Me gustaría compartir una experiencia que tuve hace un tiempo, cuando estaba preparando todo para visitar a mi suegro en otra ciudad con mi marido e hijos. Para aprovechar que estaríamos fuera de casa por unos días, mi esposo y yo tuvimos la idea de fumigar el exterior de la casa, tarea que yo había hecho con anterioridad.
El auto estaba cargado y todos listos para salir, por lo que debía proceder rápidamente y subirme al auto. Sin embargo, las cosas no sucedieron como lo teníamos planeado. Fui a nuestro lavadero para poner la solución química en el pulverizador del tanque. Al bombear la solución en el tanque muchas veces, según las indicaciones, la presión aumentó. Pero no me di cuenta de que no había quedado bien cerrada la válvula, y en el momento en que apreté el gatillo para probar el aerosol, la manguera se soltó del tanque y la solución química salpicó la habitación por todos lados, incluyendo mi cara, ojos y manos.
Las instrucciones para usar el producto decían que si el veneno entraba en contacto con tus ojos, debías ir de inmediato a un hospital. El miedo me embargó y pensé en suspender el viaje. Sin embargo, en ese momento crítico, sentí la presencia protectora de Dios, el Amor divino, que me cobijó y dijo: “No temas”.
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