Las palabras son inadecuadas para expresar mi eterna gratitud por el amor perfecto e inquebrantable Dios. Un día, mientras conducía, miré por el espejo retrovisor y vi un auto que se me venía encima a extrema velocidad. Antes de darme cuenta, mi coche había sido golpeado por atrás y era empujado hacia otro carril. Lo primero que pensé fue que mi auto volcaría en la zanja de la carretera.
¡Ah! Pero Dios estaba allí. Al comprender gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana que Dios es Vida y que la Vida es Todo, me di cuenta de que Dios también es mi vida, y comencé a afirmar esa verdad. Finalmente, el otro coche empujó el mío solo hasta el borde de la carretera, donde me detuve antes de llegar a la zanja. Creo que fue el impulso del amor de Dios lo que movió mi auto tan suavemente a un lado de la carretera y lo que evitó que tanto la conductora del otro auto como yo resultáramos heridas.
Después, me embargó una sensación de calma. La otra conductora me dijo que después de trabajar doble turno, se había quedado dormida al volante. Quería que supiera que yo no la culpaba. Le dije que estaba bien y le conté que había estado orando. (Había estado escuchando la grabación de la Lección Bíblica de esa semana que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.) Era muy claro para ambas que habíamos sido protegidas y que no había necesidad de perdón. A pesar de que mi auto fue una pérdida total, el proceso del seguro se desarrolló sin problemas y obtuve un auto nuevo.
Como estudiante de la Ciencia Cristiana de toda la vida, me había parecido natural recurrir a Dios en mi momento de necesidad. Anteriormente había experimentado la prueba de que Dios es mi vida cuando parecía que me estaba ahogando en una corriente de resaca. No podía sentir mi cuerpo y había aceptado que moriría. Pero mi esposo se negó a aceptar que me ahogaría. Me gritó: “¡No te atrevas!”. Eso rompió mi temor a morir y comencé a gritar: “¡Dios es mi vida! ¡Dios es mi vida!”.
Pude darme vuelta sobre mi espalda, y luego fui mentalmente al “lugar secreto del Altísimo”, ese lugar seguro que conocía del Salmo noventa y uno (KJV). Allí vi con mucha claridad que no estaba luchando. Lo único que podía sentir era la paz indescriptible y el amor que todo lo abarca de Dios. Sabía sin lugar a dudas que estaba a salvo.
Mi esposo después me dijo que había visto un coral sólido en el agua y fue guiado a sumergirse e impulsarse desde allí. Volvió a la superficie y me dio un envión empujando mis pies hacia arriba. Por la gracia de Dios, a partir de ese momento tuve la fuerza para nadar hasta la orilla, donde alguien me levantó suavemente y me acostó en la arena.
Estoy verdaderamente agradecida por haber asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante mi infancia y adolescencia y por tomar la instrucción de clase de la Ciencia Cristiana, un curso de dos semanas sobre la curación mediante la oración, lo cual me ha ayudado a comprender que Dios es Todo. Él es la única Vida.
Kathy Marquis
King George, Virginia, EE.UU.
