A veces es tentador hacer una distinción entre las cosas para las que necesitamos la ayuda de Dios y aquellas en las que somos buenos y podemos manejar por nuestra cuenta. Pero he visto que esa distinción es completamente falsa. Cualquier habilidad o conocimiento que parezcamos poseer no se puede comparar con las infinitas capacidades que posee Dios, la Mente omnisciente, que creó todo y lo sabe todo. Mary Baker Eddy se refiere muy sucintamente a esto en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, donde escribe: “No intentéis nada sin la ayuda de Dios” (pág. 197).
Aprendí esta lección de una manera interesante hace algunos años, cuando me pidieron que participara en una conferencia de dos días a la que asistiría gran número de personas. Cada tarde, la conferencia debía dividirse en grupos más pequeños centrados en temas específicos. Mi tarea era dar una breve charla a uno de esos grupos más pequeños y luego dirigir una discusión. Estaba familiarizado con el tema y me sentía bien preparado. Pero cuando llegó el momento de dividirnos en grupos más pequeños, estaba rodeado por una docena de sillas vacías. Los otros grupos tenían al menos unas pocas personas, pero el mío no tenía a nadie.
Cuando terminó el día, me escabullí, sintiéndome derrotado. Ni siquiera había tenido la oportunidad de ser aburrido, ¡nadie había venido! El mismo formato estaba planeado para el día siguiente, y temía otra humillación. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, he descubierto que la oración es el enfoque más eficaz para cualquier desafío, por lo que era natural recurrir a Dios en busca de guía.
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