Cuando mi padre llegó a uno de sus primeros trabajos en Río de Janeiro, encontró un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana escondido en el fondo de un cajón de su viejo escritorio. A partir de entonces, comenzó a estudiar la Ciencia Cristiana y a llevarnos a mis hermanos y a mí al centro de la ciudad a una Iglesia de Cristo, Científico, los domingos. Tenía nueve años cuando asistí a mi primera clase de la Escuela Dominical, pero cuando recuerdo aquella experiencia ahora, pienso en el maravilloso hallazgo que había hecho mi padre.
Hace varios años, cuando estallaron las noticias sobre la pandemia, trabajaba como agente administrativa en un hospital federal muy grande de Río. Debido a su ubicación que sirve a muchas favelas, nuestro hospital se convirtió en punto focal para el tratamiento del Covid-19. Yo estaba en la administración lidiando con el papeleo y no tenía mascarilla, protector facial ni guantes, los cuales escaseaban y estaban reservados para los profesionales médicos que trataban a los pacientes.
Yo tenía miedo, así que abrí mi libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, en la página 66, donde la Sra. Eddy dice: “Los desafíos enseñan a los mortales a no apoyarse en un báculo material, una caña cascada, que traspasa el corazón”. En lugar de confiar en cosas que podrían considerarse “una caña cascada”, me di cuenta de que podía confiar en Dios, y sentí que el miedo disminuía. Sin embargo, cerca del final de mi turno de 24 horas de ayudar a muchos pacientes con Covid a sus citas, comencé a tener una fiebre muy alta. Tan alta que perdí el conocimiento.
Cuando desperté, me encontré en la UCI. El personal del hospital me había puesto en aislamiento total, y no tenía mi Ciencia y Salud ni mi Biblia, solo mi teléfono celular. Ante los síntomas preocupantes y el miedo correspondiente en los ojos de mis colegas —todos ellos vestidos con batas, mascarillas y protectores faciales— no podía calmar mis pensamientos; no podía orar. Comenzaba una oración, pero no lograba terminarla. Me sentía atrapada e incapaz de superar el temor. Sin embargo, recordé un pasaje en la página 232 de Ciencia y Salud, donde la Sra. Eddy dice: “En el sagrado santuario de la Verdad hay voces de solemne significado...”
Entonces recordé mis caminatas de la infancia a la Escuela Dominical y “la declaración científica del ser” en la página 468 de Ciencia y Salud, que siempre concluía nuestras sesiones de la Escuela Dominical. No obstante, solo podía recordar la primera línea y no lograba ir más allá. Volvía una y otra vez a la misma frase: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”, así que empecé a declarar cada palabra muy lentamente, y me aferré a estas verdades espirituales. Me di cuenta de que había tomado una decisión firme: mantener mi pensamiento en Dios, en el Amor, y conocer la verdad sobre mí misma como la idea amada de Dios.
Si bien estaba rodeada de enfermeras que temían contaminarse al atenderme, me sentí inspirada a pensar en el tipo de atención que brinda una enfermera de la Ciencia Cristiana; sabía que una enfermera de la Ciencia Cristiana siempre mantiene su pensamiento elevado, mirando hacia la Verdad, mirando al Cristo, para realizar el trabajo necesario y adecuado en la habitación de un enfermo. Sabía que yo también quería ser elevada por la Verdad, así que llamé de inmediato a una enfermera de la Ciencia Cristiana. Hablamos brevemente sobre el Amor y el cuidado divinos y la providencia de Dios. A medida que la enfermera de la Ciencia Cristiana me hablaba del cuidado amoroso de Dios por todos nosotros, me volví menos temerosa.
Me habían conectado a una máquina para que me ayudara a respirar ese primer día en la UCI. Después de mi conversación con la enfermera de la Ciencia Cristiana, mi respiración y mis niveles de oxígeno se normalizaron y mi fiebre bajó. Debido a este cambio rápido, el hospital me dio de alta al tercer día.
No creo que habría podido tener este cambio si no me hubiera comunicado con la enfermera de la Ciencia Cristiana. Me hizo tomar conciencia del tierno cuidado de Dios por mí. Aunque me enviaron a casa con una lista de medicamentos para tomar, y los resultados de las pruebas que recibí mientras estaba en casa confirmaron que había contraído Covid, tomé la decisión de confiar completamente en la Ciencia Cristiana para obtener ayuda; no tomé la medicación. Estaba agradecida de haber elegido el tratamiento de la Ciencia Cristiana, porque elevó mi forma de pensar y marcó la diferencia. Como resultado, todos los síntomas de Covid que había experimentado desaparecieron al día siguiente.
Debido a las leyes laborales, no se me permitió volver a mi trabajo durante 14 días, pero esto me dio la oportunidad de participar de forma remota en el estudio de las Lecciones Bíblicas y los servicios de la iglesia que se llevaron a cabo a través de Zoom. Estas actividades me ayudaron a sentirme una vez más como si estuviera en la casa, la consciencia, del Señor, en armonía y seguridad, un lugar del que nunca había salido realmente.
Durante este tiempo, me sentí guiada por Dios, como lo describe este pasaje del libro de Éxodo: “El Señor iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduvieran de día y de noche” (13:21, LBLA). En la página 200 de Ciencia y Salud se explica que “Moisés hizo avanzar una nación a la adoración de Dios en Espíritu en vez de materia, e ilustró las grandes capacidades humanas del ser concedidas por la Mente inmortal”. Cada día sentía esa luz y ese avance. Ya había sido sanada de Covid y sentía que Dios estaba delante de mí mientras cruzaba el desierto del temor a la pandemia. Después de mis dos semanas fuera del trabajo, di negativo en la prueba de Covid y retomé mis actividades sin ningún problema ni efectos secundarios.
Estoy muy agradecida de haber sido guiada a la Ciencia Cristiana, y sé que todo lo que aprendo en esta travesía, al estudiar y practicar esta Ciencia y participar en la iglesia, me ayuda en mi progreso.
Mi gozosa gratitud reconoce que lo que he aprendido en los últimos años me ha sostenido en cada situación, con armonía y paz, que ya están establecidas y mantenidas por Dios.
Río de Janeiro, Brasil
