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Regocijémonos, antes y después de las elecciones

Del número de diciembre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una frase en el libro de los Salmos en la Biblia capta con cuanta frecuencia parecemos ver a los oponentes políticos hoy en día: “El hombre [o la mujer] que lleva a cabo sus intrigas” (Salmos 37:7, LBLA). ¡Uau!

Incluso si los candidatos opuestos representaran la amenaza existencial que tal vez pensemos que representan, el consejo del salmista que conduce a la observación anterior sigue vigente: “Confía callado en el Señor y espérale con paciencia; no te irrites a causa del que prospera en su camino, por el hombre que lleva a cabo sus intrigas”. 

“No temer”, es no dejar que el temor reine en nosotros. Parece que tanto está en juego en las elecciones que temer lo que creemos que sería un resultado equivocado parece una respuesta racional. Sin embargo, mientras el miedo socava nuestro sentido de empoderamiento, al mirar más allá de los altibajos políticos diarios, percibimos que el único poder que ya está por siempre establecido y en operación, es imparcialmente benéfico y completamente incorruptible.

Sobre todo, es un poder que no hiere ni daña, sino que ama y sana: el poder del Cristo, la verdadera idea de Dios tan evidente en Jesús, “el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él” (Hechos 10:38, LBLA).

El “diablo” opresivo del que Jesús liberó a la gente no era una persona o grupo malvado, sino la influencia de lo que la Biblia llama la mente carnal. Esta mente carnal o mortal es la percepción errónea de que la vida y el poder existen independientemente de la Mente divina e infinita, Dios, la verdadera fuente de toda identidad individual. Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia divina que sustenta las curaciones de Jesús, describe lo que demostró de esta manera: “No existe poder aparte de Dios. La omnipotencia tiene todo el poder, y reconocer cualquier otro poder es deshonrar a Dios” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 228).

Podemos honrar a Dios abriendo nuestros corazones a esta Ciencia eterna de la omnipotencia de Dios, cada vislumbre de la cual desafía la narrativa de la mente mortal de que la opresión es inevitable. Y cada curación individual es evidencia de la impotencia de la mente mortal ante la omnipotencia de Dios, demostrando así que Él no apoya las pretensiones más amplias de que la mente carnal puede estar en el asiento del conductor de una comunidad o nación. 

Al experimentar tal prueba, naturalmente exudamos el gozo descrito en Ciencia y Salud: “Regocijémonos de que estamos sometidos a las divinas ‘autoridades… que hay’. Tal es la Ciencia verdadera del ser” (pág. 249). Esta causa espiritual para regocijarse será igualmente válida en el futuro, sea lo que sea que el mismo depare.   

Regocijarse en el poder que todo lo gobierna de Dios no es una postura neutral en medio de una temporada electoral. Nos eleva y se extiende para tocar la vida de los demás. Cuando nos regocijamos de que Dios, el bien, tiene todo el poder, nos convertimos en transparencias más claras para el Espíritu, la Vida, la Verdad y el Amor, que son sinónimos bíblicos de Dios. Expresamos el poder del Espíritu al hacer el bien incansablemente y aceptar que los demás son espirituales, por lo que también están inherentemente motivados para hacer el bien; el poder del Alma al modelar cualidades constructivas como el civismo y la compasión; el poder de la Verdad al negarse a creer o hacer circular mentiras, o dar crédito a la noción de que tienen un poder válido; y el poder del Amor al comprender el hecho espiritual de que no existe tal cosa como un enemigo, lo que trae transformación a uno mismo y a los demás. 

Regocijarnos en el poder de Dios también nos ayuda a discernir cuándo somos arrastrados a hacer un dios del poder humano al ver a alguien como un salvador personal al que adular, o un diablo personal al que temer y aborrecer.

Antes, durante y después de una elección, sea cual sea el candidato o partido que prevalezca, nuestra necesidad es siempre recurrir a la Verdad, ceder a la influencia del Cristo, sacando a la luz la autoridad de Dios, que como Jesús demostró tiene el impacto más profundo y de mayor alcance. 

Hacerlo también nos libera de estar demasiado fascinados o ansiosos por las elecciones. No se trata de una libertad para ignorar los asuntos en juego, o para optar por no participar en el privilegio y el derecho a votar donde uno tiene derecho a hacerlo. Más bien, nos eleva para sentir la influencia de la Mente en acción.

Podemos mantener firmemente esta visión más elevada y sanadora durante toda la temporada de elecciones, incluso en la noche de las elecciones. En lugar de estar emocionados o nerviosos pegados a los resultados que llegan, podemos afirmar la continuidad del control de Dios en la oración que alcanza, reconoce y, sí, se regocija en la realidad que todo lo bendice de “las divinas ‘autoridades… que hay’”, permanentes y perpetuas.

Claramente, los resultados de las elecciones son críticos. No obstante, el día después de la elección, el consejo del salmista sigue siendo válido, independientemente de quién tenga las riendas del gobierno electivo y humano: Podemos “descansar en el Señor, y esperar en él con paciencia”. Podemos descansar en el reconocimiento de que el Amor divino, Dios, verdaderamente reina sobre todo, y que este poder del Amor está siempre presente para ser demostrado en la curación de nuestras comunidades y naciones.

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