Cuando estaba esperando nuestro primer hijo, elegí a un obstetra amable y respetuoso que estaba feliz de trabajar con pacientes que practicaban la Ciencia Cristiana, y tuve una experiencia de parto armoniosa.
Para cuando nuestro segundo hijo estaba en camino, mi esposo y yo nos habíamos mudado a otra ciudad, así que elegí a una partera que nos recomendó un amigo. Durante mi primer embarazo, el obstetra me había sugerido tomar vitaminas prenatales, pero la partera me dijo que una nueva investigación había indicado que los suplementos eran ineficaces. Me pidió que simplemente comiera comidas balanceadas.
Sin embargo, luego me advirtió que en algún momento me volvería anémica y tendría que comenzar a tomar píldoras de hierro porque era normal que las mujeres embarazadas se volvieran anémicas. Si bien aprecié sus buenas intenciones al decirme esto, el concepto en sí me pareció ridículo. La anemia es, por definición, una condición anormal. ¿Cómo es posible tener una anormalidad normal? Pero como lo único que la partera me pidió en ese momento era comer comidas balanceadas, estuve feliz de hacerlo.
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