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Original Web

La alegría de escuchar a Dios

Del número de mayo de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de febrero de 2023 como original para la Web.


Oír generalmente se define como el acto físico de percibir el sonido con el oído. Por otro lado, escuchar generalmente se entiende que entraña estar atento y reflexivo mientras oyes. Podemos oír a alguien hablar, pero no escuchar lo que dice: no prestar atención. En mi estudio de la Ciencia Cristiana he estado interesada en saber cómo aplicar esto al escuchar a Dios para recibir una indicación inspirada. 

El profeta Isaías nos asegura que podemos escuchar el consejo de Dios: “Si te desvías hacia la derecha o hacia la izquierda, oirás una palabra que viene de detrás de ti: ‘Este es el camino; andad por él” (Isaías 30:21, Common English Bible). Si realmente buscamos la participación de Dios, reconoceremos la autoridad espiritual de dicha guía, ya sea que nos venga de manera audible o en nuestros pensamientos. 

Por supuesto, al escuchar esa guía de Dios tenemos que prestar atención y hacerle caso. Jesús nos aconseja no dejar que las distracciones superen nuestras buenas intenciones de seguir la dirección de Dios. En la metáfora de un agricultor que trata de plantar sus cultivos entre espinas, explica: “Las semillas que cayeron entre los espinos representan a los que oyen la palabra de Dios, pero muy pronto el mensaje queda desplazado por las preocupaciones de esta vida y el atractivo de la riqueza, así que no se produce ningún fruto” (Mateo 13:22, NTV).

Otras distracciones que nos desviarían, incluso cuando queremos prestar atención a fin de recibir orientación, podrían incluir la interferencia emocional: justificación propia, autocompasión, ira o envidia, por ejemplo. Estas pueden desplazar la inspiración de Dios. A medida que aprendamos a rechazar esta interferencia, oiremos mejor la voz de Dios y escucharemos con más atención el camino a seguir.

Mary Baker Eddy escribe acerca de cómo hacer esto en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia Cristiana ordena al hombre dominar las propensiones, refrenar el odio con la bondad, vencer la lujuria con la castidad, la venganza con el amor, y vencer el engaño con la honradez. Sofoca estos errores en sus primeras etapas, si no deseas albergar un ejército de conspiradores contra la salud, la felicidad y el éxito” (pág. 405).

He descubierto que el miedo también puede conspirar para distraernos con el fin de que no escuchemos la guía de Dios. Una tarde, mi amiga me envió a correr en su yegua árabe, Molika. Entre los campos de maíz y soja de la granja de mi amiga había una amplia franja de hierba que se extendía recta como una flecha por una distancia muy larga. La yegua, llena de energía, estaba encantada de estar afuera, y pronto íbamos galopando raudamente por esa amplia franja de hierba. Disfrutaba tanto que aumentó con entusiasmo su velocidad. Parecía ir muy rápido. Cuando traté de refrenarla, ella no estuvo interesada en bajar la velocidad. Era obvio que yo no tenía el control, y esto se convirtió en un momento decisivo sobre si alarmarme o no. 

Cuando algo en nuestras vidas parece como si estuviera galopando fuera de control o tendiera a hacerlo, podemos negarnos a ser mesmerizados por las apariencias.

A medida que aumentaba el miedo y gritaba: “¡Haz algo!”, rechacé el pánico y me volví a Dios en oración. La frase de Isaías: “una palabra que viene de detrás de ti”,  mencionada anteriormente, me vino al pensamiento; en este caso, como una conversación mental. Oí claramente la indicación de mirar hacia adelante. Vi que, a lo lejos, una hilera de árboles formaba una pared al borde de los campos. Esto fue seguido por la pregunta: “¿Qué va a pasar cuando Molika llegue a esos árboles?”. Pensé en esto y dije: “Oh. Disminuirá la velocidad y se detendrá”. 

Toda esta conversación tuvo lugar en fracción de segundos, y pensé en cuán misericordioso era Dios al hacerme saber de antemano cómo nos mantenía a salvo a Molika y a mí. Con alivio y gratitud, acepté la seguridad de Dios y me dispuse a disfrutar del paseo. Efectivamente, al acercarse a la hilera de árboles, el caballo disminuyó la velocidad a la de una caminata normal. Después de haber corrido a gusto, ahora estaba completamente dispuesta a cooperar.

Al reflexionar sobre este paseo años más tarde, me di cuenta de que a veces los sentidos físicos pueden hacernos sentir como si estuviéramos montando un caballo desbocado. Sin embargo, es el sentido espiritual, no el sentido físico, lo que revela que ya estamos a salvo. En esa experiencia con el caballo de mi amiga, la seguridad se reveló al escuchar el mensaje de Dios, que era contrario a lo que los sentidos físicos estaban informando y mi propio razonamiento a partir de esa base errónea.

Cuando algo en nuestras vidas parece como si estuviera galopando fuera de control o tendiera a hacerlo, podemos negarnos a ser mesmerizados por las apariencias, por más convincentes que sean, y escuchar los mensajes espirituales de Dios. El amor de Dios nos da la inspiración y la capacidad de alejarnos mentalmente de la confusión de los sentidos físicos y volvernos hacia lo que Él nos está mostrando acerca de Sus leyes inmutables del buen gobierno del hombre y del universo.

El sentido espiritual siempre nos eleva por encima del drama físico, y desde esta perspectiva superior, discernimos mejor las leyes espirituales y prácticas de la armonía y el orden divino que ya tienen el control. Estas leyes nos gobiernan: nuestras vidas y nuestras relaciones; nos muestran cómo lograr mejor lo que se nos da para hacer, y proporcionan una perspectiva más clara cuando nos encontramos en situaciones incómodas. El sentido espiritual revela la solución o bien señala el camino hacia ella. Esta es la alegría de aprender a ser un oyente más atento y reflexivo a la guía omnipresente de Dios.

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