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Honrar al Cristo mediante nuestras vidas

Del número de diciembre de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español

 


La temporada navideña, una celebración del advenimiento de Cristo Jesús, ha sido desde hace mucho una época muy ocupada: reunirse con amigos, comprar regalos, fiestas en el lugar de trabajo, cocinar, coordinar. No obstante, a veces, en medio de tantas actividades, las personas terminan preguntándose por qué no pueden sentir el gratificante espíritu del Cristo que tanto anhelan.

El mensaje de la historia de Navidad va mucho más allá de las festividades y la alegría. La concepción virginal de Jesús por parte de María le permitió a él demostrar su verdadera individualidad espiritual como el Cristo, el Hijo de Dios. Enseñó y dio prueba de lo que significa ser hijo de Dios: estar libre de pecado, de enfermedad... ¡e incluso de la muerte. Él vivió en constante comunión con su divino Padre, amó a Dios y a toda la humanidad, expresó este amor a través de acciones concretas y sanó a innumerables personas.

Jesús demostró que todos somos hijos de Dios, que, como explica el primer capítulo del Génesis, somos creados a imagen de Dios, el Espíritu, totalmente buenos, inocentes y espirituales. Su vida demostró este modelo divino del hombre.

Aunque el hombre físico Jesús no está aquí con nosotros hoy, en la Ciencia Cristiana aprendemos que el Cristo es “la verdadera idea de Dios” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 316) que es atemporal y está con nosotros siempre. Al pensar en cómo honramos al Cristo, recuerdo a los Reyes  Magos, que hicieron un largo viaje para ver y dar regalos al Mesías prometido. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, dice lo siguiente acerca de ellos: “A medida que los Magos progresaron en la comprensión del Cristo, o sea la idea espiritual, esta idea creció para ellos en gracia. Continuará así, en la medida en que esto se vaya comprendiendo, hasta que el hombre sea hallado a la semejanza misma de su Hacedor. El más alto concepto humano que ellos tenían del hombre Jesús, que lo presentaba como el Hijo único de Dios, el unigénito del Padre, lleno de gracia y de Verdad, alcanzará, por medio de la lente de la Ciencia, tal magnitud para el concepto humano, que revelará que el hombre, colectiva como individualmente, es el hijo de Dios” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 164).

Expresar la naturaleza semejante al Cristo que Dios nos ha dado es verdaderamente el espíritu de la Navidad; ¡el espíritu del Cristo que todos podemos sentir en nuestros corazones! Hoy, la Ciencia divina nos revela la perspectiva espiritual de la vida: la Vida como Dios, el Espíritu. Vivimos con gratitud por la percepción espiritual que Jesús  revelaba.

Al desear sentir más profundamente el espíritu del Cristo, podríamos considerar qué dones valiosos brindamos al mundo. Los Reyes Magos dieron oro, incienso y mirra al Salvador: los tres considerados muy valiosos en aquel entonces. En nuestra época, debemos pensar profundamente en cómo honramos al Cristo a través de nuestras vidas, preguntarnos qué estamos dispuestos a ofrecer a diario. Vivir las cualidades propias del Cristo nos ayuda a dejar de lado las distracciones materialistas, la apatía, la oscuridad mental, y a mostrar la luz del Cristo: la perspectiva espiritual iluminada de la Vida. Este puede ser nuestro regalo para el mundo. Y hoy podemos probar el poder del advenimiento del Cristo por medio de la curación.

Hace años, empecé a tener dolor en las rodillas. Hacían ruido cuando me sentaba o me levantaba y tenía una sensación de fricción e incomodidad. En esos momentos, tenía miedo cada vez que tenía que moverme.

Me volví a Dios en oración, con consagración, anhelando sentirme amada, protegida y bien. Reconocí que soy la creación de Dios, que por ser Su hija soy la imagen y semejanza del Espíritu, de la Vida divina, del Amor invariable, y reflejo la sustancia divina. Siempre estoy completa e intacta, libre y flexible, y por lo tanto experimento libertad de movimiento. De modo que realmente no había lugar para la fricción, el sufrimiento, la pérdida de sustancia o el deterioro.

También oré para saber que reflejo el amor de Dios y que no puedo vivir en fricción o conflicto con los demás. Me sentí en paz, pero los síntomas persistían. La continua oración me trajo expectativa de bien, y sentí la influencia del Cristo dándome un mensaje puro que me aseguraba: “Seré ungido con aceite fresco”. Reconocí que este concepto provenía de un versículo de la Biblia (véase Salmos 92:10). También hay una conexión aquí con los Reyes Magos, ya que uno de ellos le dio a Jesús mirra, que se cree que se usaba en el aceite de la sagrada unción. En mi caso, sentí que me rodeaba la presencia de Dios, la dulzura y la calidez del Amor divino. El problema de las rodillas desapareció por completo.  

La definición de aceite en el Glosario de Ciencia y Salud es: “Consagración; caridad; dulzura; oración; inspiración celestial” (pág. 592). Las cualidades que representa el aceite son vitales. Había sentido la convicción espiritual de que mi capacidad para moverme no dependía del estado de los huesos, las articulaciones o los músculos. Había reconocido que mi movimiento tenía su fuente en Dios, la Mente divina, y que la sustancia de las cualidades espirituales del aceite con el que estoy ungida jamás se desgasta ni disminuye.

La influencia y el poder del Cristo es una ley divina que anula todas las teorías materialistas que intentan limitarnos. Gobernados por esta ley, vivimos en salud, libertad y amor fraternal. Todos los días, podemos abandonar una visión materialista de la vida y honrar al Cristo de todo corazón mediante vidas plenas de curación.

Vivir nuestra semejanza con el Cristo tiene un impacto en la calidad de nuestros días, nuestra salud, nuestras relaciones y nuestra comunidad. Cada vez más podremos regocijarnos con gratitud por haber sido testigos, hasta cierto punto, del cumplimiento de la promesa: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2, 14).

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