Los informes sobre el clima extremo, la guerra, la pandemia y la inestabilidad económica pueden hacer que parezca que vivimos en un universo caótico donde tenemos poco poder sobre nuestra propia vida.
Como alguien que ha encontrado paz mental y respuestas prácticas por medio de la oración, quería orar para ver más allá de esta deprimente perspectiva de la vida hacia algo más prometedor, para mí y mi familia y para todos los ciudadanos del mundo. Un momento de caos en un viaje reciente me dio una oportunidad modesta pero significativa para hacer dicha oración.
Mi esposo y yo habíamos disfrutado de viajes tranquilos y sin incidentes durante la primera parte de nuestra travesía. No obstante, el regreso parecía complicado con dos cambios de avión y posibles retrasos prolongados debido al clima extremo. Cuando recibí un mensaje de texto de la aerolínea diciendo que nuestro primer vuelo se había retrasado, supe que este cambio afectaría todo nuestro viaje a casa.
Traté de orar. Pero al principio mis pensamientos estaban más llenos de pánico que de oración, rebotando entre suplicar a Dios que nos ayude, e imaginar todas las situaciones que podrían presentarse a lo largo de nuestro viaje. Finalmente, hice una pausa para calmarme y realmente escuchar los pensamientos de Dios. Sabía que Sus pensamientos jamás podían incluir el temor y la duda, sino sólo paz y claridad.
Se me ocurrieron dos ideas. La primera fue que a lo largo de la Biblia, Dios instruye a las personas a “no temer”. Vi estas instrucciones no solo como palabras agradables y reconfortantes, sino como mandatos. Así que si quería obedecer a Dios, a quien amo, podía seguir este mandato amoroso, y dejar de preocuparme. De repente, me pareció posible hacerlo.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es la Mente divina. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, leemos: “La Ciencia revela sólo una Mente, y esta brillando por su propia luz y gobernando el universo, incluyendo el hombre, en perfecta armonía” (págs. 510-511). Podía confiar en Dios, la Mente perfecta, para mantener el universo —que ciertamente incluía todas mis actividades— moviéndose en perfecta armonía.
El segundo pensamiento que dio tracción a mis oraciones fue que en lugar de pedirle a Dios que nos ayudara a mi esposo y a mí a abrirnos camino a través del caos del clima extremo y los vuelos interrumpidos, podía ampliar mis oraciones para incluir a todos. Podía orar por la humanidad, e incluso por el universo.
Cuando comencé a hacer eso, me vinieron al pensamiento las palabras de un himno que me encanta:
Los cielos cantan gloria
a Aquel que todo creó;
es cada día historia
y es cada noche unción.
En el confín del mundo
conocen Su poder;
belleza, grandeza y orden juntos
están en Su labor.
(Frederic W. Root, Himnario de la Ciencia Cristiana N° 329, según versión en inglés)
Me di cuenta de que si realmente estaba buscando “belleza, grandeza y orden”, que sabía que existían porque Dios “todo creó”, entonces vería estas cualidades más claramente. Reconocer estas cualidades espirituales nos ayudarían tanto a mí como a mis compañeros de viaje.
Podía confiar en Dios, la Mente perfecta, para mantener el universo —que ciertamente incluía todas mis actividades—moviéndose en perfecta armonía.
Y eso es exactamente lo que sucedió. Comencé a ver expresiones de “Su labor” en todas partes: la amabilidad y la paciencia de los asistentes de vuelo y el personal del aeropuerto; las alegres travesuras de los niños pequeños; la forma tranquila y ordenada en que la gente se alineaba; y la amabilidad de los pasajeros ayudando y sonriendo unos a otros. Todo esto a pesar de los retrasos, las interrupciones y el calor del día. Reconocí que esto era evidencia del universo pacífico y ordenado de la Mente divina.
Ceder a la Mente de esta manera me ayudó a disciplinar mi pensamiento para poder ver el control de Dios en abundancia. Cuando parecía que mi esposo y yo teníamos poco tiempo para llegar a nuestro vuelo, los trabajadores del aeropuerto y otros viajeros estuvieron tranquilos y serviciales, y llegamos a nuestro avión con tiempo de sobra antes de que cerraran las puertas.
Ciertamente me alegré de llegar a casa a tiempo, pero estaba mucho más agradecida por haber tenido una preciosa vislumbre del universo ordenado de Dios. Si bien mi experiencia es un ejemplo muy modesto, me demostró que es posible ser testigo de este orden perfecto en nuestra vida diaria. No necesitamos vernos a nosotros mismos o a los demás como víctimas de circunstancias fuera de nuestro control, sino más bien como incluidos en el verdadero universo de la paz perfecta de Dios.