Era una mañana ajetreada en nuestra casa. Mi papá estaba a punto de salir para el trabajo. Mi mamá, mi hermano, mi hermana y yo nos estábamos preparando para ir a mi clase de natación. No veía la hora de llegar allá. Me encantaba estar en el agua y tratar de nadar lo más rápido posible de un lado a otro de la piscina.
Pero algo andaba mal. Escuché a mi mamá decirle a mi papá que mi hermano no se sentía bien. ¿Cómo íbamos a ir a mi clase de natación si mi hermano no quería levantarse de la cama?
Yo quería ayudar a mi familia, así que hice lo que veía que mi mamá y mi papá hacen mucho: oré por mi hermano para ayudarlo a sentirse mejor. En mis clases de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, había aprendido que todos reflejamos a Dios y que Dios es solo bueno. Nunca está enfermo, cansado o herido. Pensé que, dado que mi hermano es el reflejo de Dios, tampoco podía estar enfermo.
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