En la Biblia, dos pescadores, Simón Pedro y Andrés, habían trabajado duro toda la noche, pero sus redes estaban vacías. Por la mañana, Jesús, confiando en la sabiduría de su Padre celestial, Dios, le dijo a Pedro: “Ve a las aguas más profundas y echa tus redes para pescar” (Lucas 5:4, NTV). La disposición de Pedro cambió toda la situación. Capturaron tantos peces que se requirieron dos barcas para traer la pesca. Esta notable evidencia de abundancia sin duda ayudó a convencerlos de seguir a Jesús. Se convirtieron en sus discípulos, y muchas veces lo vieron demostrar la eficacia de confiar en Dios como la fuente de toda provisión.
Sin embargo, después de que Jesús fue crucificado, Pedro y algunos de los otros discípulos una noche volvieron a pescar. ¿Por qué? ¿Dudaban tal vez de su capacidad para sanar, desanimados de que Jesús no estuviera allí, preocupados por la resistencia que podrían encontrar al predicar el evangelio? Pero Jesús había resucitado de la tumba, y apareció a los discípulos en la playa por la mañana. Nuevamente no habían pescado nada, pero él les dijo que arrojaran su red en el lado derecho de la barca y ellos escucharon, y como resultado tuvieron una pesca notable. Tal vez las cualidades espirituales de confianza, fe, compromiso y amor llenaron sus pensamientos y reemplazaron sus temores. Volvieron a enseñar y predicar.
Me gusta pensar en que las Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana son atendidas por aquellos que confían en Dios y siguen las enseñanzas de Jesús para satisfacer las necesidades humanas. Cuando acepté el puesto de bibliotecaria de la Sala de Lectura de nuestra iglesia, estaba consciente de que tal vez buscaríamos una nueva ubicación en un futuro cercano. El deseo de compartir los recursos espirituales de la Sala de Lectura me llevó a través de las dudas, el desaliento y la frustración que encontraría a medida que avanzaba la búsqueda. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, declara: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (pág. 1).
Comenzaba cada día preguntándole a Dios: “¿Qué quieres que haga hoy?” y escuchaba con amor.
Cuando la duda trató de tomar el control, las ideas de cómo confiar en Dios me vinieron al orar y escuchar calladamente lo que Dios sabe. Mis oraciones fueron fortalecidas por verdades poderosas, entre ellas: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19), y, “La Ciencia divina, elevándose por encima de las teorías físicas, excluye la materia, resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos del sentido material por ideas espirituales” (Ciencia y Salud, pág. 123).
Los miembros de nuestro comité de la Sala de Lectura pensaron en los aspectos de la misma en términos de cómo expresa los sinónimos que la Sra. Eddy usa para Dios. Por ejemplo, vimos que la Sala de Lectura expresa un Alma ilimitada y abundante, un Principio ordenado que cumple cada propósito, vimos la provisión eficiente del Espíritu, la actividad siempre fluida de la Vida, el Amor que todo lo abarca, la Mente que establece el bien y la Verdad que apoya y mantiene cada iniciativa.
Comenzaba cada día preguntándole a Dios: “¿Qué quieres que haga hoy?” y escuchaba con amor. Pensé en la necesidad de que las Salas de Lectura estuvieran “bien situadas” (Mary Baker Eddy, Manual de la Iglesia, pág. 63). Esto me animó a abrir la puerta del pensamiento, prepararme mediante la oración, despejar obstáculos mentales, responder a las indicaciones de Dios y estar alerta y amar a la comunidad que servimos.
En 2020, encontramos un espacio que nos interesaba, pero antes de que pudiéramos mudarnos, los funcionarios de la ciudad cerraron las actividades en persona debido a la pandemia global, lo que significaba que no podríamos hacer las reparaciones necesarias. No pudimos seguir adelante con la propiedad.
Un año después, se lanzó una nueva búsqueda con valor y determinación. Terminamos encontrando el mismo espacio que ya habíamos explorado aún vacante con un propietario dispuesto, ¡y esta vez pudimos seguir adelante! Todo sucedió muy rápido y estuvo listo a tiempo para la gran inauguración. Un administrador de propiedades que conozco comentó que debemos haber “tenido ayuda divina”.
A medida que los miembros de la iglesia obtuvieron una perspectiva espiritual más elevada de la Sala de Lectura, hubo progreso a cada paso del camino. Al igual que Simón Pedro, estábamos dispuestos a confiar en Dios a fin de tener la sabiduría que necesitábamos para tomar decisiones grandes y pequeñas.
El espacio actual satisface todas nuestras necesidades. Es luminoso, ordenado, espacioso y acogedor. Nuestras “redes” fueron colmadas. Fue necesario confiar en que Dios era nuestra verdadera fuente para ver concretada la renovada expresión de la Sala de Lectura de nuestra comunidad.