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El gozo de la curación cristiana

Del número de junio de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco antes de su crucifixión y resurrección, Cristo Jesús les habló a sus discípulos acerca de continuar su misión después de que él ya no estuviera con ellos. Les indicó que siguieran sus mandamientos y les prometió un Consolador que les permitiría llevar adelante su obra. Luego les dijo: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11).

A primera vista, puede que no pareciera una perspectiva alegre. Todo parecía indicar que el ministerio de Jesús estaba llegando a un final violento, y que el odio y la maldad estaban ganando la batalla. Incluso les dijo a los discípulos que podían esperar enfrentar las mismas dificultades que él estaba enfrentando. Los discípulos estaban luchando, pero Jesús prometió que su tristeza se convertiría en gozo (véase Juan 16:20). 

¡Y así fue! Después de la crucifixión, cuando se dieron cuenta de que Jesús había resucitado de entre los muertos, se regocijaron en la prueba innegable de que todo lo que les había enseñado era verdad. Más aun, el Nuevo Testamento indica que su gozo nunca los abandonó. Los sostuvo a través de la ascensión de Jesús y la formación de la Iglesia cristiana primitiva, y fue un componente en su notable registro de curación. 

Este tipo de gozo es mucho más que una alegría ligera, más que el cenit en los variables altibajos de la vida diaria. ¿Qué es esta alegría y cómo podemos encontrarla hoy? 

Toda la Biblia muestra que, ante cualquier dificultad, Dios no nos abandona; el bien triunfa sobre el mal; y la ley de Dios por siempre da vida, impulsada por el Amor. ¡Qué mayor motivo de esperanza! Después de la resurrección, los discípulos se regocijaron en la renovada comprensión de lo que era posible con Dios. Llegaron a conocer al Consolador, el Espíritu Santo o espíritu de Verdad que Jesús había prometido. Y esto los impulsó aún más a querer ayudar y sanar a los demás, y los capacitó para hacerlo. 

Las buenas nuevas para nosotros es que el Consolador eterno en el que Jesús y sus discípulos confiaron está aquí ahora. Es la ley divina del bien infinito, la Ciencia del cristianismo, que Mary Baker Eddy descubrió y compartió con el mundo en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. En él escribe: “Los cristianos se regocijan en belleza y abundancia secretas, ocultas para el mundo, pero conocidas de Dios” (pág. 15). 

La Ciencia Cristiana revela que el gozo verdadero y duradero no se puede experimentar a través de los sentidos físicos; es espiritual. Viene por medio del Cristo, el poder sanador de Dios que siempre está con nosotros y que cualquiera puede conocer. El espíritu-Cristo omnipresente que gobernó a Jesús nos eleva de una visión falsa y limitada de la vida en la materia a la verdad de la vida y la inteligencia espirituales, independientes de la materia.

A medida que comenzamos a ver que nuestro verdadero ser es el reflejo del Espíritu, Dios, comprendemos que la vida es infinita, ilimitada, siempre espiritual, armoniosa y segura; jamás vulnerable o fuera del cuidado perfecto de Dios. Esto transforma el pensamiento de la tristeza o la incertidumbre a la estabilidad inmutable del Amor omnipotente. Y la tristeza se convierte en gozo: una sensación de bienestar que no puede ser perturbada, cualquiera sea el cuadro humano. Este tipo de alegría incluye la profunda satisfacción de la salvación. Empezamos a ver el bien ilimitado que es posible con Dios. 

Cualquiera que haya sido redimido de la creencia de vida en la materia puede ser salvado no solo del pecado, sino también de la enfermedad y la muerte, como Jesús lo demostró tan plenamente. La alegría de ser salvado de la angustia o la enfermedad no es una indulgencia ciega que por un momento se niega a ver la realidad, sino una cualidad tangible y duradera arraigada en el Amor divino. Es posible que tengamos que lidiar con períodos de desaliento, pero nunca debemos dejar que la oscuridad del momento nos haga perder de vista el gozo que Jesús prometió. 

Los estudiantes de la Ciencia Cristiana a menudo han encontrado que, cuando recuerdan las curaciones de las experiencias más difíciles de sus vidas, lo que se destaca no es la dificultad, sino la comprensión de los conceptos espirituales que los sanaron y salvaron. Esta comprensión nunca nos abandona. Vive en la consciencia como una influencia sanadora y continua: el reino de Dios, que Jesús dijo que estaba dentro de nosotros (véase Lucas 17:21). Cada demostración de la curación mediante el Cristo solidifica aún más nuestro regocijo en las cosas del Espíritu, una alegría que nada nos la puede quitar. 

Nos reunimos este año en la Asamblea Anual de La Iglesia Madre para celebrar “Regocijo en la Iglesia viviente”. La Sra. Eddy escribe que fue “la presencia viviente y palpitante del Cristo, la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 351) lo que la sanó de una enfermedad crónica, cambiando su vida para siempre. Nuestro estudio y práctica de la Ciencia Cristiana nos permite sentir esa misma presencia del Cristo y su efecto sanador. 

Cuando experimentamos la alegría de la curación cristiana, naturalmente queremos compartirla como lo hizo la Sra. Eddy. Y es esencial que lo hagamos, para que otros puedan encontrar la paz y la felicidad que vienen al conocer al Cristo, la Verdad. Ciencia y Salud afirma: “La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor. No es egoísta; por lo tanto, no puede existir sola, sino que requiere que toda la humanidad la comparta” (pág. 57). 

La Iglesia desempeña un papel crucial al apoyar nuestro ministerio individual y colectivo para elevar a la humanidad hacia un jubiloso bienestar. Todos los que se unen para ayudar a toda la familia humana a sentir “la presencia viviente y palpitante del Cristo” constituyen la Iglesia viviente que Jesús y sus discípulos establecieron. Y el resultado tiene que ser la curación.

Mary Alice Rose
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana

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