Estaba atravesando una época de incertidumbre, lidiando con la tristeza y la soledad, porque me era imposible pasar más tiempo con mis seres queridos. Como hago usualmente cuando me siento triste o inquieta, decidí tomar cierto tiempo para orar. Fui a un hermoso parque y me recosté contra uno de los majestuosos árboles, escuchando los sonidos de la naturaleza.
Al cerrar mis ojos para orar, un ruido extraño me hizo levantar la mirada. ¡Tenía compañía! Unas cuantas ardillas brincaban y escalaban ágilmente por las largas ramas del árbol. Al observarlas saltar con toda confianza de una rama a otra, me impresionó su agilidad. “¿Cómo es que pueden hacerlo sin caerse?”, me pregunté. Su audacia y dominio me inspiraron. Los árboles parecían participar en toda esta actividad, como si aplaudieran con sus ramas a las ardillas.
Los rayos del sol se filtraban a través del follaje, y parecía que las ardillas trepaban hacia la luz. Si me movía en cierta dirección, el sol resplandeciente iluminaba mi rostro. Era como si Dios mismo me estuviera hablando.
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