La mayoría de las personas en un momento u otro han lidiado con el temor a ser reemplazadas. Escuchamos, por ejemplo, de trabajadores industriales que les preocupa ser reemplazados por robots, empleados maduros que les preocupa que alguien más joven les quite el trabajo, aquellos que tienen una relación están preocupados de que los dejen por alguien más atractivo o exitoso, mientras que otros creen que los inmigrantes se están apoderando de su patria.
La creencia de que alguien o algo puede reemplazarnos o mantenernos alejados de nuestro justo lugar —uno que deseamos o sentimos que merecemos— es sin duda desalentadora. Si la aceptamos, hemos sido víctimas de la noción de que la vida es material y mortal, que todos estamos compitiendo por una porción de un pastel limitado —cierta cantidad de espacio, pocas oportunidades— y que el tiempo se está acabando.
En los últimos años, en ciertos países se han suscitado deliberadamente algunas de estas creencias falsas y promovido en forma de teorías de conspiración, como la creencia de que existe un movimiento organizado para reemplazar la raza mayoritaria blanca con personas negras y morenas con el fin de cambiar el equilibrio del poder político y social. A medida que tales teorías se han arraigado en la consciencia de muchas personas, han promovido el miedo y el odio, lo que ha llevado en casos extremos a la violencia, entre ellos los asesinatos en masa.
Es necesario cuestionar la idea de que cualquiera puede ser reemplazado o desplazado, porque es una creencia falsa que sugiere que la vida es material y no podemos hacer nada respecto a nuestras circunstancias. El primer capítulo de la Biblia presenta una imagen opuesta de la vida que da esperanza y que, desafortunadamente, tiende a ser ignorada o resistida; una en la que Dios, el Espíritu, creó todo y donde todo lo que Él hizo es totalmente espiritual y bueno (véase Génesis 1:26-31). Esto significa que cada uno de nosotros tiene una naturaleza e identidad espiritual e irremplazable como hijo de Dios, Su imagen y semejanza, y que cada identidad es única y esencial para la felicidad y prosperidad de todo.
Cristo Jesús vio más allá de los marcadores materiales de la cultura y la raza, y vio la verdadera identidad espiritual de los demás.
Este relato espiritual de la creación es la verdadera narración, la base de las enseñanzas y obras sanadoras de Cristo Jesús y de la práctica del cristianismo de Cristo. Afirma que somos iguales ante los ojos de Dios. Nadie está por encima de nosotros, debajo de nosotros, es mejor que nosotros o menos que nosotros. No estamos compitiendo con nadie o en una posición en la que nuestros talentos puedan ser poco apreciados o subutilizados. Cada uno de nosotros tiene un lugar en el reino de Dios que nadie más puede ocupar, y lo que el Padre nos brinda viene directamente a nosotros. Nadie puede interceptar el bien que siempre fluye de Dios hacia nosotros o retrasar u obstruir Su provisión infinita.
La Ciencia Cristiana enseña que, individual y colectivamente, la familia del hombre representa el Amor divino, Dios. Cada identidad es esencial. Por lo tanto, cada individuo es insustituible, inconfundible, con un carácter diferente de todos los demás. No hay sustituto para ti porque nadie puede vivir tu vida, ser tú o dar lo que tú puedes dar.
Tomemos, por ejemplo, a Serena Williams, estrella del tenis estadounidense, que acaba de retirarse. O al renombrado director japonés Seiji Ozawa. Otros seguirán su ejemplo o sus pasos, pero nadie puede reemplazarlos o expresar los talentos que Dios les ha dado de la misma manera. Como hijo de Dios, a ti también te han dado talentos que son singulares y necesarios, y hay suficiente espacio en el universo infinito de Dios para expresarlos. Cada uno de nosotros tiene una misión divina que utiliza estos talentos y que nadie más puede cumplir.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió en un relato autobiográfico: “Ninguna persona puede tomar el lugar individual de la Virgen María. Ninguna persona puede abarcar o desempeñar la misión individual de Jesús de Nazaret. Ninguna persona puede tomar el lugar de la autora de Ciencia y Salud, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Cada individuo debe llenar su propio nicho en el tiempo y en la eternidad” (Retrospección e Introspección, pág. 70).
Cristo Jesús cumplió la misión que Dios le dio al demostrar y enseñar la relación inseparable del hombre con su Padre celestial, el Padre de todos, y salvar a la humanidad de las limitantes creencias de los sentidos materiales. Demostró que comprender espiritualmente que somos uno con Dios —que cada uno de nosotros tiene una relación irremplazable y eterna con Él y, por lo tanto, unos con otros— sana las divisiones dentro de las familias y entre países, géneros, vecinos, razas, compañeros de trabajo, etc.
El maestro cristiano practicó la Regla de Oro que predicó —tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran— al decir a sus discípulos: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). Aunque nació de una madre judía, sus discípulos eran judíos, y su ministerio ocurrió en una pequeña región judía, tuvo un ministerio de curación expansivo y se mezcló con personas de diversos orígenes sociales, culturales y étnicos. Estaba motivado por el Amor divino no por el miedo, y miró más allá de los marcadores materiales de la cultura y la raza, y vio la verdadera identidad espiritual de los demás. Esto le permitió sanar a la hija enferma de una mujer cananea (véase Mateo 15:22-28), a un leproso samaritano (véase Lucas 17:11-16) y al siervo de un soldado romano (véase Mateo 8:5-13). Él entendió que Dios nos ama a cada uno de nosotros, y que nosotros debemos amarnos unos a otros.
Lo que más se necesita hoy es esta comprensión más profunda del amor invariable de Dios, y el hecho de que el plan de salvación universal de Dios incluye a cada individuo y nada puede reemplazar Sus ideas o desplazar su armoniosa disposición.
La Sra. Eddy escribió: “Deja que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye tu comprensión del ser, y esta comprensión sustituirá el error por la Verdad, reemplazará la mortalidad con la inmortalidad y silenciará la discordancia con la armonía” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 495).
En la medida en que hacemos esto, reconocemos la hermandad del hombre. Amamos más fácilmente a nuestro prójimo como a nosotros mismos y vemos que cada persona es invalorable para Dios y entre sí. De esta manera, contribuimos a la paz del mundo, construyendo puentes entre razas y naciones, y eliminando el temor de que alguien pueda ser reemplazado. Todo lo que el Amor divino ha hecho es eternamente irremplazable.
