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Original Web

El poder del pensamiento piadoso

Del número de julio de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 17 de abril de 2023 como original para la Web.


“¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena” (Salmos 139:17, 18, Nueva Versión Internacional).

Saber que Dios, la Mente divina, se está comunicando eternamente con nosotros y que Sus pensamientos son reveladores e imparables es verdaderamente liberador. El hecho de que escuchemos y expresemos aquello que la Mente infinita imparte, da forma a nuestras vidas; incluyendo nuestra salud, carreras, relaciones, contribuciones al mundo, conocimiento propio y visión para la humanidad. Prestar atención a los pensamientos de Dios determina cómo nos comportamos, hablamos, adoramos, nos relacionamos, aprendemos, crecemos y demás.

Por otro lado, todo pensamiento que traiga efectos adversos, tales como confusión, miedo u odio, no proviene de la Mente divina. Jesús, el maestro cristiano, dijo que dicha forma de pensar se originaba en el “diablo”, a quien describió como “mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44). Pero podemos regocijarnos en el hecho espiritual de que los pensamientos impíos y diabólicos no tienen realidad ni poder, ya que su origen no es de Dios, quien es la única causa. Puesto que solo los pensamientos de Dios son buenos y reales, necesitamos alinear nuestro pensamiento con la Mente infinita e inteligente.

Jesús escuchaba constantemente las iluminadoras ideas de la Mente divina, y revolucionó el mundo. Como resultado de su conciencia pura e imbuida de Amor, ofreció a la humanidad el Sermón del Monte y muchas parábolas profundamente instructivas, y dejó un legado de innumerables curaciones. Comprendió la naturaleza inagotable de Dios como Vida, y esta comprensión le permitió demostrar dominio sobre la muerte. También prometió a sus seguidores que harían obras aún mayores que él. Todos estamos incluidos en esa promesa, porque Dios ha hecho que cada uno de nosotros pueda escucharlo, comprenderlo y obedecerlo. 

Recientemente, tuve una experiencia que mostró claramente el poder de escuchar y obedecer a la Mente divina. Tarde una noche, después de múltiples retrasos en los vuelos, finalmente abordamos el avión; yo estaba sentada junto a un hombre que parecía ajeno a todo menos a su teléfono celular. Me permití tener algunos pensamientos muy críticos. “¿Es eso lo único que este técnico entusiasta de los teléfonos puede hacer? ¿Aislarse y escribir incesantemente?”. 

Mi sincero deseo de que hubiera una solución de acuerdo con el Cristo había sido respondido.

Afortunadamente, me di cuenta de esta inútil negatividad y rápidamente cambié la dirección mental. Lo que se necesitaba era un pensamiento iluminado a la espera del bien, no cavilar con pesimismo. Después de todo, este hombre estaba concentrado y callado, ocupándose de sus propios asuntos.  

Poco después de mi cambio de pensamiento, se volvió hacia mí y amablemente me preguntó si me gustaría que encendiera la luz del techo, que en realidad era justo lo que yo quería. Me conmovió. Pero más que eso, me alegró que me recordaran cómo el pensamiento espiritual y semejante al Cristo puede impactar la atmósfera mental, incluso las acciones de los demás.

Comenzamos a charlar, y me dijo que había sido capitán de un departamento de bomberos durante los últimos 27 años. Habló de las tremendas responsabilidades que acompañan esta posición, y mencionó que había habido más suicidios en los últimos dos años que en todos sus años anteriores en el departamento. Me di cuenta de que estaba profundamente dedicado a su trabajo y a la humanidad. Se dirigía a encontrarse con su prometida y asistir a un concierto. Estaba muy feliz. 

De repente, el hombre en el asiento de adelante gritó: “¡Cállate, hombre!”. Ambos quedamos sorprendidos. Poco después, mi compañero de asiento se puso de pie y le dijo amenazadoramente al hombre: “Si quieres que nos encontremos después y hablar en privado, ¡podemos hacerlo!”. 

Al instante recurrí a la Mente divina para que hubiera una resolución pacífica y rápida a este arrebato. Afirmé que cualquiera que sea la situación, Dios se está comunicando incesantemente con todos Sus hijos y que nosotros, Sus ideas inteligentes, podemos escucharlo y obedecerlo. Casi en seguida, mi compañero de asiento levantó la cabeza sobre la parte superior del asiento de adelante y dijo suavemente, en tono arrepentido: “Ha sido un día largo y difícil para todos”. 

Un maravilloso silencio prevaleció. Mi sincero deseo de que hubiera una solución de acuerdo con el Cristo había sido respondido. Cuando aterrizamos, el hombre en el asiento de adelante hizo un esfuerzo genuino por mostrar paz y hermandad. Su comportamiento no podría haber sido más gentil o manso.

Esta experiencia confirma una declaración que hizo Mary Baker Eddy en su libro Retrospección e Introspección: “La mejor clase espiritual del método de acuerdo con el Cristo para elevar el pensamiento humano e impartir la Verdad divina, es poder estacionario, quietud y fuerza; y cuando hacemos nuestro este ideal espiritual, viene a ser el modelo para la acción humana”” (pág. 93). 

Eddy misma fue una pensadora profundamente iluminada cuya dedicación a comprender a Dios y nuestra relación con Él la llevó a descubrir la Ciencia Cristiana, la que se basa en las enseñanzas y práctica de Cristo Jesús. Ella explica esta Ciencia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el cual fue elegido por la Women’s National Book Association (Asociación Nacional de Libros Escritos por Mujeres) como uno de los “75 libros de mujeres cuyas palabras han cambiado el mundo”. En el Prefacio, ella escribe: “La hora de los pensadores ha llegado” (pág. vii). Este es un llamado a cada uno de nosotros para aprender y probar por nosotros mismos el poder de alinear nuestros pensamientos con los de Dios. 

He sido testigo y experimentado muchos ejemplos de este poder desde que comencé el estudio de la Ciencia Cristiana. Uno que se destaca ocurrió un miércoles por la noche cuando me dirigía a la iglesia. 

Me apresuré por el pasillo de mi edificio de apartamentos para dejar la basura antes de irme. Cuando llegué a la sala de eliminación de residuos, tuve que abrir la puerta con fuerza, ya que alguien había dejado tres cajas directamente en el camino. Estaba bastante enojada. Entonces, tal vez perdí un poco el equilibrio, metí mi bolsa en el conducto y, por descuido, no aparté mi mano lo suficientemente rápido. La puerta se cerró de golpe y me hizo un corte profundo en el dedo, que comenzó a sangrar profusamente. 

Regresé a mi apartamento, lavé la herida y oré para ver que las leyes de adhesión, cohesión y atracción de Dios estaban en funcionamiento (véase Ciencia y Salud, pág. 124). Mentalmente insistí en que nada podía interferir con que estuviera en mi lugar correcto. El sangrado se detuvo casi de inmediato, y me dirigí a la iglesia con un vendaje en el dedo.

Al día siguiente, mi dedo estaba hinchado y me molestaba mucho. Llamé a una enfermera de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda. Llegó pronto, y su vivacidad espiritual fue muy reconfortante. Con ternura y minuciosamente limpió y vendó mi dedo, y me mostró cómo cuidar de la herida yo misma. Su calma ayudó a confirmarme la eterna presencia del Amor divino. 

También llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, y ella compartió conmigo verdades metafísicas útiles, como esta declaración de Ciencia y Salud: “La Ciencia divina del hombre está tejida en una sola tela consistente, sin costura ni rasgón. La mera especulación o superstición no se apropia de parte alguna del divino vestido, mientras que la inspiración restaura todas las partes del manto de justicia del Cristo” (pág. 242).

Comencé a considerar cómo había permitido que la presión, la culpa y el enojo no me permitieran ver la ley de armonía de Dios. Sabía por experiencia que cualquier cosa desemejante a Dios puede ser sanada con una clara comprensión del Espíritu divino, nuestro verdadero creador y gobernador. Lo que se necesitaba era corregir el pensamiento negativo y derrotista con un pensamiento piadoso que afirmara la omnipotencia del bien. Cuando acepté que la Mente divina es mi única Mente, y su expresión es completamente buena, la evidencia cambió rápidamente, y tuve una lindísima curación. No queda cicatriz alguna; ni siquiera sé qué mano resultó herida. 

La Ciencia Cristiana nos enseña cómo sanarnos a nosotros mismos y a los demás a través del pensamiento piadoso y una vida de acuerdo con el Cristo, como hizo Jesús. Ciencia y Salud dice: “Las artes profiláctica y terapéutica (es decir, la preventiva y la curativa) pertenecen categóricamente a la Ciencia Cristiana, como se vería fácilmente, si la psicología, o la Ciencia del Espíritu, Dios, fuera comprendida” (pág. 369). 

Cuanto más está nuestro pensamiento de acuerdo con nuestro Padre-Madre Mente, más satisfacción, alegría y amor expresamos y experimentamos.

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