En sí mismas, qué y si son palabras inocuas. Pero cuando se ponen juntas, pueden distorsionar el pensamiento y convertirlo en preocupación, miedo o arrepentimiento. ¿Quién no ha sentido la angustia de preguntarse algo como esto: ¿Qué pasa si pierdo mi trabajo? ¿Qué pasaría si hubiera salido de casa antes para esa cita? ¿Y si hubiera dicho que sí a esa relación? ¿Qué pasa si no me siento bien mañana?
En el fondo de tales preguntas negativas de “qué pasaría si”, está la creencia de que algo más que nuestro Dios del todo amoroso y bueno nos gobierna. Es la creencia de que algún mal podría sobrevenirnos en el futuro, o que perdimos la oportunidad de hacer algo en el pasado, y, en consecuencia, nuestra vida tuvo un cambio para peor. O incluso que por poco nos escapamos de los problemas esta vez pero podríamos no ser tan afortunados la próxima.
La pregunta “qué pasaría si” puede causar ansiedad, un sentido de culpa o condenación propia. Y, puesto que jamás habrá una respuesta definitiva, hacer la pregunta solo comienza un proceso de pensamiento insatisfactorio. Preguntarnos “¿qué pasaría si?” nunca nos hace sentir mejor.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!