Una historia de dos mil años de antigüedad todavía capta la atención de nuestro mundo moderno. El nacimiento de un hombre aún es reconocido a nivel mundial. ¿Cómo vivió Cristo Jesús su corta vida que ha provocado esta reverencia, influyendo en la construcción de naciones e inspirando obras maestras artísticas, cultura e incluso nuestro calendario actual?
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, explica el impacto de la vida de Jesús cuando escribe: “Jesús ayudó a reconciliar al hombre con Dios dando al hombre un sentido más acertado del Amor, el Principio divino de las enseñanzas de Jesús, y este sentido más acertado del Amor redime al hombre de la ley de la materia, del pecado y de la muerte, por la ley del Espíritu, la ley del Amor divino” (pág. 19).
Hagamos una pausa para pensar en esto: Cristo Jesús, el Hijo de Dios, mostró a la humanidad “un sentido más acertado del Amor”, y este Amor es el Principio divino de sus enseñanzas. Ahí mismo hay una respuesta simple, aunque profunda, a esa pregunta inicial. Todos los elementos de aquella noche humilde y santa de la natividad de hace mucho tiempo apuntaban a este Amor. Los pastores, María y José fueron testigos receptivos de lo que fue revelado en el mundo: la lección más poderosa y perdurable sobre la naturaleza de Dios como Amor divino omnipresente y de la relación del hombre con este Amor. A través del nacimiento virginal de Jesús, el mundo recibió pruebas sólidas de que este Amor, que es el Espíritu divino, anula la materia y sus supuestas leyes de la existencia. Y la aparición de Jesús nos ayuda a vislumbrar la eternidad del Amor como Vida divina. ¿Es por esa razón que los ángeles cantaron acerca de la paz? ¿Es esto lo que realmente iluminó los cielos?
A partir de ese humilde comienzo en el pesebre, Jesús creció con Dios, el Amor divino, como lo más prominente en su pensamiento. Los Evangelios relatan que creció y amó genuinamente a los demás y a los discípulos, incluso cuando se desviaron; incluido Juan, quien sugirió vengarse de una aldea que se negaba a recibir a Jesús y sus discípulos; Pedro, que negaría temporalmente su amistad; y Judas, quien finalmente lo traicionaría. Amó a Zaqueo, que según se pensaba era un codicioso recaudador de impuestos. Amó y bendijo a los niños pequeños, aunque los otros habrían tratado de apartarlos de él. Y amó a la desdeñada mujer samaritana que encontró junto a un pozo.
Durante su Sermón del Monte, Jesús presentó las Bienaventuranzas, y promovió las cualidades esenciales necesarias para amar a los demás, tales como la mansedumbre, la pureza, la pacificación y la búsqueda espiritual. Para Jesús, amar a los demás no era una mera sutileza o algo que haces porque tratas de ser una buena persona. Él nos mostró que ser amorosos es nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios, por lo que amar a los demás es un requisito, como Jesús enfatizó: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).
A medida que se acerca la Navidad, incluso si sentimos que ya sabemos lo que Jesús enseñó y estamos haciendo lo mejor que podemos para vivir en consecuencia, podríamos estar pensando: “No estoy particularmente ansioso por las fiestas”. Quizá pensemos que no sabemos cómo sentir más amor por Dios o de Él, o ser más afectuosos con los demás. Tal vez no sepamos cómo podemos lograr amar más a los miembros de la familia y a los amigos que parecen decepcionantes y difíciles, o puede que digamos: “Simplemente no tengo la capacidad o incluso el deseo de amar. Y francamente, a veces no me siento yo mismo digno de amor”.
La ayuda se encuentra en esta explicación tan útil de Jesús: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9). Jesús reconoció que la fuente del amor, que lo capacitaba para amar a los demás, era nuestro Padre-Madre Dios, el Amor infinito y omnipotente. Esta verdad eterna, el “Cristo, la Verdad” que Jesús enseñó, está con nosotros, y revela que nuestra capacidad de reflejar el Amor es tan natural y constante como el resplandor del sol. Así como el rayo de sol existe para irradiar luz, así nosotros existimos para emanar amor. No tenemos que exhortarnos a nosotros mismos a amar. No tenemos que generar amor ni podemos retener el amor genuino. Amamos por reflejo. Por ser hijos, el linaje, del Amor, tú y yo reflejamos naturalmente el amor inagotable de Dios que es universal, lo incluye todo y es inquebrantable. El Amor divino es un Principio operativo, no una opción o una preferencia personal o una tarea difícil.
Jesús demostró repetidamente a través de sus obras sanadoras que Dios ama a Su creación. Esto significa que Dios, el Espíritu, también te ama a ti; no como a un mortal que tiene defectos, debilidades y ha cometido errores. Dios te ve y te ama como Él te creó —la idea espiritual del Amor— que surge de la expresión espiritual perfecta de Sí mismo, encantador, hermoso, saludable, inocente y maravilloso en todo sentido. Este es el punto culminante del mensaje de Navidad: ¡que el Cristo está aquí, revelando que no solo estás hecho para amar, sino que también estás hecho para ser amado y proclamado como hijo del Amor divino! Comprender esto tiene como resultado la curación.
Un día de invierno recibí una llamada, como practicista de la Ciencia Cristiana, de una amiga que me pidió que orara por ella. Sufría de lo que describió como una infección agresiva con síntomas similares a los de la gripe. Se sentía abatida y estaba preocupada por no poder disfrutar de la Navidad. Después de colgar, volví a pensar en los elementos de la natividad que nos recuerdan el Amor como el Principio divino de las enseñanzas de Jesús. El Amor es la totalidad misma. El Amor llena todo el espacio. Es la sustancia, el originador, la condición, el poder motivador y activador de todo ser. Simplemente no hay nada fuera de la totalidad del Amor.
El Cristo nos habla con ternura a cada uno de nosotros, enriquece los afectos de toda la humanidad.
La influencia activa de la ley del Amor divino, que opera a través del Cristo, la Verdad, es una señal de “Emanuel” o “Dios con nosotros”. Llega a nuestra consciencia y expulsa el temor. Libera, restaura y redime. La ley del Amor venda las heridas y lesiones viejas, y neutraliza todas las toxinas, incluyendo el pensamiento tóxico y las relaciones tóxicas. Sana enfermedades —incluso las atribuidas a virus— malformaciones y mal funcionamiento. Trae equilibrio a nuestra vida laboral y familiar. Nos acompaña. Aporta perspectiva a nuestros pensamientos y nos permite saber de qué no debemos preocuparnos, cómo amar lo que no parece ser fácil de amar y cómo dar una suave respuesta a una conversación difícil. Purifica lo que pensamos acerca de los demás. La ley del Amor abre nuestros ojos a la belleza de la vida y nos hace tomar conciencia del bien infinito que está a nuestro alcance.
También oré para comprender que la forma de pensar odiosa y confusa, que empujó al rey Herodes a tratar de capturar al niño Jesús, no podía debilitar la convicción del poder total de Dios. Este pensamiento de Herodes, la creencia en una fuerza que podía destruir al Cristo, la Verdad, no podía operar en la consciencia para traer enfermedad o estrés a estas fiestas. El Amor divino no creó ni pudo crear una fuerza opuesta a sí mismo. El Amor jamás ordenaría daño o sufrimiento. No hay ninguna inteligencia material que cree un virus dispuesto contra este Dios todopoderoso y Su Cristo. Es imposible que el entorno del Amor infinito incluya agentes dañinos.
El Cristo también estaba revelando un sentido más verdadero del Amor al pensamiento de mi amiga. La verdad que se estaba manifestando era que el Amor es Todo-en-todo.
En una hora me volvió a llamar sintiéndose completamente bien. Agradecimos a Dios juntas, y ella pudo disfrutar de la época navideña con libertad y salud.
La tranquilidad tradicionalmente asociada con la escena del pesebre que los cristianos y otros continúan disfrutando nos recuerda que debemos alejarnos de todo el bullicio y el ajetreo de la temporada con sus demandas adicionales y conectarnos con ese sentido verdadero del Amor.
¿Qué pasa si la estrella en el árbol no está totalmente derecha, si los invitados no llegan exactamente a tiempo para la cena, si el plato favorito de Navidad está un poco cocido demás? ¡No importa! Lo que importa es sentir, mediante el Cristo, el amor de Dios que todo lo abraza por cada miembro de la familia, cada empleado de la tienda que encontramos, cada cliente y conductor que comparte la misma carretera.
El Cristo nos habla con ternura a cada uno de nosotros, enriquece los afectos de toda la humanidad y nos revela que el Amor no sólo es el resultado del ser, es el único resultado del ser. Y este sentido más verdadero del Amor trae a nuestras vidas y al mundo una paz profunda y reconfortante.