El año pasado, cuando me enteré de la necesidad de personal en el departamento de carnes de un supermercado local, decidí solicitar el trabajo. Había logrado terminar la universidad trabajando en carnicerías, así que me sentí bien calificado y pronto me contrataron.
En mi primer día de trabajo, aprendí que solo el gerente y yo dirigiríamos la tienda. Las tareas incluían descargar los palés y llenar las cajas refrigeradas. La labor era físicamente exigente y no recibí ninguna instrucción. Aprendí principalmente de pruebas y errores, generalmente después de recibir desagradables reprimendas.
Pronto fue evidente que mi nuevo jefe tenía un temperamento volátil. Las discusiones estallaban con frecuencia. Algunos empleados se negaban a interactuar con él, y hubo momentos en que los clientes prometieron no volver jamás. Yo trataba de suavizar las cosas, pero no siempre lo lograba.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!