El regalo espiritual de la Navidad inunda el mundo con una esperanza sólida; una esperanza que da frutos perennes. Esta es la bendición incontenible de la promesa de la Navidad, al saciar las necesidades y los males del mundo con el consuelo divino. Vigoriza nuestras vidas con un ideal tan perfecto y tan trascendental, que nos dejamos llevar por su promesa y belleza. Nuestra experiencia de la vida misma renace a través del Amor divino proclamado en el nacimiento de Jesús.
Cristo Jesús apareció en un mundo lleno de bárbara agresión política, códigos civiles vengativos y corrupción religiosa. No obstante, a través de su vida afable pero poderosa, destruyó para siempre la pretensión del mal de que podía dominar el esfuerzo y el carácter humanos. Su ejemplo preeminente expuso los engañosos defectos de una mente material despiadada y nos dio a todos el conocimiento espiritual de la misericordia y la bondad indomables de Dios, del Amor.
Hoy, continuamos descubriendo lo que pertenece a este sentido más elevado y más dulce de la Vida como Dios, el bien, que centró la atención humana en el tierno consuelo del Amor infinito. No era ni demasiado profundo como para ser comprendido ni demasiado increíble para ser creído. De hecho, de una manera muy modesta, cada vez que un resentimiento duro cede al perdón bondadoso, hemos sentido el inconfundible toque del Cristo. Esto nos da una idea de lo que podría significar superar todo lo que es odioso y equivocado, y vivir verdaderamente en el reino de los cielos.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!