Faltaba muy poco para la graduación, y sentía la presión de tener que decidir qué haría a continuación.
O mejor dicho, estaba consciente de la presión de tener que decidir qué haría a continuación. ¿Pero realmente la estaba sintiendo? La verdad es que no. Había estado aprendiendo mucho sobre la importancia de dar prioridad a las cosas más relevantes, y había descubierto que las expectativas que otras personas pudieran tener de mí no estaban en mi lista de prioridades.
Déjame explicarte. El año anterior, durante un viaje de estudios al extranjero, había tenido una experiencia que me dejó profunda y eternamente convencido del amor perfecto de Dios por mí. Puedes leer más sobre lo sucedido en este sitio, pero uno de los muchos efectos maravillosos de esa experiencia fue la convicción de que no necesitaba hacer algo para merecer el amor de Dios. Y esta completa libertad y paz en el sentido de que Su amor está aquí mismo, en este mismo momento, me ayudó a darme cuenta de que mi verdadera prioridad era dedicar tiempo a conocer mejor a Dios y a servir mejor a los demás como una forma de honrar a Dios y Su amor por mí y por todos.
No siempre logré hacerlo de un modo perfecto. Pero descubrí que honrar la presencia y el amor de Dios cada día en lo que hacía y cómo lo hacía, sencillamente no me dejaba tiempo para hacer cosas que menoscababan el sentirme amado por Dios y amar verdaderamente a los demás; entre ellas, la presión de que debía tener cierto plan o momento oportuno para los acontecimientos de mi vida.
Pues bien, se aproximaba la graduación, y aunque tenía algunas ideas sobre lo que quería hacer más adelante, todavía no sabía cuál sería mi siguiente paso. Así que oré. Lo que quiero decir es que consideré qué significaba realmente estar en presencia del Amor divino. Y cuando lo hice, llegué a la afable conclusión de que, puesto que el Amor, Dios, estaba realmente aquí y me amaba perfectamente, no tenía que esperar para experimentar Su bondad en algún momento en el futuro; ya mismo debo tener a mano todo lo que necesito. Esta era obviamente una percepción de las cosas muy diferente de lo que la gente que me rodeaba estaba viendo sobre mi vida. Pero había aprendido que esta perspectiva espiritual era en realidad la más precisa y fidedigna. Así que confié en ella.
En este caso, mis oraciones me guiaron a ver lo que tenía literalmente a mano, que resultó ser un ejemplar del Christian Science Monitor. Lo hojeé y encontré un artículo sobre un santuario de wolfdogs, o perros lobos, en Nuevo Hampshire. En ese mismo momento, sentí un destello de entrañable afecto por ese santuario y decidí llamarlos para ver si había algo que pudiera hacer por ellos. En síntesis, unos días después de graduarme, me llevaron en avión al lugar, y pasé tres semanas maravillosas ayudando a cuidar de estos animales increíbles y su entorno. Los pasos que di después de eso, como trabajar en un centro de educación al aire libre y ayudar a mi familia a comenzar a construir una casa nueva, todo se combinó clara y fácilmente, sin que yo tuviera que forzar nada.
Y ese fue el aspecto crucial: no forzar el “siguiente paso”. Porque no tenía que hacerlo. Ninguno de nosotros debe hacerlo. Tenemos que seguir adelante, pero eso sucede inevitablemente debido a lo que Dios está haciendo por nosotros y por nuestra capacidad de seguir Su guía.
La Biblia registra que Dios dijo: “Yo te he amado, pueblo mío, con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí” (Jeremías 31:3, NTV). Así que, dado que el Amor divino, el Dios de todos, realmente nos ama a todos perfectamente, Él ya se debe haber encargado de nuestro futuro. Y aunque cada paso no parezca inmediatamente fácil o claro, si damos prioridad a conocer, seguir y confiar en el amor de Dios, podemos estar seguros de que encontraremos nuestro propio camino a seguir perfectamente diseñado, sin estrés ni presión.
