron las restricciones del aislamiento y regresó nuestro jardinero.
Una de las numerosas bendiciones durante este tiempo fueron los servicios religiosos en línea que nuestra iglesia filial rápidamente organizó para reemplazar los servicios normales en persona en la iglesia. Estos se convirtieron en lo más destacado de mi semana. Una de las personas que dio un testimonio en una reunión del miércoles por la noche compartió una cita de una publicación periódica de la Ciencia Cristiana que explicaba la necesidad de mantenerse tranquilo para que se produjera la curación. Esto me confirmó que nuestro hogar resguardado y pacífico me estaba dando la calma propicia para la curación.
Cada semana recibía llamadas telefónicas de un consultor del hospital, que me pedía que describiera cómo estaba. Siempre pude reportar progresos, y él siempre terminaba las llamadas diciendo: “¡Bueno, parece que le está yendo notablemente bien!”.
Después de 12 semanas, me dijeron que era necesaria una segunda radiografía para supervisar la curación de las fracturas. La nueva radiografía mostró un hueso perfectamente curado y de aspecto normal. El consultor me dijo que había hecho un muy buen trabajo al romper el hueso, pero que había hecho un trabajo aún mejor al repararlo, y ya no eran necesarias más consultas.
Estoy muy agradecida por este maravilloso recordatorio del poder sanador de Dios; por haber sido y ser miembro de varias filiales de la Iglesia de Cristo, Científico, a lo largo de los años, y por las amistades duraderas que tengo allí; por los conocimientos que recibí al asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana hasta la edad de veinte años; y por la oportunidad de haber asistido al Encuentro Internacional de Jóvenes en La Iglesia Madre en Boston, en 1974.
Diana Saxby
Bournemouth, Dorset, Inglaterra
