Me gustaría compartir una experiencia que tuve hace un tiempo, cuando estaba preparando todo para visitar a mi suegro en otra ciudad con mi marido e hijos. Para aprovechar que estaríamos fuera de casa por unos días, mi esposo y yo tuvimos la idea de fumigar el exterior de la casa, tarea que yo había hecho con anterioridad.
El auto estaba cargado y todos listos para salir, por lo que debía proceder rápidamente y subirme al auto. Sin embargo, las cosas no sucedieron como lo teníamos planeado. Fui a nuestro lavadero para poner la solución química en el pulverizador del tanque. Al bombear la solución en el tanque muchas veces, según las indicaciones, la presión aumentó. Pero no me di cuenta de que no había quedado bien cerrada la válvula, y en el momento en que apreté el gatillo para probar el aerosol, la manguera se soltó del tanque y la solución química salpicó la habitación por todos lados, incluyendo mi cara, ojos y manos.
Las instrucciones para usar el producto decían que si el veneno entraba en contacto con tus ojos, debías ir de inmediato a un hospital. El miedo me embargó y pensé en suspender el viaje. Sin embargo, en ese momento crítico, sentí la presencia protectora de Dios, el Amor divino, que me cobijó y dijo: “No temas”.
Enseguida me lavé las manos y la cara pensando en estas palabras de nuestro Maestro Cristo Jesús a sus seguidores: “Tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18). Esto calmó mi pensamiento y me hizo tomar conciencia de mi naturaleza espiritual y de que estaba a salvo del mal.
Mary Baker Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Todas las cosas son creadas espiritualmente” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 256). Dios es Espíritu, el creador del hombre y del universo. Además, se nos dice en el primer capítulo de la Biblia: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Dado que Dios me hizo a mí y a cada una de Sus creaciones a Su semejanza, es decir, espirituales, no podía experimentar una reacción de la materia ni ninguna condición material.
También pensé que ir a visitar a mi suegro iba a ser una bendición tanto para él como para mis hijos. Hacía mucho que no lo veíamos, y sería una alegría para todos compartir un fin de semana juntos. Comprendí que suspender el viaje no era la solución, porque estaría cediendo a la falsa creencia de que los hijos de Dios pueden ser víctimas del azar o de un accidente. Sabía que los accidentes no vienen de Dios, que es el Amor omnipresente; por lo tanto, no tienen realidad ni influencia sobre nosotros, y podía hacer frente a la creencia en un poder opuesto a Dios sin dañarme a mí misma.
Y así fue. No experimenté secuelas. Terminé de limpiarme, y cuando subí al auto, tuve la preciosa oportunidad de compartir esta instancia de protección con mis hijos y mi esposo —al mostrarles que nada había sucedido en mi cara, manos y cuerpo— y reflexionar sobre el tierno cuidado y protección que Dios nos brinda a cada uno de nosotros. No tuve ninguna dificultad ese fin de semana ni en ningún momento después de esta experiencia.
Estoy segura de que recurrir a Dios es la elección más segura y perfecta en cualquier situación, ya que nos libera de los pensamientos limitados que causan miedo y abre, en cambio, la puerta de la consciencia al calor y la luz del Amor divino, que sana y bendice a Sus hijos amados. Cada uno de nosotros es el hijo de Dios, como se nos dice en la primera epístola de Juan en la Biblia: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (3:1).
Claudia Honorato
Santiago, Chile