Recientes informes han puesto en evidencia que muchas adolescentes tienen una sensación más grande de tristeza y desesperanza. Por ejemplo, en un programa que estaba viendo, una adolescente contó su historia diciendo que estaba cada vez más absorbida en buscar aprobación en las redes sociales. Al no sentirse capaz de dejar de hacerlo, comenzó a hacer cosas que afectaban negativamente su bienestar, y su vida comenzó a caer en espiral. Afortunadamente, se dio cuenta de que necesitaba ayuda, y con el profundo apoyo de otras personas, pudo salir de la oscuridad.
La necesidad de sanar este problema realmente me impactó. Así que en ese momento recurrí a Dios en oración, ya que hacerlo me ha resultado útil tantas veces en mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana.
Me vinieron las palabras “giran armoniosamente”. Reconocí que esta frase era de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, así que la busqué y encontré esto: “El día puede declinar y las sombras descender, pero la oscuridad huye cuando la tierra ha girado otra vez sobre su eje. El sol no es afectado por la revolución de la tierra. Así la Ciencia revela el Alma como Dios, intocada por el pecado y la muerte, como la Vida e inteligencia central alrededor de la cual giran armoniosamente todas las cosas en los sistemas de la Mente” (pág. 310).
Qué consuelo considerar a Dios —que es todopoderoso, el bien omnipresente— como la Mente divina y la Vida misma, y el verdadero centro de la existencia. Como hijos de Dios, de hecho somos la expresión espiritual del amor, la armonía y la sabiduría de Dios. Nuestra verdadera identidad jamás incluye tristeza y desesperanza, porque no hay lugar para estos —ya sea como causa o efecto— en la Vida divina e infinita.
¡Qué fortaleza reside en el hecho espiritual de que estamos sujetos a la ley gobernante de la Vida! Nos brinda una base segura para rechazar y superar influencias y pensamientos que no están de acuerdo con la alegría y la armonía de “los sistemas de la Mente”. Dichos pensamientos no provienen de Dios, y por lo tanto no tienen el poder que parecen tener.
Hace muchos años, cuando era una adulta joven, experimenté períodos de tristeza. Aunque no había cosa alguna que pareciera provocarlos, de pronto me abrumaba una sensación de oscuridad, como si hubieran bajado una persiana en una habitación y ninguna luz pudiera brillar.
Me animaba con la promesa bíblica de que “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Esto me dio la autoridad espiritual y el impulso para rechazar la tristeza porque no viene de Dios, y por lo tanto no era parte inevitable de mi forma de pensar. Cuando oraba de esta manera, la persiana mental se levantaba y me embargaba una alegría como la calidez del sol.
Esta alegría parecía tan poderosa que sabía que era más que una emoción humana. Venía de Dios, y algo que todos reflejamos naturalmente como hijos de Dios. Puesto que Dios es la única Mente y Vida legítimas, la única causa gobernante o determinante de nuestra identidad, el resultado natural es una alegría y paz que no dependen de las circunstancias materiales.
Al continuar orando por estos episodios, finalmente se detuvieron para siempre.
Incluso cuando la tristeza parece abrumadora, Dios —el bien infinito— permanece intacto, y nuestra naturaleza como Sus hijos profundamente amados —expresando bondad y alegría divinos— permanece inalterada. Una espiral descendente no es inevitable para nadie, de ningún grupo demográfico. Cada uno de nosotros puede dejar que el amor y la guía de Dios entren en nuestro corazón, abriendo el paso hacia una satisfacción y paz firmemente arraigadas que equilibran y elevan todas nuestras actividades.
