Parecía que todo se estaba desmoronando. Nuestra casa se había quemado y todo el piso superior había sido destruido. Mi papá había perdido su trabajo y quería divorciarse de mi mamá. Yo necesitaba ropa nueva, pero no tenía dinero. No sabía qué hacer, pero una noche hablando por teléfono con mi mamá, su voz firme pero reconfortante me ayudó a entender que debía quedarme en la universidad y no volver a casa. De alguna manera, pude escuchar las palabras amorosas de mi mamá y confiar, en pequeña medida, en que Dios nos estaba cuidando a todos.
Pero todo parecía un desastre. Estaba a cientos de kilómetros de distancia, sin nadie a quien recurrir y sin forma de apoyar a mi familia. Me sentía impotente e inútil.
¿Qué debía hacer? Había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y a través de muchas experiencias mientras crecía, que Dios cuida de nosotros porque nos ama, porque Él es el Amor mismo. El Amor llena todo el espacio, y podemos confiar en él sin importar qué estemos enfrentando. Había leído esta idea en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y ahora me consoló: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Me di cuenta de que aunque no entendiera cómo sucedería, Dios, el Amor divino, satisfaría mis necesidades y las de mi familia. Este era un hecho con el que podía contar, y me trajo paz.
Mientras continuaba orando, me vino la idea de hablar con el hombre que dirigía la cocina en el campus, y me dio un trabajo preparando comidas. Le di gracias a Dios por esta maravillosa oportunidad. Me hizo pensar en la vida de una manera diferente. Me di cuenta de que este trabajo era mucho más que ganar algo de dinero muy necesario. Vi que podía servir a Dios siendo útil a los demás. Nunca había pensado en eso antes.
Durante este tiempo, seguí leyendo la Lección Bíblica semanal que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y fui a la iglesia todos los domingos. Esto me fortaleció con ideas y me dio fuerza espiritual para lidiar con todo lo que estaba sucediendo con mi familia. En la Biblia, leí la historia de Rut, quien fue leal a su suegra, Noemí, y realmente amaba a Dios. Siguió a Noemí a una nueva tierra y estaba feliz de mantenerla, sin preocuparse nunca por sí misma. Ella fue un ejemplo maravilloso para mí, y descubrí que las viejas formas egocéntricas de pensar se desvanecían a medida que me enfocaba más en servir a Dios y a los demás en lugar de pensar en mí misma.
Finalmente, pude comprar la ropa y otros artículos que necesitaba, incluso algunas cosas pequeñas que hicieron la vida un poco más agradable. Y aunque mis padres finalmente no permanecieron juntos, aprendí que al menos habían resuelto sus diferencias por el momento y que mi familia había recibido lo que necesitaba de inesperadas maneras.
Esta experiencia cambió mi vida. No solo aprendí a confiar en el cuidado del Amor tanto para mi familia como para mí, sino que también aprendí que lo importante en la vida no es lo que tenemos. Lo que importa es nuestro amor por Dios y el amor que expresamos a los demás. Mucho después de que nuestra casa fue reconstruida, todavía me sentía agradecida por la reconstrucción espiritual del carácter que me llegó a través de esta experiencia.
