“Un cliente rompió a llorar por teléfono”. Escuché a un banquero describir esto recientemente y me pregunté cuánto podía estar sucediendo esto hoy en día con las difíciles condiciones económicas actuales que tantos están enfrentando. Fue conmovedor escuchar cómo respondió el banquero. Le aseguró que la ayuda financiera del cliente estaba disponible, y luego se ofreció a mantenerlos en sus oraciones, lo que el cliente agradeció con gratitud.
Esta amable oferta apunta a la idea de que, en medio de las circunstancias desalentadoras que nos hacen sentir temerosos respecto a cómo serán satisfechas nuestras necesidades, la oración puede ayudar. He descubierto que volverse en oración a la presencia infinita del Divino nos abre los ojos a la ilimitada bondad de Dios, que siempre está cerca. Como dice el Salmo 23 en la Biblia acerca de Dios: “Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida” (versículo 6, NTV).
En el corazón mismo de esta promesa está lo que el primer capítulo del Génesis enseña acerca de que nuestra naturaleza y sustancia son divinas, hechas a imagen de Dios. Como tales, somos espirituales y expresamos la naturaleza de nuestro creador divino, incluida la capacidad ilimitada de amar y hacer el bien.
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