Si bien había sanado después de leer partes del Manual de la Iglesia Madre y también de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ambos por Mary Baker Eddy, y estaba consciente del enfoque de la Sra. Eddy sobre la curación espiritual, nunca me había hecho miembro de la iglesia porque jamás había estado convencido de comprender realmente la Ciencia Cristiana. Incluso me preguntaba si mis curaciones anteriores no podrían haber ocurrido de todos modos, aun sin haber oído hablar alguna vez de la Ciencia Cristiana. Pero todo esto cambió un día, hace años.
Llamé por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí ayuda por medio de la oración para combatir una tos intensa y dificultades para respirar. Para entonces, conocía lo suficiente acerca de esta Ciencia como para saber que explica que Dios nos hizo a cada uno de nosotros espirituales y buenos, y que, en última instancia, lo que no era de Dios no tenía poder. Durante cinco días, la practicista me dio tratamiento en la Ciencia Cristiana y también me sugirió pasajes para leer de Ciencia y Salud, pero seguía enfermo.
Para el viernes, mi asistente en el trabajo insistió en que fuera a ver a un médico porque ella estaba segura de que tenía neumonía. Como soy oficial del ejército, fui al médico de esa institución, quien, en efecto, confirmó que tenía neumonía, y me recetó antibióticos para que los tomara. Recogí la receta, me fui a casa y llamé a la practicista con la idea de decirle que ya no me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana.
En cambio, acordamos orar juntos durante el fin de semana, y no tomé ningún medicamento. Para el domingo por la noche, sabía que necesitaba más ayuda. Cuando llamé a la practicista para avisarle, le pregunté qué estaba haciendo yo mal. ¿Por qué no había sanado? Pensó por un momento, entonces respondió que si yo hubiera pasado la mitad del tiempo argumentando en oración contra las afirmaciones de la neumonía, en lugar de tratar de convencerla a ella de lo enfermo que estaba, ya habría sanado. ¡Eso me despertó!
Cuando le pedí que lo aclarara, ella me refirió al juicio alegórico en Ciencia y Salud (véase págs. 430–442), donde un hombre es “acusado” de tener una enfermedad. El juicio ilustra que la evidencia material quizá parezca “argumentar” vigorosamente contra nuestra salud, sin embargo, la Ciencia Cristiana, al demostrar la verdad y la permanencia de la salud y la naturaleza espiritual que Dios nos ha dado, puede liberarnos de la injusta “condena” de la enfermedad. La practicista y yo decidimos centrarnos en esta alegoría esa noche. Después de hablar con ella, me di cuenta de que necesitaba dejar de pensar en cuán enfermo creía estar y verbalizar sobre ello, y, en cambio, me pronuncié mentalmente en contra de la enfermedad.
Leí esas páginas una y otra vez para entender los puntos que se enfatizaban, y luego abordé la situación desde una nueva perspectiva. Me di cuenta de que la condición, el diagnóstico y los comentarios de otros estaban “argumentando” que yo estaba mal de salud. Entonces decidí no estar de acuerdo. En cambio, como en el juicio en Ciencia y Salud, acepté la Ciencia Cristiana como mi abogado defensor, y establecí verdades espirituales para defender mi verdadera identidad. Me pronuncié con una voz (mental) fuerte, me puse del lado de la “defensa” en lugar de la “fiscalía” (que “acusa” al inculpado de enfermedad), y contrarresté todos los argumentos con la verdad de que yo era espiritual, no material; que el verdadero hombre no está sujeto a la enfermedad porque la dolencia no es de Dios, quien es el bien omnipresente y omnipotente. Declaré que la única jurisdicción a la que me sometería era la Verdad, la Vida y el Amor. Este “juicio” continuó en mi mente durante tal vez treinta minutos antes de que me durmiera ese domingo por la noche.
Cuando sonó la alarma por la mañana, estaba totalmente sano. La tos y el sudor habían desaparecido, y mi respiración era normal. Estaba totalmente bien. Llamé a la practicista para darle la buena noticia y agradecerle por defender mi verdadero estado de salud y animarme a hacerlo también.
Cuando regresé al trabajo ese lunes por la mañana, mi asistente me dijo: “¿No está contento de haber ido a ver al médico?”. Ella no me podía creer cuando le dije que no había tomado la medicación, sino que había sido sanado por la Ciencia Cristiana.
Esa misma semana, después de haber asistido a mi Iglesia de Cristo, Científico, local durante ocho años, solicité afiliarme a La Iglesia Madre y a mi iglesia filial. Sabía que mi curación de neumonía se había producido a través de la Ciencia Cristiana. Había aprendido y demostrado significativamente su poder sanador (y nunca he vuelto a tener neumonía). También reconocí que las otras curaciones que había experimentado se habían producido mediante la Ciencia Cristiana. Estoy muy agradecido por todo lo que he aprendido al estudiarla.
David Maune
Alexandria, Virginia, EE.UU.