Una mañana no hace mucho, estaba conversando con un pariente acerca de las últimas noticias sobre la pandemia del coronavirus, y le pregunté cómo estaba lidiando con ella. Al mirarlo era obvio que estaba abrumado por el miedo. Me contó que lo asustaban las numerosas y terribles predicciones médicas que había escuchado y temía morir si contraía la enfermedad.
Como tantas personas, sentía que no tenía medios eficaces para defenderse de la pandemia, aparte de adherirse estrictamente a los protocolos establecidos por los funcionarios del gobierno, e incluso a pesar de ello sentía que no había ninguna garantía de que no contraería el virus. Sentí verdadera compasión por él. Quería que él, y todos, comprendieran que hay un poder espiritual que es inmutable, omnipresente y capaz de proporcionar protección contra el contagio y la enfermedad. Las Escrituras lo expresan de esta manera: “Yo soy el Señor y no cambio. Por eso ustedes, descendientes de Jacob, aún no han sido destruidos” (Malaquías 3:6, NTV).
A menudo somos guiados a creer que solo debemos confiar en los sentidos físicos para informarnos quiénes somos y qué está ocurriendo. Pero Cristo Jesús vino a mostrarnos una nueva perspectiva de la vida y del ser —una visión espiritual— la naturaleza real, inmutable e inmortal de Dios y Su creación. Comprender esta visión de la integridad y perfección espirituales permitió a Jesús sanar definitivamente el mal físico y moral. Y puede sanar la discordia de todo nombre y naturaleza a través de nuestras oraciones cuando comenzamos a percibir esta comprensión.
Las leyes espirituales que Jesús demostró en su curación y enseñanza nos permiten reconocer lo que Dios está haciendo en este momento para bendecirnos, sanarnos y salvarnos, liberándonos de la influencia hipnótica que el mal a menudo parece tener sobre nosotros, cuando nos sentimos tentados a creer que la enfermedad es tan real como la salud, y que la muerte es tan real como la vida. La Ciencia Cristiana, que revela las leyes espirituales que fueron el fundamento de las obras sanadoras de Jesús, saca a la luz el hecho científico de que el hombre (incluida la verdadera identidad de todos) es y siempre ha sido sostenido y mantenido por Dios, el Principio divino por siempre inmutable, la Mente. Y, cuando se aplican con comprensión a los problemas que enfrentamos hoy en día, estas leyes espirituales son tan eficaces ahora para eliminar el temor y sus efectos como lo fueron cuando Jesús las practicó.
Una mañana hace varios años, tuve un bloqueo urinario que me abrumó de miedo de lo que podría suceder si el funcionamiento normal no se reanudaba. Empecé a orar, con la certeza de que Dios está verdaderamente presente y es la fuente de toda salud y armonía. Pero sabía que necesitaba lidiar con el temor. Necesitaba estar más convencido de lo que era cierto acerca de mí porque Dios me había creado, que de lo que la imagen material estaba sugiriendo.
Durante ese día, aparté constantemente mi pensamiento de la evidencia material que producía el temor, y me esforcé mucho por mantener firme en el pensamiento mediante la oración lo que Dios es y lo que estaba haciendo por mí en ese mismo momento, al gobernar y controlar cada función de mi ser en perfecta armonía. No obstante, al no tener ningún alivio evidente del bloqueo ni del temor, llamé a una colega, una practicista de la Ciencia Cristiana, temprano esa noche, quien me dijo que comenzaría de inmediato el tratamiento de oración, asegurándome que Dios me amaba y cuidaba completamente de mí.
Esta declaración del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, fue la esencia de lo que estaba viendo cada vez más claramente: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ninguna interrupción de la armonía ni retorno a ella, sino que mantiene que el orden divino o la ley espiritual, en el cual Dios y todo lo que Él crea son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (págs. 470–471).
Se estaba produciendo un cambio en mi pensamiento. Como leemos en varios lugares de la Biblia, estaba teniendo una convicción cada vez más profunda de que Dios me liberaría y de que estaba a salvo bajo Su cuidado. Sabía que ningún pensamiento de temor de estar lastimado, o incluso morir, debido a esta creencia de bloqueo podría jamás impedirme experimentar concretamente la inmutable e inseparable unidad que cada uno de nosotros tiene con Dios, el Espíritu infinito, por ser Su imagen y semejanza perfecta. Esa noche, a medida que aumentaba esta convicción absoluta del cuidado que Dios me brinda, literalmente me sentí liberado del miedo. Sentí una maravillosa sensación de libertad y paz. El bloqueo desapareció instantáneamente, y el funcionamiento normal se reanudó sin dolor ni efecto posterior.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es el Principio divino inmutable, la Verdad inalterable, la Vida inmortal, el Amor invariable y el bien permanente, que no contiene ni un solo elemento de maldad, discordia o sufrimiento. Y esta Ciencia revela la verdadera identidad de cada uno de nosotros como la imagen y semejanza pura, perfecta y completa de Dios, la cual refleja solo lo que Él imparte, que es siempre bueno.
El pensamiento basado en la materia es la fuente de toda la desesperación, el desaliento y la desesperanza que siente la humanidad, incluso la salud, la economía y otros temores que la pandemia del coronavirus ha generado. La respuesta para cada uno de nosotros radica en cambiar nuestro punto de vista y aceptar el pensamiento basado en el Espíritu y descubrir la naturaleza de la totalidad y la bondad de Dios.
Ver la vida a través del sentido espiritual, que es innato en todos nosotros, más bien que a través de la percepción material, revela el Ser inmutable que es Dios, el bien inalterable, y destruye el temor que nos mantendría aprisionados en la visión finita, limitada y deprimente de que el mal, la enfermedad y el sufrimiento son ineludibles. Esta visión espiritual transformadora revela la verdad opuesta: que Dios atesora y mantiene nuestra integridad permanente y eterna y la de todos, porque somos Sus hijos amados.
Sandy Sandberg
Escritor de Editorial Invitado
