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Original Web

Enfócate en lo que es, no en “¿qué pasaría si?”

Del número de noviembre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 de agosto de 2023 como original para la Web.


En sí mismas, qué y si son palabras inocuas. Pero cuando se ponen juntas, pueden distorsionar el pensamiento y convertirlo en preocupación, miedo o arrepentimiento. ¿Quién no ha sentido la angustia de preguntarse algo como esto: ¿Qué pasa si pierdo mi trabajo? ¿Qué pasaría si hubiera salido de casa antes para esa cita? ¿Y si hubiera dicho que sí a esa relación? ¿Qué pasa si no me siento bien mañana?

En el fondo de tales preguntas negativas de “qué pasaría si”, está la creencia de que algo más que nuestro Dios del todo amoroso y bueno nos gobierna. Es la creencia de que algún mal podría sobrevenirnos en el futuro, o que perdimos la oportunidad de hacer algo en el pasado, y, en consecuencia, nuestra vida tuvo un cambio para peor. O incluso que por poco nos escapamos de los problemas esta vez pero podríamos no ser tan afortunados la próxima.

La pregunta “qué pasaría si” puede causar ansiedad, un sentido de culpa o condenación propia. Y, puesto que jamás habrá una respuesta definitiva, hacer la pregunta solo comienza un proceso de pensamiento insatisfactorio. Preguntarnos “¿qué pasaría si?” nunca nos hace sentir mejor.

Por el contrario, lo que sana, consuela y satisface es apreciar lo que es: lo que es verdadero, lo que es bueno, lo que es poderoso, lo que nos gobierna. Por supuesto, todo esto es Dios. Como escribe la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 151). 

Me mantuve con firmeza pensando en lo que es: que Dios es Todo-en-todo, que yo soy Su hija amada.

En uno de sus sermones, la Sra. Eddy dijo: “El prefijo latino omni, que significa todo, antepuesto a las palabras potencia, presencia, ciencia, convierte éstas en todo-poder, toda-presencia, toda-ciencia. Utilícense estas palabras para definir a Dios, y nada le queda a la consciencia sino el Amor, sin comienzo ni fin, o sea, el sempiterno Yo soy, y el Todo, aparte del cual no hay nada” (Mensaje a La Iglesia Madre para 1902, pág. 7).

Pensar en Dios, el bien, como omnipotente, omnipresente, omnisciente, cambia el guion de “qué pasaría si”. Al mantenernos enfocados en lo que es verdad, en lugar de cavilar sobre lo que podría suceder o lo que podría haber sucedido, podemos experimentar el gobierno de Dios que trae confianza, dirección y paz a nuestros pensamientos y acciones. 

Una noche hice un trayecto largo para visitar a un amigo. En el viaje de regreso, guiada por las instrucciones del GPS del automóvil, me abrí camino por lugares muy oscuros y desconocidos. Al salir de una autopista a gran velocidad, de repente me encontré en una V en la carretera, con dos rutas que se dirigían a un solo carril. Otro automóvil se acercaba por el otro lado de la V, también a gran velocidad. Ambos nos detuvimos a tiempo, y el otro conductor me dejó avanzar. No pasó nada malo, pero yo estaba mentalmente conmocionada y mis manos temblaban. Los pequeños pensamientos de “qué pasaría si” comenzaron a amontonarse: “¿Y si no me hubiera detenido? ¿Y si el otro coche no se hubiera detenido? ¿Y si hubiera habido un accidente?”. ¡Qué inútiles son esas preguntas de “qué pasaría si”!

Apartándome de las perturbadoras imágenes de un percance evitado por poco, escuché humildemente a Dios para recibir las verdades espirituales que necesitaba atesorar. Un pasaje del libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, me vino al pensamiento: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía. 

“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (pág. 424).

Oré con estos pensamientos hasta que una vez más me sentí en paz. En lugar de creer en la posibilidad de que casi hubiera ocurrido un accidente, recordé la totalidad, la presencia, el poder y el amor de Dios. Comprendí que nunca podría haber habido un momento en que el hijo de Dios estuviera fuera de Su cuidado, y me regocijé de que tanto el otro conductor como yo estuvimos a salvo. Mantuve mi pensamiento firmemente en lo que es: que Dios es Todo-en-todo, que soy Su hija amada, y que tanto el otro conductor como yo habíamos estado escuchando la guía de Dios para reducir la velocidad y ser conscientes de nuestras circunstancias. El temor y la preocupación fueron reemplazados por gratitud y humilde admiración.

Un mes después, mientras conducía por la carretera,  cantaba himnos y alababa a Dios solo por ser Dios, y agradecía a nuestro Padre-Madre por estar presente, por ser todopoderoso, por amarme. Pensaba en varios versículos de la Biblia, incluyendo estos: “El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío” (Salmos 91:1, 2, LBLA). También oraba con pasajes inspiradores de los escritos de la Sra. Eddy e himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Me sentía muy cerca de Dios, muy consciente de Su amorosa presencia y cuidado. 

 Al acercarme a una intersección complicada, atestada de tráfico rápido, un automóvil que se adelantó frente a mí se detuvo repentinamente sin previo aviso. Por lo general, en tal situación, mi automóvil estallaba con luces y sonidos de advertencia, pero en ese momento había un silencio absoluto. Al instante me sentí impulsada a acelerar hacia el carril contiguo. 

Solo después me di cuenta de que otros autos se habían movido justo a tiempo para que mi maniobra tuviera éxito, y que lo que había sucedido era la única resolución posible para mantener a todos los autos seguros. Sucedió tan rápido y sin esfuerzo que supe que era impulsado por Dios. ¡Nadie siquiera tocó la bocina! Y yo no me conmocioné. Me sentí completamente tranquila y llena de gratitud. Estar enfocada en lo que es —mis alegres afirmaciones de la presencia, el poder, la bondad y el amor de Dios— no solo había servido para protegerme a mí y a los otros conductores, sino que también mantuvo mi pensamiento animado, receptivo y claro.

Cada vez que nos sentimos tentados a albergar preguntas negativas o aterradoras de “qué pasaría si”, podemos rechazarlas y reemplazarlas con declaraciones veraces sobre lo que pasa: que Dios es Amor y nos gobierna; que Dios llena todo el espacio; y que cada uno de nosotros está cuidado, seguro y bien. ¡Cuánto beneficio nos traerá esto, a nosotros mismos y a cualquier otra persona con la que entremos en contacto! 

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