A pesar de completar un programa de educación vial y recibir un permiso de aprendizaje a los dieciséis años, no comencé a conducir regularmente hasta dos años después, durante mi primer año de universidad. Había sufrido de un persistente sentimiento de temor y peligro ante la idea de operar un vehículo sola, al punto de que no manejaba a menos que fuera absolutamente necesario.
Pero el año en que comencé la universidad, me fui a vivir con unos familiares en un pueblo que estaba a veinte minutos en coche de la escuela, en una zona rural sin transporte público. Los miembros de esta familia, que también eran Científicos Cristianos, me dijeron con mucho amor, pero con firmeza, que tendría que empezar a conducir por mi cuenta.
Como fui criada en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, estaba familiarizada con la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy; así que tenía una idea de cómo orar acerca del temor. Recuerdo haber orado con conocidos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, uno de los cuales comienza: “No teme cambios mi alma / si mora en Santo Amor” (Anna L. Waring, N° 148). Luego continúa:
Si ruge la tormenta
o sufre el corazón,
mi pecho no se arredra,
pues cerca está el Señor.
También conduje muchos kilómetros cantando el himno “‘Apacienta mis ovejas´”. Las palabras de este himno fueron escritas por la Sra. Eddy, y la primera estrofa dice:
La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.
(N° 304)
Me aferré a esta estrofa en particular, y me sentí segura de que, incluso en el curso de una experiencia difícil, tenemos derecho a regocijarnos mientras escuchamos la guía de Dios.
Pasaron algunas semanas y me estaba acostumbrando a manejar, aunque todavía me sentía muy ansiosa. Por esas fechas, mi maestro de la Escuela Dominical nos animó a traducir nuestras experiencias cotidianas en conceptos espirituales. Así que comencé a orar acerca de la idea del transporte, y me di cuenta de que, en realidad, era la actividad de la Mente divina, o Dios, no de la materia. El transporte representaba el movimiento que, bajo el control inteligente de la Mente, es siempre armonioso y eterno.
También recuerdo que copiaba partes relevantes de la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y otros pasajes de los escritos de la Sra. Eddy, y los guardaba en el asiento del pasajero para poder estudiarlos cuando no conducía. Este pasaje de Ciencia y Salud fue particularmente útil: “La Mente, suprema sobre todas sus formaciones y gobernándolas todas, es el sol central de sus propios sistemas de ideas, la vida y la luz de toda su vasta creación; y el hombre es tributario a la Mente divina” (pág. 209).
A más o menos un kilómetro y medio del campus universitario, había una intersección con una espera inusualmente larga en el semáforo. Una tarde, cuando regresaba a casa, estaba esperando en ese semáforo, mirando los otros autos, cuando de repente me di cuenta de algo importante: cuánto cuidado e inteligencia hay en nuestras leyes de seguridad vial, y la planificación ordenada de calles, carreteras, signos y señales. Entonces pensé: “¡Claro, por supuesto! Dios, la Mente divina, está en todas partes, guiando y gobernando armoniosamente todo lo que Él creó”.
Fue como si una luz brillante se hubiera encendido en mi consciencia, y pude ver muy claramente que conducir no era una actividad precaria con la que tenía que lidiar, sino que, de acuerdo con el gobierno armonioso de Dios, era una actividad completamente segura. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es infinito, eterno, omnipresente, y que el hombre es el reflejo de Dios, lo que significa que nunca estamos separados ni por un instante de Dios o fuera de Su ley divina y cuidado amoroso.
Al recordar esto, me doy cuenta de que mis miedos desaparecieron después de ese día porque esta nueva perspectiva espiritual llenaba mi pensamiento. Dondequiera que iba, estaba tan ocupada con la gratitud y la alegría que no experimentaba en absoluto esa ansiedad.
Ya hace más de treinta años que manejo un auto. En ese tiempo he hecho algunos viajes por carretera a través del país y conducido en camino de montaña en todo tipo de clima. En muchas ocasiones me he visto impulsada a estar atenta al hacerlo.
Una vez, en una concurrida carretera interestatal, tuve la fuerte intuición de que debía soltar el acelerador y permitir que el gran semirremolque que estaba en el carril junto a mí se adelantara. Así lo hice, varios segundos antes de que una de sus ruedas se desprendiera. El neumático se cayó hasta detenerse en la mediana cubierta de pasto, sin dañar a nadie.
Estoy profundamente agradecida por las constantes pruebas del cuidado de Dios y por estar libre de temor. Pero deseo expresar particularmente mi gratitud por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, y la riqueza de la guía práctica que la Sra. Eddy ha dado. No importa cuán difíciles o desalentadores puedan parecer nuestros desafíos, podemos regocijarnos en el conocimiento de que Dios siempre nos está protegiendo y guiando.
Windy Schmidt
Las Vegas, Nevada, EE.UU.