Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

EDITORIAL

¿Te conmueve la compasión?

Del número de noviembre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 25 de septiembre de 2023 como original para la Web.


La compasión nos conmueve de muchas maneras diferentes, tal vez especialmente durante la temporada de las fiestas. Las personas se ofrecen como voluntarias en bancos de alimentos, donan juguetes, sirven comidas en refugios o llevan a cabo otros actos de benevolencia anónimos. Los actos de bondad bendicen al dador y al receptor y abren la puerta a la posibilidad de verse unos a otros como dice la Biblia que Cristo Jesús veía a las personas: completas.

Más que todo, un corazón compasivo anhela sanar los males de los demás. El Evangelio de Marcos describe cómo Jesús respondió con compasión cuando se le acercó un hombre que sufría de lepra. El hombre dijo: “Si quieres, puedes limpiarme”. Luego, el relato nos dice: “Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” (1:40, 41).

Es justo preguntar: “¿Llega mi compasión lo suficientemente lejos como para sanar?”. La compasión que depende de los altibajos de la bondad personal no es apta para esta tarea. No obstante, la Biblia nos ayuda a sentir la compasión que conmovió a Jesús, al conectarla con el Amor divino, la fuente del amor que nunca se agota. El profeta Isaías dice que el amor compasivo de Dios es aún más constante que el amor de una madre por su precioso bebé: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Nadie está fuera de la conciencia amorosa que Dios, la Mente infinita, tiene de su propia descendencia. Esta imagen afectuosa nos habla de la unidad de Dios, nuestro Padre-Madre, y Su hijo, nuestra verdadera individualidad espiritual.

Los Evangelios muestran que Jesús veía a cada individuo no como quebrantado o dañado por las difíciles circunstancias humanas, sino como amado, cuidado, valorado y abrazado por Dios. Es el tipo de compasión de “nunca me olvidaré de ti”, que no ve separación entre el Padre-Madre y el hijo, que trae la transformación de la consciencia humana necesaria para curar los males. El Salvador sanaba mediante su comprensión de que la individualidad espiritual única de cada persona es la semejanza perfecta de Dios, nuestro creador. Entonces las cadenas mentales del pecado y la enfermedad desaparecían de los corazones receptivos que acudían a él en busca de ayuda.

No todos servimos en organizaciones benéficas, pero todos podemos ser sanadores en nuestros contactos diarios con familiares, compañeros de trabajo o conocidos. Tenemos la oportunidad de practicar la compasión propia del Cristo que Jesús personificó y que va más allá del alcance bien intencionado y conduce a la curación. Tal vez sintamos que tenemos poco para dar, pero podemos comenzar a hacerlo. Sentir el amor de Dios por nosotros nos hace querer compartirlo, así como tomarse el tiempo para amar a los demás nos enseña sobre el amor ilimitado de Dios por todos. Desear ayudar dejando que nuestro afecto más profundo por el hijo del Amor nos guíe se convierte en la norma, no en la excepción, en nuestros días. Esta es la obra del Cristo en nosotros, el hombre real que refleja la naturaleza de Dios como la Verdad, la Vida y el Amor.

Mary Baker Eddy siguió de cerca a Cristo Jesús. Ella experimentó tristeza y necesidades muchas veces en su vida y anhelaba ayudar a cualquiera que estuviera sufriendo. Pero su fortaleza era más que un corazón lleno de ternura. Su protesta interior contra todo lo que fuera desemejante al Amor, Dios, la llevó a descubrir la Ciencia Cristiana y su poder para regenerar las vidas humanas. Dijo: “La llamé Cristiana porque es compasiva, útil y espiritual” (Retrospección e Introspección, pág. 25). Mientras sanaba a decenas de personas de enfermedades mentales, emocionales y físicas, descubrió las reglas para la compasión y la curación cristianas.

La Sra. Eddy describió una regla de esta manera: “Los afectos humanos necesitan cambiarse del yo a la benevolencia y al amor hacia Dios y al hombre; cambiarse para tener un solo Dios y amarle supremamente, y ayudar a nuestro prójimo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 50).

Nosotros también debemos ser conmovidos con la compasión, porque la misericordia, la bondad, la justicia —las fuerzas del Amor divino, Dios— están siempre en operación en el reflejo del Amor. Puede ser difícil no enfocarse en lo que creemos que necesita arreglarse en la vida de alguien, tal vez especialmente en la nuestra. Pero la compasión nos impulsa a orar para ver más de la naturaleza divina que Jesús vio en las personas. Esta oración es respondida cuando el Amor nos da una visión elevada de un individuo como el reflejo completo, satisfecho y amado de Dios. La oración arrasa con el miedo y trae la paz y la armonía del Amor divino a nuestras vidas.

Quizás necesitemos más gracia y menos materialidad, menos preocupación por nosotros mismos, menos duda, ira, orgullo o codicia. Dichos factores negativos no tienen rastro alguno del Cristo sanador en ellos. En contraste, la compasión que surge de la mansedumbre, la paciencia y la intuición espiritual siempre nos ayuda a ver que la curación es posible. Estas cualidades están animadas por el amor a Dios y por la conciencia del bien alcanzable que el Cristo, el espíritu de la Verdad, nos brinda.

Sentirse permanentemente atrapado por las dificultades e incapaz de ayudar a los demás, o creer que otros están atascados, es la influencia embotadora de lo que la Ciencia Cristiana llama mente mortal, porque es la creencia de que tenemos una mente separada de Dios que informa acerca de nuestro bienestar, o la falta de este. La mente mortal solo ofrece su propia perspectiva de la vida física perecedera, lo que lleva a las personas a perder la confianza en sí mismas y en los demás.

La compasión nos hace sentir insatisfechos con tales informes y su sombría perspectiva sobre el progreso. A medida que aceptamos la unidad del hombre con Dios, encontramos que nuestras experiencias diarias se convierten en un terreno de práctica para la esperanza, la gratitud y la curación. Algunos de los frutos de esta práctica se comparten cada año en los servicios religiosos del Día de Acción de Gracias, así como en las reuniones semanales de testimonios en las Iglesias de Cristo, Científico, en todo el mundo, cuando los congregantes dan gracias por haber sido sanados por la Ciencia Cristiana.

Estar a salvo, abastecidos y bien es lo que queremos para nosotros y para los demás. Esta promesa se cumple a través de la compasión que conmovió a Jesús. El Cristo eleva nuestros pensamientos hacia la realidad de nuestra filiación espiritual con Dios que expresa la sabiduría de la Mente, la vitalidad de la Vida y el poder sanador del Amor. Con el Cristo como nuestro modelo, podemos identificar oportunidades para ver curaciones. Y con la compasión propia del Cristo como nuestra guía, podemos responder a la pregunta “¿Me conmueve la compasión?” con un sincero “¡Sí!”.

Susan Stark
Gerente de Redacción 

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / noviembre de 2023

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.