Cuando era niña, mi historia bíblica favorita era la del profeta Samuel, quien de pequeño, escuchó a Dios llamar su nombre al acostarse a dormir. Al principio pensó que era Elí, el sacerdote del templo donde vivía y estaba al servicio de Dios, y fue a ver qué quería. Pero Elí se dio cuenta de que era Dios quien llamaba al muchacho y le aconsejó que respondiera: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3:9, LBLA).
Así que Samuel se volvió a acostar, y la siguiente vez que escuchó a Dios llamarlo, respondió como Elí le había indicado. Luego y durante muchos años más, Dios le reveló a Samuel el conocimiento que benefició y guio a los hijos de Israel.
Una lección que podemos sacar de esta historia es que oír la voz de Dios comienza con la humilde disposición de escuchar propia de un niño. Todos somos hijos de Dios, creados para reflejar la inteligencia divina, y cada uno de nosotros tiene la capacidad de mantenerse callado y receptivo para escuchar a Dios y oír la guía divina que necesitamos.
Hace algunos años, una parienta que necesitaba atención vino a vivir conmigo. Para ella la noche era lo más difícil, y no podía permanecer en cama por mucho tiempo sin sentir pánico. Todas las noches durante los siguientes seis meses, me levantaba cuando ella llamaba y la ayudaba a sentarse en una silla reclinable, donde la arropaba con una gran manta suave y almohadas para que pudiera sentirse cómoda y segura.
Una noche especialmente difícil, ella estaba llorando por tener que despertarme todas las noches para cambiarla de lugar. Me escuché a mí misma decir que ambas estábamos despiertas para sentir más del amor de Dios. Le expliqué que en realidad estaba envuelta en los brazos de Dios y que las almohadas y la manta eran simplemente símbolos de Su amor por ella. No mucho después de eso, pudo reanudar el sueño plácidamente en su propia cama cada noche.
Muchos años después, llegó un momento en mi vida en el que me despertaba por la noche con un sentimiento de aprensión. Mis pensamientos estaban llenos de situaciones de “qué pasa si” que me afligían con tal terror que no podía volver a dormirme. Las mañanas siguientes parecían muy oscuras, atemorizantes y deprimentes.
Pero entonces comencé a escuchar a Dios cada vez que me despertaba, y al hacerlo, las noches se iluminaban con la luz de la comprensión espiritual. Esos instantes sagrados se convirtieron en el momento más inspirado y sagrado del día. El tierno consuelo de Dios me bendecía con una paz que disipaba todos mis temores. Poco a poco, los pensamientos aterradores disminuyeron, y nunca más me desperté con pánico.
Hace unos años, tuve el profundo anhelo de sentirme más cerca de Dios, de comprender mejor a mi divino Padre-Madre y sentir Su tierno amor, amistad, paciencia y bondad. ¿Pero cómo? Entender a Dios parecía un desafío tan abrumador que no sabía por dónde empezar y pensaba que no tenía tiempo para resolverlo.
El tierno consuelo de Dios me bendijo con una paz que hizo desaparecer todos mis temores.
No obstante, muy pronto, sin ningún esfuerzo de mi parte, nuevamente comencé a despertarme regularmente por la noche sin poder volver a dormirme. Esta vez, no lo vi como un problema, porque me dio la oportunidad de escuchar a Dios cuando la charla y el clamor del día estaban en silencio y podía oírlo en mi consciencia.
Me quedaba quieta con los ojos cerrados y escuchaba lo que Dios, el Espíritu, me revelaba. A veces escuchaba durante horas mientras los pensamientos llegaban a raudales. Mi oración para sentirme cerca de Dios y conocerlo mejor fue respondida cuando la profundidad y el poder del Espíritu y su amor por toda la creación fueron revelados.
Esta vigilia nocturna ha continuado, y he llegado a verla como mi momento de comunión con Dios. No sucede todas las noches, sino con frecuencia. Cuando me despierto por la noche, nunca dudo en pedirle a Dios lo que Él está listo para mostrarme y lo que yo estoy lista para recibir. A veces Le hago preguntas sobre las cosas que más quiero saber, como el significado de un pasaje de la Biblia o los escritos de Mary Baker Eddy o cómo el Cristo opera en nuestras vidas. Con la pregunta viene la comprensión.
Otras veces me siento impulsada a orar por los problemas mundiales, entre ellos la pobreza, las condiciones climáticas, los incendios, la desunión, la enfermedad y la corrupción en los gobiernos. La tranquila inspiración de Dios pone de manifiesto la realidad espiritual de la creación divina, a nuestro alcance aquí y ahora.
Cuando entiendo claramente que Dios gobierna todo en armonía, sé que la discordia es irreal e ilusoria, y mi corazón está en paz. E incluso si he pasado gran parte de la noche en oración, por la mañana siempre me siento renovada, rejuvenecida e inspirada en lugar de cansada. La comunión con Dios ha sido uno de los aspectos más significativos de mi progreso en la Ciencia Cristiana y me ha bendecido inconmensurablemente. Y es alentador darse cuenta de que Dios, el Amor divino, cuida de nosotros a cada hora.
El deseo de comprender a Dios y sentir el amor del Amor es oración, y todos podemos pedir a Dios sincera y frecuentemente que se nos revele. Si bien lo que funciona para mí no será necesariamente la mejor manera para que todos estén en comunión con el Padre, es un hecho que el anhelo profundo y humilde de conocer a Dios será respondido de la manera que bendiga a cada individuo de la manera correcta para él.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 1).
La Biblia hace una promesa similar: “Acércate a Dios y Él se acercará a ti” (Santiago 4:8, según New King James Version). Y Cristo Jesús nos asegura: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32).
La bondad de Dios está aquí y ahora. A Dios le encanta revelarse a Sí mismo, así como revelar el reino de los cielos, a Sus hijos en cualquier momento, incluso en medio de la noche.