Hace algunos años, me desperté y escuché a mi hija de tres meses jadeando y respirando ruidosamente. La tomé en mis brazos para consolarla y orar por ella. También llamé a mi esposo, que asistía a la facultad de derecho fuera del estado, y él también oró por ella.
Estaba preocupada pero tranquila, sabiendo que podía confiar en la Ciencia Cristiana para sanarla. Mi familia y yo habíamos sanado constantemente a través de la oración, y confiaba en que el poder de Dios, el Amor divino, siempre está presente para responder a cada necesidad.
Me quedé muy callada, escuchando lo que Dios me estaba revelando acerca de la verdadera identidad de mi hija. Contrariamente a la apariencia de una bebé enferma, la verdad espiritual era que ella era hija de Dios, creada a Su imagen y semejanza, como nos dice la Biblia (véase Génesis 1:26, 27). Mientras la sostenía, afirmé en oración que Dios, la Mente divina, era el Progenitor y nuestra hija Su preciosa idea espiritual. Esto me ayudó a comprender mejor que ella no consistía en un cuerpo formado por partes materiales, sino en una sustancia espiritual inviolable que no podía estar enferma o sufrir. Razoné que su identidad estaba compuesta de cualidades espirituales radiantes que jamás podían erosionarse o volverse enfermizas. El tierno cuidado de Dios estaba aquí, y Su hija incluía paz, felicidad y salud libre de trabas.
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