Hay una historia en la Biblia acerca de un hombre cojo que es llevado a diario a sentarse en la puerta de un templo y mendigar dinero (véase Hechos 3:1-8). Cuando se dirige a los discípulos de Cristo Jesús, Pedro y Juan, Pedro le dice al hombre: “Míranos”. El relato dice que “les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo”. Y continúa: “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”.
El hombre esperaba que Pedro y Juan lo ayudaran —incluso si no resultaba ser de la manera en que él pensaba— y fue receptivo, confiado y sanó por completo.
La expectativa jugó un papel importante en mis oraciones recientemente. Estaba sola en casa, y me resbalé y caí con fuerza sobre mi mano y muñeca. El intenso dolor hacía difícil pensar con claridad. Pero debido a que he confiado en medios espirituales para sanar a lo largo de mi vida y he sido testigo de muchas curaciones solo a través de la oración, mi expectativa era que Dios me consolaría y sanaría.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales”. Más adelante en el mismo pasaje describe al hombre como “la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas” (pág. 475). Aferrarme a esta verdad ayudó a disminuir el temor, y declaré que solo estoy hecha de ideas correctas y no podía expresar ninguna idea incorrecta, como una muñeca rota.
También consideré esto de Ciencia y Salud: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado te tiente, aférrate firmemente a Dios y Su idea. No permitas que nada sino Su semejanza more en tu pensamiento. No dejes que ni el temor ni la duda ensombrezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia acerca de aquello que no es la Vida. Deja que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye tu comprensión del ser, y esta comprensión sustituirá el error por la Verdad, reemplazará la mortalidad con la inmortalidad y silenciará la discordancia con la armonía” (pág. 495).
Me estaba apoyando confiadamente en Dios y esperando curación a través de la oración. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento metafísico. Ella compartió exactamente lo que yo necesitaba escuchar en ese momento sobre mi conexión inquebrantable con Dios y mi inseparabilidad de Dios: espiritual, no caída. Absorbí estas verdades y me sentí menos temerosa.
Mientras continuaba orando, me di cuenta de que había estado pensando que tenía que hacer algo personalmente o saber algo de la manera correcta para que el dolor se detuviera. Cuando le dije esto a la practicista, ella me recordó que no dependía de mí saber cierta verdad de cierta manera. Ella compartió la historia de Cristo Jesús cuando alimentó a la multitud con unos cuantos panes y peces (véase Mateo 14:15-21). En lugar de enviar a la gente a buscar comida por su cuenta, Jesús dijo: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer”. La gente no necesitaba hacer nada por su cuenta para que el Cristo —la idea espiritual de Dios— satisficiera todas sus necesidades y estuviera siempre presente.
Estaba muy agradecida por esta vislumbre espiritual, la cual me tranquilizó. En ese momento, tuve la expectativa de que la bondad y el amor omnipresentes de Dios responderían a mi necesidad. Esta comprensión me ayudó a poner toda mi confianza en Dios. Pude dejar a un lado el temor y mis esfuerzos personales para descubrir mi propia manera de traer alivio. Dios estaba allí mismo donde yo me encontraba, amándome y cuidándome, ya fuera que orara con cierta verdad de cierta manera o no.
Pude dormir intermitentemente toda la noche. Por la mañana, el dolor había desaparecido por completo, y al final de ese día la hinchazón y la decoloración también habían desaparecido, y volví a tener pleno uso de mi muñeca. Esta curación ocurrió hace casi un año.
Al igual que el hombre cojo cuyos huesos del tobillo fueron fortalecidos, ¡yo quería saltar y alabar a Dios! Mi Padre-Madre Dios me había mostrado que nunca podía estar separada de Su amor. Estaba libre y completa, y disfruté servir de ujier en la iglesia esa mañana.
Esta experiencia me mostró claramente que Dios, el Amor divino, infinito y omnipresente, consuela y sana rápidamente. Estoy muy agradecida de saber que puedo volverme de todo corazón a Dios y encontrar el consuelo que me lleva a comprender mejor que mi relación con Dios nunca puede ser limitada o quebrantada.
Kristin Halsey
Alton, Illinois, EE.UU.