Parece ser parte de la naturaleza humana tomar partido. Un ejemplo de ello es lo que estamos viendo en algunos campus universitarios —incluido el de mi alma mater— donde las protestas por la guerra entre Israel y Hamas y la crisis humanitaria resultante han llevado al caos y la violencia, con individuos y grupos que toman partido estridentemente.
El diálogo saludable e incluso el desacuerdo no son en sí mismos algo malo. Pero ¿qué podemos hacer para abordar la desunión y la desconfianza, la división y la agitación que resultan de una visión intransigente sobre situaciones complejas?
Esto me recuerda algo que leí poco después de que estallara el conflicto en Oriente Medio. Mencionaba la experiencia de una profesora de historia del bachillerato en la ciudad de Nueva York, una mujer judía, a quien uno de sus alumnos le preguntó si era del “Equipo Israel” o del “Equipo Palestino”. En un momento que fue verdaderamente didáctico, ella respondió: “Yo soy del Equipo de la Humanidad”.
Realmente, esto es algo que da para pensar. En un momento en que las mejores cualidades que asociamos con la humanidad —como la compasión, la magnanimidad, el amor fraternal, la misericordia, la benevolencia y la caridad— parecen especialmente ausentes en gran parte del diálogo público, necesitamos, más que nunca, elegir el “Equipo de la Humanidad”. No hay paz ni justicia sin amor. Ser amoroso y amable; dar a los demás el beneficio de la duda y ser generosos en nuestra estimación de ellos; esperar lo mejor, no lo peor, de nuestro prójimo: estas son cualidades de pensamiento que pueden prevenir conflictos o, cuando sea necesario, reparar las relaciones. Estas cualidades contribuyen a una sociedad más justa y pacífica.
Me reconforta lo que la Ciencia Cristiana enseña acerca de dichas cualidades: No son atributos personales que algunos de nosotros tenemos y otros no, o cortesías que decidimos extender solo cuando sentimos que alguien merece nuestro favor. Son inherentes a cada uno de nosotros como hijos de Dios, en todo momento. Somos creados a imagen y semejanza de Dios, del Espíritu, y la imagen del Espíritu divino es enteramente espiritual, la expresión de la naturaleza incontenible del Amor divino.
Podríamos decir que Cristo Jesús fue infaliblemente del “Equipo de la Humanidad”. Él amó y sanó sin prejuicios, y reprendió persistentemente la obstinación y la ira de aquel que se cree superior, las cuales fomentan el odio y la inhumanidad. Varias veces en la Biblia leemos que él tuvo “misericordia” hacia los demás, y luego los sanó o respondió a sus otras necesidades. Predicó la compasión, así como la locura de la venganza, y dijo que a los que muestran misericordia se les mostrará misericordia.
En su Sermón del Llano, Jesús transmitió el mensaje radical: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti” (Mateo 7:12, NTV). Y mostró que tenemos que hacer esto a pesar de lo que otros podrían haber hecho, ya que vivió esta Regla de Oro incluso cuando fue recibido con hostilidad, acusado injustamente y crucificado. Su subsecuente resurrección demostró que cualidades como el amor y el perdón no provienen de la debilidad o la vulnerabilidad, ni pueden ser explotadas; más bien, demuestran la fortaleza más indomable, y deben ser honradas y apoyadas.
Lo que le permitió a Jesús hacer todo esto fue el Cristo, “su naturaleza divina, la santidad que lo animaba”, como dice el libro de texto de la Ciencia Cristiana (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 26). Aunque la identidad y el papel de Jesús eran únicos, él también reconocía la naturaleza propia del Cristo de todos como hijos de Dios.
Independientemente de nuestros puntos de vista sobre un tema en particular, todos podemos unirnos en una causa común para vivir la Regla de Oro. Mary Baker Eddy dijo: “La humanidad pura, la amistad, el hogar y el amor recíproco, traen a la tierra un goce anticipado de cielo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 100). Esta es una gran contribución que cada hombre, mujer y niño puede hacer a la causa de la justicia y la paz: protestar contra la tentación de ignorar o rechazar nuestra bondad natural y resistirla; negarse a hablar o actuar de maneras que son contrarias a nuestra verdadera naturaleza espiritual, y que herirían en lugar de sanar y beneficiarían a uno mismo en lugar de al bien común.
Esto puede requerir un autoexamen honesto y humildad, pero a través de estas cualidades, cada uno de nosotros puede contribuir a un mundo más justo, humano y unido. Cada día ofrece numerosas oportunidades para dar los pasos, ya sean pequeños o grandes, del lado de la humanidad; para mostrar mayor tolerancia, comprensión y amor en nuestras interacciones con los demás. Todo esfuerzo sincero nos acerca un poco más a experimentar aquí en la tierra “un anticipo del cielo”.
