Hace poco tuve el viaje más largo de mi vida, y reforzó mi comprensión y confianza en Dios. Viajaba con un compañero a otra parte del país, para apoyar a un amigo en común en el funeral de una familia. El viaje incluyó cruzar una laguna de 18.8 kilómetros en una piragua, o autobús acuático.
Cuando llegamos a la ciudad para tomar el autobús acuático, descubrimos que el último se había ido hacía 14 horas, y no había forma de saber cuándo llegaría el siguiente.
Nos habíamos preparado para este viaje meditando sobre el Salmo 121:1-6 y, ante esta dificultad, nos aferramos con sincera convicción al hecho de que Dios cuida de nosotros, a fin de comprender que somos uno con Él. El Espíritu, no la materia y la limitación, es lo que está verdaderamente representado en los hijos de Dios.
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