Era una mañana ajetreada en nuestra casa. Mi papá estaba a punto de salir para el trabajo. Mi mamá, mi hermano, mi hermana y yo nos estábamos preparando para ir a mi clase de natación. No veía la hora de llegar allá. Me encantaba estar en el agua y tratar de nadar lo más rápido posible de un lado a otro de la piscina.
Pero algo andaba mal. Escuché a mi mamá decirle a mi papá que mi hermano no se sentía bien. ¿Cómo íbamos a ir a mi clase de natación si mi hermano no quería levantarse de la cama?
Yo quería ayudar a mi familia, así que hice lo que veía que mi mamá y mi papá hacen mucho: oré por mi hermano para ayudarlo a sentirse mejor. En mis clases de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, había aprendido que todos reflejamos a Dios y que Dios es solo bueno. Nunca está enfermo, cansado o herido. Pensé que, dado que mi hermano es el reflejo de Dios, tampoco podía estar enfermo.
Decidí ir a hablar con mi hermano y contarle cómo había estado orando. Entré en su habitación y me senté junto a él en su cama. Estaba acostado bajo su colcha de estrellas de mar, y vi que no se sentía bien. Pero yo seguía pensando que como él refleja a Dios, solo podía estar feliz y sano.
Le dije: “Dime, ¿está Dios enfermo en este momento?”
Mi hermano negó con la cabeza. “No, Dios no está enfermo”.
“Bueno, tú reflejas a Dios, ¿verdad?”, le pregunté. “Siempre reflejas a Dios. Y Dios no está enfermo. Entonces, ¿puedes tú estar enfermo?”
Él sonrió y dijo: “¡No!”
Luego hablamos sobre las buenas cualidades que expresa, como alegría, fuerza y bondad que provienen de Dios. Me di cuenta de que mi hermano ya se sentía mejor. Al cabo de unos minutos, quiso levantarse de la cama.
¡Hurra! ¡Íbamos a la piscina después de todo! Me divertí nadando, y mi hermano y mi hermana se divirtieron jugando en la piscina. Yo estaba feliz, y sabía que todo era gracias a Dios.