Una vez escuché a un organizador profesional describir un hogar ordenado como aquel en el que cada objeto tiene su propio hogar, su propio lugar específico. Para mí, a medida que he comenzado a ver que cada objeto verdaderamente necesario en mi hogar representa una idea espiritual útil, esto tiene mucho sentido. Pero no siempre lo vi así.
Cuando de adulta me mudé a mi primera casa, me encantaba cada pequeño rincón y grieta. Pero pronto pareció que cada pequeño rincón y grieta estaba lleno de cosas, como ropa y platos sin lavar, libros y revistas sin leer, etc. No obstante, el mayor problema eran las decisiones no tomadas, las cosas que aún no habían encontrado un lugar correcto.
Era una casa más antigua, y estábamos tratando de eliminar con vapor muchas capas de papel tapiz viejo en nuestro comedor, que estaba justo en la parte delantera de la casa. Parecía que una bomba había explotado en esa habitación. Por más que lo intentaba no lograba controlar el desorden y la suciedad. Estaba frustrada, avergonzada y llena de condenación propia.
Un día, una amiga de la iglesia llegó a mi puerta inesperadamente. Estaba tan avergonzada por mi casa que las lágrimas comenzaron a fluir. Con tierno amor y sin rastro de juzgarme, ella me rodeó con sus brazos y dijo: “¡Oh, Julie, esta no es tu consciencia!”.
En ese momento, sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Me di cuenta de que había estado pensando que, si mi hogar representaba mi consciencia, entonces mi consciencia debía ser un terrible desastre. Había estado razonando de efecto a causa en lugar de causa a efecto. Mi amiga, sin embargo, lo había hecho bien. Ella vio que, puesto que soy la imagen de Dios, mi consciencia es, como Dios, tranquila y ordenada, y mi hogar debe reflejar eso.
¿Mi casa se convirtió en un modelo de orden y limpieza de inmediato? No, pero mi pensamiento empezó a cambiar. Me di cuenta de que yo amaba la belleza y el orden y deseaba expresar esas cualidades en todo lo que decía y hacía. Recordé una declaración que Mary Baker Eddy hace en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (pág. 1).
Orando para verme a mí misma como el reflejo de la Mente perfecta única, Dios, Le confié a Él mi deseo de orden. A medida que crecía espiritualmente, encontré mayor claridad acerca de cómo organizar las cosas que eran útiles en nuestro hogar y deshacerme de las cosas que ya no eran necesarias.
¿Está mi casa completamente libre de desorden hoy? Reitero, no, pero el desorden ya no gobierna mi vida. He llegado a comprender que demasiadas cosas y la falta de orden van de la mano. Y estoy descubriendo que la eliminación del desorden mental conduce a la claridad sobre lo que realmente se necesita en mi hogar. Me he vuelto más resistente a las pretensiones publicitarias de que este o aquel producto es imprescindible y que hará la vida mejor o más fácil. Es claro para mí que una abundancia de cosas —el resultado de enfocarse demasiado en la materia— en realidad nos encarcela en lugar de liberarnos.
Una definición de desorden es “un estado o condición de confusión” (dictionary.com). A menudo, una acumulación de demasiadas cosas en nuestros hogares es el resultado de decisiones que hemos pospuesto, en parte porque no tenemos claro qué constituye la realización, la felicidad y la seguridad.
A medida que comenzamos a ver que Dios es la única Mente —nuestra única Mente— la confusión y la indecisión son reemplazadas por la claridad. Descubrimos plenitud y seguridad al obtener una comprensión espiritual más profunda. Dejamos de razonar en función de “Podría necesitar esto algún día”, y confiamos en que Dios siempre satisfará nuestras necesidades. Conocemos los pensamientos que necesitamos, por lo que podemos reconocer las cosas que necesitamos y las que no, y podemos abandonar estas últimas.
Cristo Jesús comprendió esto. Debido a que percibía y reconocía su unidad con su Padre, no se vio obstaculizado por el desorden mental ni agobiado por las cosas materiales. Él dijo: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Y confió en que Dios, que es el Amor infinito, suministraría cada idea correcta precisamente como se necesitara.
Dios, el Principio infinito, crea y mantiene la relación de todas Sus ideas en perfecto equilibrio y orden. El Principio es absolutamente eficiente. No pasa por ciclos de acumulación y purga. Asegura que nunca puede haber demasiado o muy poco de algo correcto o bueno. Cada idea tiene su propio propósito verdadero y lugar específico.
A medida que nos identificamos más constantemente como la expresión del Principio, nuestro pensamiento está menos desordenado por el temor, el orgullo o la condenación, modos de pensamiento sin valor alguno. Encontramos que nuestros pensamientos y acciones se vuelven más estables y sabios. Nos volvemos menos impulsivos, más dispuestos a hacer una pausa y preguntarle a Dios qué debemos obtener y guardar, qué rechazar o desechar. Estamos satisfechos. Entonces nuestros hogares se convierten en remansos de alegría y paz.
Nuestra Vida es Dios, y la Vida incluye salud, abundancia y libertad. La vida nunca está atrapada en el pasado ni es temerosa sobre el futuro. Debido a esto, podemos dejar de lado el desorden mental y físico. Podemos reemplazar la confusión con la claridad de la Mente perfecta. ¡Y podemos hacerlo hoy!