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¡No juzgues… y sé libre!

Del número de diciembre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Parecía una buena idea. ¿No estaba siendo afectuosa? Verás, estaba muy preocupada por las decisiones que tomaba alguien cercano a mí y me sentí obligada a hablar sobre esto con él. Pero la conversación no salió bien. Y después, las cosas se tornaron incómodas y sin resolver.

La oración es mi sólido recurso cada vez que tengo dudas, temor, enfermedad o incluso incomodidad. Para mí, la oración es una comunión silenciosa con Dios, quien es Amor y Verdad, la fuente de la justicia y la misericordia. Estos momentos de oración son tiempos de gran humildad, pero siempre resultan en crecimiento espiritual.

¿Qué necesitaba saber? Cuando abrí la Biblia, me encontré con la instrucción del Sermón del Monte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1).

¿Estaba realmente juzgando? Podía sentir que la justificación propia iba en aumento. ¡Solo trataba de ser útil!

La Ciencia Cristiana pone de manifiesto cuán constructiva puede ser la corrección cuando se basa en la afirmación de que somos la creación espiritual de Dios —totalmente buenos, completos e íntegros— y no deja lugar para las actividades incorrectas. Pero si nuestras acciones se basan en un concepto erróneo del hombre como quebrantado, carente o equivocado, a menudo hay preocupación, presión o manipulación. Y no, estas no conducen con eficacia a las soluciones.

Pensé en mis preocupaciones. ¿Se basaban en ver la bondad innata de esta persona, y confiar en su capacidad para expresarla al ser bueno y hacer el bien? Me sentí avergonzada. No lo eran.

El Sermón del Monte incluye la Regla de Oro de tratar a los demás como a uno le gustaría que ellos nos trataran (véase Mateo 7:12). Me di cuenta de que ser verdaderamente amoroso es vernos los unos a los otros como Dios nos ve a cada uno de nosotros —exactamente como nos encantaría que nos vieran y conocieran. Hacer que la perspectiva de Dios sea nuestra perspectiva ayuda a elevarnos y empoderarnos a nosotros mismos y a los demás, y nos hace abandonar un sentido personal de juzgar. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe: “¿Cuándo dejará el mundo de juzgar las causas desde un punto de vista personal, conjetural y equivocado de las cosas?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 290). Como dice el Evangelio de Juan: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (7:24).

¿Cómo juzga Dios? Dios juzga con justicia, no viéndonos como mortales imperfectos, sino como el reflejo divino de Su perfección y amor infinitos (véase 1.° Juan 3:2).

¡Y el juicio de Dios permanece! Desde esta experiencia, me he librado de estas preocupaciones agobiantes. Afirmé el ingenio, el ilimitado sentido de la aventura y la profunda compasión de este ser querido, como lo haría normalmente. Nuestro Padre-Madre Dios conoce y ama a Su creación infinita e íntimamente. A medida que confiaba cada vez más esta persona, mi ser y toda la creación de Dios a Su guía, pude dejar de lado el falso sentido de responsabilidad que había asumido por él.

Poco después, tuvimos una charla provechosa y constructiva, y se restableció nuestro respeto natural y nuestra feliz camaradería. Más tarde, compartió algunas soluciones sorprendentes y prometedoras que descubrí que él había estado explorando todo el tiempo.

Pero aquí había algo más. ¡Me sentí optimista! No solo me liberé de un sentido personal de juzgar a los demás, sino que al mismo tiempo se eliminó el temor oculto de enfrentar opiniones y críticas, es decir, la preocupación respecto a la opinión de los demás sobre mí. Me sentí aliviada y libre para ser la expresión más plena de lo que Dios me ha hecho.

Cantaba con “una canción más sonora” que, en palabras de la Sra. Eddy, llega al cielo. Ella escribe: “Una canción más sonora, la más dulce que jamás haya llegado a los cielos, se eleva ahora más clara y más cercana al gran corazón del Cristo; pues el acusador no está allí, y el Amor irradia su prístina y eterna melodía” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 568).

Sólo Dios, el Amor, es nuestro Juez. No hay acusadores donde el Amor está presente, el cual está en todas partes. Podemos ser honestos y constantes en nuestras expresiones de amor y compasión, al juzgar con “justo juicio”. Al ceder al Amor divino y discernir y prescindir de cualquier sentido pecaminoso y personal, abrazamos más activamente las infinitas posibilidades de Dios. Y así, descubrimos que nuestras relaciones con los demás y nuestra comprensión de nosotros mismos incluyen cada vez más alegría y libertad.

Publicado originalmente en la columna Christian Science Perspective del Christian Science Monitor el 16 de mayo de 2024.

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