A lo largo de la historia, la humanidad ha estado profundamente comprometida con la búsqueda de comprender la naturaleza y la causa de la existencia, y hoy en día, la investigación de la ciencia tiene la reputación única de ofrecer respuestas basadas en pruebas consistentes. Aunque la definición moderna de ciencia sigue siendo gran tema de debate, fundamentalmente, siempre se definirá como conocimiento probado y basado en principios.
En muchos sentidos, el descubrimiento espiritual que hizo Mary Baker Eddy en 1866 y reveló al mundo en un libro en 1875, parece bastante contradictorio respecto a la ciencia moderna. Pero en ese libro, Ciencia y Salud —más tarde titulado Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras— ella no dudó en llamar a su descubrimiento Ciencia. Lo explicó de esta manera: “La Ciencia Cristiana difiere de la ciencia material, pero no por eso es menos científica. Al contrario, la Ciencia Cristiana es preeminentemente científica, pues está basada en la Verdad, el Principio de toda ciencia” (págs. 123-124). En esta declaración, y a lo largo de sus escritos, Eddy presentaba una enseñanza a la humanidad que era una afrenta, tanto teológica como científicamente, contra la creencia arraigada y casi universal en la vida, la sustancia y el poder curativo de la materia.
¿Qué la hizo estar tan segura de esto? ¿Y cómo tuvo el valor moral de declararlo en un momento en que las oportunidades para que las mujeres participaran en el discurso público estaban severamente restringidas?
Fue su amor por el Espíritu, Dios, y las enseñanzas de Cristo Jesús lo que fortaleció su profunda convicción de que la Ciencia Cristiana era una revelación de Dios. Ella comprendió que esta revelación era el Consolador, o “el Espíritu de verdad”, que Jesús prometió que enseñaría “todas las cosas” y testificaría del Cristo sanador siempre presente (véase Juan, caps. 14 y 15).
Ella sabía que cada una de las notables curaciones de enfermedades físicas y mentales de Jesús probaba la verdad que ella había descubierto: la totalidad de la Mente, el Espíritu, Dios, y la nada de la materia. Esta verdad tan profunda fue también la comprensión científica vital detrás de las muchas otras demostraciones extraordinarias de Jesús, como calmar una tormenta, caminar sobre el agua y trasladar instantáneamente una barca a la costa. Su resurrección fue una prueba absoluta para la humanidad de que la vida no está en la materia, sino que es eterna en el Espíritu.
Si bien Eddy no tenía dudas de la verdad de su descubrimiento, entendió que el mundo aún no estaba preparado para su aceptación universal. “Nos hallamos en medio de una revolución”, dijo en un sermón titulado La curación cristiana, que dio en 1880; “la física va cediendo lentamente a la metafísica; la mente mortal se rebela contra sus propios límites; cansada de la materia, quisiera captar el significado del Espíritu” (pág. 11). El descubrimiento de Eddy fue revolucionario porque presentaba un enfoque de la materia radicalmente diferente, que era la formación subjetiva de la conciencia humana.
Ella había experimentado y comprendido que, como dijo, “… la espiritualización del pensamiento destruye todo sentido de materia como sustancia, Vida o inteligencia, y entroniza a Dios en las cualidades eternas de Su ser” (La unidad del bien, pág. 32). Y así, su descubrimiento lanzó la revolución científica del pensamiento impulsada por Dios, la más profunda que la humanidad haya conocido jamás.
En 1962, Thomas Kuhn publicó su memorable libro La estructura de las revoluciones científicas, donde acuñó la ahora conocida frase “cambio de paradigma”, que describe un cambio fundamental en las prácticas y suposiciones básicas dentro del desarrollo de la ciencia. Los descubrimientos clave de individuos que participan en investigaciones científicas extraordinarias son los iniciadores de casi todas las revoluciones científicas. A medida que la investigación científica progresa inexorablemente, la evidencia anómala que es insoportable para el paradigma prevaleciente —y típicamente indiscutible— comienza a forjarse lentamente. Si un nuevo paradigma explica las anomalías, y es inevitablemente una mejor explicación, se producirá una posterior “batalla sobre su aceptación”, escribe Kuhn (pág. 84). Es la supervivencia del más apto, y desde una perspectiva metafísica significa que la verdad científica finalmente prevalecerá.
Durante muchos años, Eddy se dedicó a la búsqueda sincera de una fuente espiritual de salud, “tratando de relacionar todos los efectos físicos”, dijo, “con una causa mental” (Retrospección e Introspección, pág. 24). Esta búsqueda culminó en un momento de extrema necesidad humana cuando sufrió una caída. Después de tres días de sufrimiento, al recurrir a su Biblia y a Dios, experimentó una recuperación inmediata de la grave lesión que había sufrido; una recuperación que comparó con la caída de la manzana que Newton presenció.
Su curación fue acompañada por un profundo avance en la comprensión de cómo sanaba el Espíritu. Más tarde escribió: “Esa breve experiencia llevaba en sí una vislumbre de la gran realidad que desde entonces he tratado de explicar a los demás, es decir, la Vida en el Espíritu y del Espíritu; siendo esta Vida la única realidad de la existencia” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 24).
Esta experiencia le reveló a Eddy que la existencia es completamente mental, aunque le tomó algún tiempo comprender completamente lo que había descubierto. Ella sabía que la materia, o la carne, no es el producto del Espíritu; una verdad que se basa en las palabras de Jesús: “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6, LBLA). El Espíritu infinito —que se expresa espiritualmente a través de la creación en toda individualidad, forma, color y contorno— era para Eddy la verdadera sustancia y realidad. La consciencia no se produce en la materia o debido a ella, sino que está en el Espíritu y es del Espíritu, la Mente divina infinita, Dios.
Por lo tanto, la materia se le reveló solo como la forma finita y subjetiva de una supuesta consciencia que ella llamó mente mortal, porque es la creencia autoengañosa en una vida separada de Dios, donde lo opuesto al Espíritu del todo bueno parece real. Pero la materia, al no tener parte en la Verdad eterna, es incapaz de ser inteligente y, por lo tanto, no puede promulgar leyes que gobiernen el universo, sanen al hombre o creen la consciencia.
Esto responde a una de las preguntas más desconcertantes que plantea la ciencia hoy en día, comúnmente conocida como el “difícil problema de la consciencia”. En la Ciencia Cristiana, la materia es una formación de la mente mortal, y la Mente eterna, Dios, toma su lugar legítimo como la única causa suprema. Esta causa espiritual trae cambios al universo físico a medida que la materia cede ante el Espíritu. Excluir una causa espiritual o mental en nuestras suposiciones fundamentales —lo que la ciencia física intenta hacer— es excluir el único Principio de toda realidad y de todo efecto verdadero. La Ciencia Cristiana declara que sin este Principio divino —que es el Amor infalible, inmutable y eterno— la creación colapsaría: “Toda Ciencia verdadera representa una fuerza moral y espiritual que mantiene la tierra en su órbita” (Mary Baker Eddy, Rudimentos de la Ciencia divina, pág. 4).
Mary Baker Eddy se apartó de la visión tradicional del estado estacionario del universo físico al definir la materia como fugaz, finita, incluso ilusoria, y basada en la incertidumbre.
La física es una de las ciencias más primarias e integrales de todas las ciencias, por no decir la más. Afecta profundamente la visión de la sociedad sobre la naturaleza de la realidad y el universo, y es fundamental para todo desarrollo científico en la ingeniería, la industria y la medicina. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el progreso dentro de la física comenzó a revelar la incertidumbre y el vacío de la materia, y culminó en 1913 con el modelo Rutherford-Bohr del átomo. En este modelo, ahora se sabía que casi toda la masa estaba contenida en un núcleo que se puede comparar con el tamaño de un grano de arena en un campo de fútbol. En una sorprendente coincidencia, el descubrimiento radical de Eddy de la naturaleza esencial de la materia como nada —de que no es la sustancia eterna de la realidad— precedió a este progreso en la física. Esto sugiere que el advenimiento y la prueba de sus ideas fueron una levadura espiritual que impactó este desarrollo científico.
Estos descubrimientos clave en física pronto llevaron al establecimiento de la mecánica cuántica, la cual ha sacado a la luz el efecto del observador en el objeto que se observa. Una implicación ampliamente expresada, después de más de un siglo de resultados de investigación que han seguido desconcertando a la comunidad física, es que el mundo que percibimos no es revelado por la observación material, o la consciencia, sino creado por ella.
La mecánica cuántica también condujo a lo que podría decirse que fue uno de los avances científicos que más cambiaron el mundo. Bajo la presión de evitar que la Alemania nazi lo hiciera primero, los Estados Unidos reunieron a físicos e ingenieros para desarrollar la bomba atómica, la primera de las cuales fue detonada en una prueba en el suroeste de los Estados Unidos el 16 de julio de 1945. La naturaleza autodestructiva de la materia jamás se había vuelto tan evidente, como Eddy había previsto que lo haría. Pero también vio que esta tendencia finalmente conduciría al reconocimiento y la prueba de su irrealidad. Ella escribió: “Cuanto más destructiva se vuelva la materia, tanto más aparecerá su nada, hasta que la materia alcance su cenit mortal en la ilusión y desaparezca para siempre” (Ciencia y Salud, pág. 97).
Albert Einstein, el físico más prominente del siglo XX, se apartó de la visión tradicional del espacio y el tiempo como fijos y absolutos con su revolucionaria teoría de la relatividad. Para la física moderna, los conceptos de “infinito”, “eterno” y “ahora” se han vuelto cada vez menos aplicables a la materia y al tiempo. El físico cuántico Carlo Rovelli dice: “La naturaleza parece decirnos que no hay nada verdaderamente infinito” (Reality Is Not What It Seems, p. 233). También dice: “La idea de que un ahora bien definido existe en todo el universo es una ilusión, una extrapolación ilegítima de nuestra propia experiencia” (The Order of Time, p. 44).
El descubrimiento y establecimiento de la Ciencia Cristiana se produjo simultáneamente con tremendos avances en la tecnología.
Eddy también se había apartado de la visión tradicional del estado estacionario del universo físico al definir la materia, al ser lo opuesto al Espíritu eterno e infinito, como fugaz, finita, incluso ilusoria y basada en la incertidumbre. Ella incluso definió el tiempo como “materia” (véase Ciencia y Salud, pág. 595). La física, al parecer, finalmente ha comenzado a estar de acuerdo.
Y los Científicos Cristianos han estado probando modestamente la insustancialidad de la materia y el tiempo —al presentar incluso un número creciente de pruebas en apoyo del descubrimiento de Eddy— a través de decenas de miles de testimonios de curación que desafían la explicación física, a menudo comparable a los tipos de curaciones que Jesús demostró. Además de la lista de enfermedades denominadas incurables que han sido sanadas, desde epilepsia hasta esclerosis múltiple, algunos ejemplos más extraordinarios de curación han sido los de huesos rotos; algunos de ellos han tenido lugar en cuestión de días u horas o incluso instantáneamente (por ejemplo, véase William D. Ansley, “Healings through mental surgery,” Christian Science Sentinel, July 16, 2007).
El descubrimiento y establecimiento de la Ciencia Cristiana se produjo simultáneamente con tremendos avances en la tecnología. Entre 1876 y 1903, se patentó por primera vez el teléfono, se aprovechó la electricidad para uso urbano y se estaban desarrollando el automóvil y el avión a gasolina, por nombrar algunos. Interpretados metafísicamente, estos indican que la humanidad supera los lazos limitantes de la materialidad hacia una mayor libertad de movimiento y comunicación. No solo los mortales emergían de la oscuridad mental a la luz espiritual, sino que este progreso del pensamiento encontró una expresión simbólica en la invención por Thomas Edison en 1879 de la primera bombilla incandescente comercialmente viable.
Alrededor de esta época, Eddy escribió: “Esta era aspira por el Principio perfecto de las cosas; tiende hacia la perfección en el arte, la invención y la manufactura. ¿Por qué, entonces, habría de estereotiparse la religión, y por qué no habremos de lograr un cristianismo más perfecto y práctico? (Escritos Misceláneos, pág. 232). Ella reconoció claramente que la motivación para destacarse, junto con la incansable investigación, integridad e inteligencia que a menudo se expresan en las ciencias, contribuyeron no solo al progreso práctico, sino también a la espiritualización del pensamiento. Cuando se le preguntó sobre “la búsqueda de las invenciones materiales modernas” en una entrevista de 1901 con el New York Herald, dijo: “Todas tienden a modos de vivir más nuevos, más refinados, más etéreos. Buscan las esencias más finas. Iluminan el camino hacia la Iglesia de Cristo” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 345).
Si bien Eddy aceptó manifiestamente que había valor en estos inventos, en la misma entrevista hubo una ciencia que ella destacó específicamente como “ciencia falsa”: la “curación por medio de medicamentos” (Miscelánea, pág. 345). Su descubrimiento había revelado la naturaleza mental de la realidad, y en sus propios experimentos con la homeopatía y el efecto placebo, había aprendido que el único poder de curación que tenía un medicamento o un método higiénico estaba en la fe puesta en él. Ella percibió que esta fe mal dirigida era robar al hombre de su confianza natural y completa en Dios, la Mente omnipotente, para sanar. Por lo tanto, el llamado desarrollo científico y el uso de medicamentos aumenta la fe de la humanidad en la materia, cuando la necesidad universal es disminuir esa fe al aumentar la confianza en la realidad de Dios y probarla.
Del mismo modo, el hipnotismo (cada vez más respetado por la medicina moderna, según un artículo del New Scientist titulado “The healing power of your mind”, November 9, 2019), es una práctica que los escritos de Eddy denunciaron. En la Ciencia Cristiana, que se basa únicamente en el poder sanador de la Mente divina, los aparentes efectos de la hipnosis no son más que la imaginación ilusoria de la mente mortal. Los medicamentos, la higiene y el hipnotismo son engañosamente atractivos para la mente humana porque pretenden sanar, pero Eddy afirmó que “no sanan, sino que sólo alivian el sufrimiento temporalmente…” (Ciencia y Salud, pág. 483).
También es digno de mención que el descubrimiento de Eddy se produjera en el mismo momento crucial de la historia en que Charles Darwin publicó sus principales obras: El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871). Las teorías de Darwin dieron credibilidad a la suposición de que el hombre evolucionó a partir de la materia creada por sí misma, incluso que el universo no necesitaba de Dios, el Espíritu, para explicarlo o crearlo. Eddy, que abordó las teorías de Darwin en su propio libro, adoptó el punto de vista completamente opuesto.
Ella comprendió, basada en su estudio de las Escrituras y demostraciones de curación, que Dios creó un universo completamente espiritual y eterno, incluso la perfección ininterrumpida del hombre espiritual, hecho a imagen de Dios como se describe en Génesis 1. Al igual que el profeta Elías, Eddy especificó que debía hacerse una elección, y expuso sucintamente los paradigmas científicos opuestos: “Sólo una de las declaraciones siguientes puede ser verdadera: (1) que todo es materia; (2) que todo es Mente. ¿Cuál de ellas es?” (Ciencia y Salud, pág. 270).
Todo esto puede sonar profundamente metafísico, sin embargo, la metafísica —la forma en que definimos e interpretamos la realidad y toda la evidencia empírica— es esencial para la ciencia. El problema de tratar de descubrir la naturaleza de la realidad a través del método de la ciencia moderna fue profundamente considerado por Max Planck, uno de los padres fundadores de la física cuántica, cuando dijo en 1932: “La ciencia no puede resolver el misterio absoluto de la naturaleza. Y eso es porque, en última instancia, nosotros mismos somos parte de la naturaleza y, por lo tanto, parte del misterio que estamos tratando de resolver” (Where Is Science Going?, p. 217).
Una consecuencia de la visión de Planck es que requerimos una fuente, o inteligencia, por encima y más allá de la mente humana para finalmente resolver el “misterio absoluto”. Eddy habría estado completamente de acuerdo con esta afirmación, porque ella ya había declarado que “…la mente humana, que yerra, que es finita, tiene una necesidad absoluta de algo más allá de sí misma para su redención y curación” (Ciencia y Salud, pág. 151). Ella podía escribir estas palabras basadas en la experiencia: ella misma había necesitado esa fuente, y descubrió que era la Mente divina, Dios. Esto reitera cómo su descubrimiento y declaración de la Ciencia Cristiana le llegó por revelación divina, incluso que el “misterio de Dios se consumará” (Apocalipsis 10:7).
La humanidad está preparada para una revolución científica de la creencia en la materia como sustancia a una aceptación universal de la realidad —incluida la verdadera identidad del hombre— en el Espíritu. Einstein (quien hacia el final de su vida se interesó un tanto en la enseñanza de Mary Baker Eddy) aspiraba a que hubiera una teoría unificada para la física moderna. Pero esta nueva, aunque antigua, Ciencia ya está aquí, y no es solo una unificación de la ciencia, sino una unificación de la ciencia, la teología y la medicina en una completa explicación divina, científica y satisfactoria. No solamente por la naturaleza de la realidad, sino por la completa curación y redención de la humanidad.
En su libro de 2006, The Trouble with Physics, el físico teórico estadounidense Lee Smolin declaró: “Cuando se trata de revolucionar la ciencia, lo que importa es la calidad del pensamiento, no la cantidad de verdaderos creyentes” (p. 255). Podemos pensar en muchos grandes individuos que han contribuido a esta búsqueda —desde Arquímedes hasta Einstein— pero para aquellos que practican la Ciencia Cristiana parece inevitable que la historia finalmente reconozca y honre la importancia fundamental de la contribución de Mary Baker Eddy a la comprensión científica de la realidad por parte de la humanidad. La revolución del pensamiento que ella puso en marcha con su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, iniciada e impulsada por la Mente perfecta, tiene un propósito puro: la revelación de la única Ciencia divina, para que toda la humanidad la comprenda y practique. Esto es producido por el Amor inquebrantable, el único Principio perfecto, que marca el comienzo del milenio inevitable.
