Una mañana, cuando me dirigía desde el estacionamiento al edificio de mi oficina, noté un gran cartel que saludaba a todos los visitantes con el mensaje “Es temporada de gripe … asegúrese de vacunarse contra la gripe”. Para cuando llegué a mi oficina minutos más tarde, había comenzado a experimentar todos los síntomas asociados con la gripe.
A lo largo de mi vida, la promesa de la protección de Dios descrita por el rey David en el Salmo noventa y uno ha sido una fuente de gran consuelo para mí. El salmo nos asegura: “Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación. No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada” (versículos 9, 10, LBLA). De manera que, mi respuesta inmediata a esos síntomas fue buscar refugio en el Altísimo cerrando la puerta de mi oficina y abriendo una Biblia a la que recurría a menudo en busca de inspiración.
No recuerdo qué pasaje encontré al abrirla esa mañana, pero cuando empecé a orar con la inspiración espiritual que estaba recibiendo, fue evidente para mí que el mensaje del cartel que sugería que yo era vulnerable a la gripe a menos que me dieran una vacuna contra la gripe, había, sin ninguna resistencia de mi parte, entrado en mi pensamiento. Y la velocidad con la que había pasado de sentirme completamente bien a sentirme absolutamente muy mal hizo que me diera cuenta de que esto no tenía nada que ver con lo que estaba pasando en mi cuerpo, y todo con lo que estaba sucediendo en mi pensamiento.
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