Hace un par de años, a fines del otoño, mi esposa y yo decidimos hacer una caminata de unos once kilómetros en las montañas cerca de nuestra casa. El hecho de comenzar al mediodía nos mantuvo atentos a la puesta del sol.
Horas más tarde llegamos a la cima, disfrutamos de la vista panorámica, charlamos brevemente con otras personas allí y comenzamos a bajar. Después de algunos minutos de caminar, nos preguntamos si no habríamos pasado por alto una señal o una división en el sendero.
Fue entonces cuando tuve una intuición. Escuché el mensaje angelical de que estábamos en el camino equivocado. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, describe a los ángeles como “Pensamientos de Dios que pasan al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, la pureza y la inmortalidad, contrarrestando todo mal, toda sensualidad y mortalidad” (pág. 581). Ignoré esta intuición, y mi esposa y yo seguimos adelante.
Minutos más tarde, y a más de un kilómetro y medio de la cima, nos detuvimos y volvimos a estudiar el mapa. De alguna manera no habíamos visto la división del sendero, pero era demasiado tarde y demasiado lejos como para volver a subir.
No obstante, no era demasiado tarde como para comprometernos a escuchar a Dios y recibir nuevos mensajes angelicales. Continuamos bajando con la esperanza de llegar a una carretera y posiblemente hacer señas a un conductor. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que oscurecería mucho antes de llegar a una carretera.
Mientras oraba (principalmente tratando de calmar los pensamientos ansiosos y escuchar a Dios en busca de guía), se me ocurrió detenerme y llamar al 911. Inicialmente pensé, al igual que mi esposa, cuán vergonzoso sería tener que pedir un rescate de emergencia. Habíamos hecho caminatas durante más de cincuenta años en las montañas y nunca habíamos tenido que pedir ayuda. Así que no llamamos en ese momento.
No habíamos caminado muy lejos cuando volvimos a sentir esa directiva divina de pedir ayuda, y me di cuenta de que esta era una clara indicación divina de que rechazáramos la resistencia a hacer la llamada. ¡La resistencia no venía de Dios!
Nos detuvimos e hice la llamada a pesar de que la señal de nuestro teléfono celular prácticamente no mostraba intensidad. Afortunadamente, el llamado se conectó, y me recordó que, como dice la Biblia, “Todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27).
La gente en el teléfono nos indicó que nos sentáramos y esperáramos a ser rescatados. Para entonces había oscurecido, y estábamos a muchos kilómetros de nuestro auto. Mientras esperábamos, recostados contra un pino ponderosa muy grande, agradecí por los mensajes angelicales a los que finalmente había prestado atención.
Entonces, me vino un temor que he tenido desde la infancia: el miedo de estar en el bosque por la noche con la potencial presencia de animales depredadores. Este miedo rugió a lo grande. Así que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedir ayuda mediante la oración. Luego continué orando, lo que incluía pensar en la seguridad de Daniel en el foso de los leones. Pensé en lo que un joven estudiante de la Escuela Dominical había dicho una vez: “Daniel era demasiado espiritual como para que los leones lo olieran”. Esa declaración fue muy perceptiva y reconfortante para mí.
Oré, y afirmé que Dios estaba allí con nosotros, y que Él creó todo —tanto a nosotros como a todas las criaturas— como ideas espirituales que viven eternamente juntas en armonía. Pensé en lo que dice Ciencia y Salud: “Comprendiendo el control que el Amor mantenía sobre todo, Daniel se sintió seguro en el foso de los leones, y Pablo comprobó que la víbora era inofensiva. Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles, indestructibles” (pág. 514).
Después de dos horas en la oscuridad, llegaron los rescatistas. En el camino de regreso a nuestro automóvil, mencionaron que habían visto señales de pumas en el área solo unos días antes.
Estoy muy agradecido al Padre-Madre Dios por el progreso que he logrado para superar el miedo de estar en el bosque por la noche. ¡Pero la lección general fue no permitir que la voluntad humana o el falso orgullo interfirieran! Esta experiencia me ayudó a aprender cada vez más a identificar los mensajes angelicales y escucharlos en lugar de descartarlos. A diario necesitamos dejar de lado la resistencia a los mensajes de Dios, separando la “paja” del “trigo”, como Cristo Jesús mencionó en una de sus parábolas (véase Mateo 13:24-30). Escuchar a Dios nos ayuda a separar lo inútil de lo bueno en nuestro pensamiento.