Siempre he relacionado la gratitud con la idea de alabar a Dios. En la Biblia, el libro de los Salmos rebosa de poderosas expresiones que glorifican a Dios, el Amor divino. Un salmo dice: “Alabaré al Señor con todo mi corazón. Todas tus maravillas contaré; en ti me alegraré y me regocijaré; cantaré alabanzas a tu nombre, oh Altísimo” (Salmos 9:1, 2, LBLA).
Alabar a Dios es un componente vital en la práctica de la Ciencia Cristiana. Hace unos años asistí a una reunión de testimonios de los miércoles en una iglesia filial de la Ciencia Cristiana, pero esa noche me sentía bastante mal. Estaba agradecido por la reunión, que reconocía y afirmaba el poder de Dios para sanar la enfermedad y el pecado. También estaba agradecido por estar con los miembros de la iglesia y otras personas que habían sido testigos del poder sanador del Amor divino. A lo largo de la reunión me sentí seguro, protegido y rodeado por el Amor. Al final de la reunión salí completamente bien.
Un relato en las Escrituras sobre la victoria del rey Josafat sobre los moabitas y los amonitas, ilustra el impacto práctico de alabar a Dios (véase 2 Crónicas 20, LBLA). Los enemigos de Judá formaron una coalición abrumadora para hacer la guerra contra Josafat y su pueblo. En este momento de gran necesidad, el rey llamó a la nación a orar. Entonces un ciudadano, Jahaziel, se llenó del espíritu de Dios y habló en el nombre de Dios, instruyendo al pueblo de Judá que no tuviera miedo y declarando: “No necesitáis pelear en esta batalla; apostaos y estad quietos, y ved la salvación del Señor con vosotros”. Entonces Josafat “designó a algunos que cantaran al Señor y a algunos que le alabaran en vestiduras santas, conforme salían delante del ejército y que dijeran: Dad gracias al Señor, porque para siempre es su misericordia”.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!