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Para jóvenes

¿Cómo puedo enfrentar la Navidad después de la muerte de mi papá?

Del número de diciembre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


P: Mi papá murió el año pasado, justo antes de Navidad. No sé cómo enfrentar la Navidad este año.

R: La Navidad con mi papá siempre fue especial, aunque probablemente no de la manera que te imaginas. Siempre que lo dejaban solo, sus regalos eran envueltos en bolsas de basura. Y su accesorio navideño favorito era su gorra marca “Bah, humbug”. Sin embargo, siempre había un brillo en sus ojos mientras disfrutaba de las golosinas navideñas y observaba a los niños regocijarse con el día. El año en que falleció, yo no podía imaginar sentir la misma alegría sin mi papá allí. 

Llegó la Navidad, y no solo mi papá se había ido, sino que ni siquiera pudimos estar con nuestra extensa familia. Luego, un familiar se enfermó y pasé la mayor parte de la Navidad cuidándola, sintiéndome sola y triste. 

Hubo que orar mucho durante unos días, pero este miembro de la familia sanó por completo. Y aunque no fue la Navidad que esperaba, aprendí una lección importante. A lo largo de esos días de oración, había tenido el sentimiento tranquilo y firme de que el Cristo —el amor de Dios por cada uno de nosotros— estaba presente. No importaba cuán abrumadora fuera mi tristeza, realmente no tenía ningún poder para impedirme experimentar el consuelo y la curación que provienen del Cristo. Me di cuenta de que esa promesa del Cristo eterno era la verdadera base de la alegría durante la temporada de fiestas. Si bien algunas celebraciones navideñas son geniales y otras no tanto, el gozo de la curación prometida es constante. Esa comprensión me ha ayudado a encontrar una paz más firme en Navidad, cualesquiera sean las circunstancias. 

Poco después de aquella Navidad, salí a caminar y no podía dejar de pensar en un versículo de la Biblia: “¡Miren cuánto amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3:1, New King James Version). Me di cuenta de que mi afectuosa relación con mi papá era más que un vínculo feliz entre padre e hija. Me había dado una vislumbre de algo mucho más grande: la naturaleza incondicional e inmutable del amor de Dios por mí. El amor que había sentido de mi padre tenía su fuente en Dios, el Amor divino. Podría tomar nuevas formas de expresión ahora que mi papá se había ido, pero jamás podría separarme de él.   

A medida que ese descubrimiento espiritual se asentaba en mi pensamiento, me embargó un increíble sentimiento de gratitud. Fue un punto decisivo en mi curación del dolor que una vez había parecido tan impenetrable. Aunque me hubiera encantado tener más momentos para compartir con él, ahora pienso en mi papá con profunda gratitud y alegría por el tiempo que pasamos juntos y la relación que compartimos. 

A través de esta y muchas otras experiencias desde entonces, he aprendido que los momentos en los que nos sentimos consumidos por la duda y el dolor todavía están llenos de la promesa de curación. Especialmente en esos momentos, el Cristo —el consuelo y el amor prometidos de Dios— está presente y activo. Está ahí para elevarte por encima de la duda, el dolor y la desesperación. Y entonces descubres que el Amor, de hecho, te estaba guiando suave y hermosamente todo el tiempo, y que el Amor también está presente para tu padre, mientras continúa expresando la Vida eterna, Dios, de nuevas maneras. 

Ese sentimiento de la presencia constante del Amor divino es el verdadero regalo de la Navidad. Y lleva tu nombre, el 25 de diciembre y todos los demás días del año.

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