Hace años, tuve una pelea con alguien muy querido que conozco de toda la vida. Hasta este punto, habíamos tenido mutuo entendimiento de muchas cosas, y en las ocasiones en que no estábamos de acuerdo, al menos teníamos respeto por las opiniones del otro y por lo que era importante para la otra persona.
Un día recibí un correo electrónico de su parte atacándonos —de la nada— tanto a mí como a algo de gran valor en mi vida. Obviamente había sido escrito en un momento de descontento y frustración. Me dirigía a una cita cuando recibí el mensaje, y casi me dejó sin aliento. Tuve que detenerme por un momento para recuperar el control porque estaba conmocionada. Nada como esto había sucedido antes. Finalmente pude llegar a mi cita, pero no lograba dejar de pensar en ello. Durante meses me sentí víctima, triste y resentida. Incluso podrías decir que dejé que el incidente se transformara en una obsesión.
Alrededor de esa época, se me desarrolló en el pie una condición de la piel que se convirtió en llagas abiertas, y comenzaron a expandirse. Me aseguraba de mantener siempre limpia el área y la vendaba cuando era necesario.
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