Tengo mucho por lo que estar agradecido como resultado de haber sido criado en la Ciencia Cristiana; una bendición aún mayor por haber conocido sus enseñanzas a edad muy temprana, cuando el pensamiento está más abierto a nuevas ideas.
Mi madre conoció la Ciencia en Inglaterra en lo que debe haber sido un momento muy difícil. La Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar, y su esposo había sido recluido como un “enemigo extranjero”, lo que la convirtió efectivamente en una madre soltera. En aquellos días oscuros, cuando Inglaterra luchaba por sobrevivir, la vida debe haber parecido bastante sombría. Fue durante este período que el cuñado de mi madre le habló de la Ciencia Cristiana; una religión cuyos seguidores se apoyaban en Dios para sanar.
Mi madre tenía mucho con lo que lidiar: un bebé, un esposo ausente, sin trabajo, una guerra atroz. A pesar de estos desafíos, o tal vez debido a ellos, algo acerca de esta nueva religión le atrajo. Tal vez fue la idea de poder apoyarse en Dios como “el infinito sostenedor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. vii). Cualquiera fuera el caso, como resultado de la perspicacia, percepción y fortaleza de mi madre al aplicar su creciente comprensión de la Ciencia Cristiana, sus necesidades fueron ampliamente satisfechas —empleo, vivienda, etc.— y su hijo recibió el beneficio de una educación en sus enseñanzas. Estoy muy agradecido por esta educación porque sé cuánta ayuda ha traído (y todavía trae) a mi vida.
Para empezar, me sanó del hábito de fumar que había comenzado desde temprana edad. Había intentado en vano dejarlo usando la voluntad propia, pero fue el tratamiento metafísico amoroso de un practicista de la Ciencia Cristiana lo que resolvió este problema. El deseo de fumar simplemente desapareció, y casi antes de que me diera cuenta, ¡me había liberado! La Ciencia Cristiana ciertamente funciona de las maneras más maravillosas, ya que esa liberación tuvo lugar hace casi sesenta años.
No puedo terminar este testimonio sin expresar mi gratitud por Mary Baker Eddy y su perseverancia hace más de cien años al dar a conocer al mundo su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, así como por mi madre por apoyar mi crecimiento en esta Ciencia.
Presento este testimonio hoy en agradecimiento por todos aquellos que han enriquecido nuestras vidas con la Ciencia Cristiana.
Michael Reiser
Maresfield, East Sussex, Inglaterra