“¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena” (Salmos 139:17, 18, Nueva Versión Internacional).
Saber que Dios, la Mente divina, se está comunicando eternamente con nosotros y que Sus pensamientos son reveladores e imparables es verdaderamente liberador. El hecho de que escuchemos y expresemos aquello que la Mente infinita imparte, da forma a nuestras vidas; incluyendo nuestra salud, carreras, relaciones, contribuciones al mundo, conocimiento propio y visión para la humanidad. Prestar atención a los pensamientos de Dios determina cómo nos comportamos, hablamos, adoramos, nos relacionamos, aprendemos, crecemos y demás.
Por otro lado, todo pensamiento que traiga efectos adversos, tales como confusión, miedo u odio, no proviene de la Mente divina. Jesús, el maestro cristiano, dijo que dicha forma de pensar se originaba en el “diablo”, a quien describió como “mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44). Pero podemos regocijarnos en el hecho espiritual de que los pensamientos impíos y diabólicos no tienen realidad ni poder, ya que su origen no es de Dios, quien es la única causa. Puesto que solo los pensamientos de Dios son buenos y reales, necesitamos alinear nuestro pensamiento con la Mente infinita e inteligente.
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