La temporada navideña, una celebración del advenimiento de Cristo Jesús, ha sido desde hace mucho una época muy ocupada: reunirse con amigos, comprar regalos, fiestas en el lugar de trabajo, cocinar, coordinar. No obstante, a veces, en medio de tantas actividades, las personas terminan preguntándose por qué no pueden sentir el gratificante espíritu del Cristo que tanto anhelan.
El mensaje de la historia de Navidad va mucho más allá de las festividades y la alegría. La concepción virginal de Jesús por parte de María le permitió a él demostrar su verdadera individualidad espiritual como el Cristo, el Hijo de Dios. Enseñó y dio prueba de lo que significa ser hijo de Dios: estar libre de pecado, de enfermedad... ¡e incluso de la muerte. Él vivió en constante comunión con su divino Padre, amó a Dios y a toda la humanidad, expresó este amor a través de acciones concretas y sanó a innumerables personas.
Jesús demostró que todos somos hijos de Dios, que, como explica el primer capítulo del Génesis, somos creados a imagen de Dios, el Espíritu, totalmente buenos, inocentes y espirituales. Su vida demostró este modelo divino del hombre.
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