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RELATOS DE CURACIONES

Curación de enfermedad respiratoria crónica

Del número de noviembre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 17 de julio de 2023 como original para la Web.


Hace varios meses, tuve que hacer un mandado a una distancia de unos 5 km de ida y vuelta.

“Perfecto”, pensé. “¡Voy y vengo caminando!” A menudo me sucede que, cada vez que salgo a caminar con un propósito en especial o simplemente porque lo disfruto, me invade una gran gratitud a Dios.  La magnitud del gozo y la libertad que siento al caminar no tienen comparación con nada que haya sentido antes. En el pasado no había sido así, sino todo lo contrario.

Desde la primera infancia, padecí de lo que la medicina había diagnosticado como enfermedad respiratoria muy grave y crónica. Mi actividad física estaba seriamente restringida, pues cada esfuerzo me impedía respirar con normalidad, así como el exponerme al calor y al frío. Tenía que pasar gran parte de mi tiempo adentro, incapaz de salir a nuestro jardín o asistir a la escuela con regularidad.

Si bien conocía la Ciencia Cristiana y había concurrido a la Escuela Dominical y a la iglesia a lo largo de mi vida, no lo hacía regularmente ni era esta la fuente principal de mi bienestar. Desde la adolescencia había comenzado a pedir ayuda a los practicistas de la Ciencia Cristiana para que me dieran tratamiento por medio de la oración, pero casi nunca lo hacía por mí misma. Les pedía a mis padres que lo hicieran por mí. Y aunque el tratamiento del practicista traía alivio temporal, yo no entendía la Ciencia Cristiana, y tampoco buscaba entenderla. Simplemente la utilizaba para evitar la tan temida llamada al servicio de emergencia hospitalaria donde muchas veces quedaba internada.

No obstante, hubo un episodio, ya de adulta, que marcó un antes y un después. Un día, cuando iba caminando al trabajo a unas pocas cuadras, y apenas me daba el aliento para llegar a destino, decidí llamar y pedir una consulta con un especialista médico porque no lograba tener el alivio que el tratamiento metafísico a menudo me había brindado. Me hice todos los exámenes indicados por el doctor y él me dijo que iba a ser muy honesto conmigo. Empezó diciéndome que al haber sufrido esta enfermedad desde siempre había perdido gran parte de mi capacidad respiratoria y que el problema empeoraría con el paso del tiempo. También dijo que lo único que él podía hacer por mí era recetar un nuevo medicamento en el mercado con el fin de mejorar un poco mi calidad de vida. Pero que nunca podría respirar normalmente. La capacidad que había tenido para recuperar esta habilidad había desaparecido para siempre, y me sentiría cada vez peor. No había ninguna solución en la medicina, solo podía brindarme un alivio temporal.

Mientras escuchaba este terrible diagnóstico, lo único que podía pensar era: “Esto no puede ser real; esto no puede ser verdad. No puede ser la verdad de Dios, que es la única Verdad”.  

Si bien seguí todas las indicaciones del médico y adquirí la nueva medicina, nunca me abandonó ese pensamiento de que no tenía que aceptar ese veredicto. Las verdades espirituales que había oído en la iglesia de la Ciencia Cristiana y en la Escuela Dominical a la que había asistido en mi juventud acudían a mí a cada momento, y me alentaban a despertar de este falso cuento de sufrimiento y vida en la materia.

En la época en que me dieron el diagnóstico médico, mi padre era Primer Lector de nuestra iglesia filial, y comencé a concurrir más seguido al servicio y a interesarme en las Lecciones Bíblicas semanales de la Ciencia Cristiana. También por primera vez leí Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, de tapa a tapa. Como resultado de este estudio —el cual sacó mi atención de la enfermedad y me ayudó a acercarme más a Dios— así como de las oraciones de mis padres a lo largo de mi vida, la condición respiratoria comenzó a desaparecer.

La curación no se produjo de inmediato, pero fue inevitable. De hecho, tomó unos cuarenta años, que según la Biblia fue el tiempo que los hijos de Israel deambularon por el desierto después de salir de Egipto. Sin embargo, mi consciencia gradualmente se fue llenando de luz con la comprensión espiritual de mi perfección como hija de Dios, totalmente separada del sueño de ser un humano con una historia u origen material. Esta comprensión preparó el camino para que se produjera la completa curación de esta condición un par de años más tarde.

Un día tuve que llenar un formulario para viajar, y me encontré con la siguiente pregunta: “¿Utiliza medicinas? Indique cuáles y con qué frecuencia”. Fue entonces que noté que hacía por lo menos dos años que no utilizaba medicina alguna, y había estado libre de la dificultad respiratoria, aunque todavía tenía guardado en un cajón el medicamento. Esta pregunta me hizo cuestionar otras cosas: “¿Por qué tengo aún este medicamento? ¿Tengo miedo de que Dios me falle y vuelva a necesitarlo?” Y la pregunta que me producía más temor: “Esta libertad que tengo ahora, ¿durará para siempre?”.

La respuesta, que sé muy bien vino de Dios, fue: “Yo no fallo; no tengas miedo”. Esto disipó el temor y la duda, y me deshice del medicamento.

Poco después, tomé un curso llamado instrucción de clase de la Ciencia Cristiana, el cual me dio una base espiritual más fuerte, una comprensión más clara de que, en realidad, nunca tuve una historia material que me afectara y privara de mi salud o de cualquier otra cosa buena; que una historia mortal no es la herencia de Dios para nadie. Fue esta simple verdad la que me sanó y me liberó hace más de diez años.

Ana Carolina Milone Grasso
Montevideo, Uruguay

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